Camille Montpellier
El Bastión de Rostock
24-09-2024, 08:36 PM
Pese a confiar en que estaría disimulando lo suficientemente bien, Camille se sentía tensa. No estaba cómoda en situaciones en las que se esperase un mínimo nivel de discreción y delicadeza, pues esas palabras eran casi antónimos de todo lo que podía decirse sobre ella: enorme, de sutileza nula y con dos enormes cuernos rojos sobresaliendo de su cráneo. Se mirara como se mirase resultaba muy difícil de imaginar que pudiera pasar desapercibida por ningún lugar, pero lo cierto es que si había algún sitio en el mundo en el que podría hacerlo sería el G-31 de Loguetown. Después de todo, verla deambulando por las salas y pasillos de la base no era un hecho extraordinario, sino más bien uno que podría considerarse cotidiano. Confiaba en jugar esa baza para no levantar sospechas sobre sus verdaderas intenciones, aunque no por ello dejaba de estar atenta a sus alrededores por si alguien pudiera estar siguiéndola.
Sin embargo, por mucho que se conociera la base de pe a pa, no por ello tenía conocimiento sobre dónde tenían designados los cuartos todos y cada uno de los marines de la base. Le tocaba preguntar por indicaciones, una tarea en teoría simple que pareció volverse endiabladamente difícil. No por su ejecución en sí, sino por el inexplicable nivel hormonal del que hicieron despliegue la mayor parte de los reclutas y soldados con los que se cruzó. «Debe haber una puta convención de babosos hoy o algo», pensó para sus adentros al tiempo que apartaba de mala gana a uno de los últimos, habiendo perdido unos preciosos y valiosos minutos en el proceso de recabar información.
Por suerte y aunque ya estaba empezando a dudar de si sería capaz de lograrlo, dio al fin con la localización de Brian y lo localizó en una de las salas comunes del G-31. Se plantó frente a él, bastándole tan solo un rápido vistazo para darse cuenta de que aquel muchacho distaba mucho de ser una persona fuera de lo ordinario. No aparentaba ser excesivamente fuerte ni habilidoso, tampoco imponente: un perfil muy alejado del que se habría imaginado de un potencial asesino. Como había deducido de la conversación con Gaul, había muchas cosas que no encajaban en todo eso. Lo único extraño que percibió en él fueron los moratones que adornaban su rostro, contrastando con el impoluto uniforme que llevaba.
—Sí, te estaba buscando —le confirmó, llevándose la mano a su propio torso para presentarse—. Soy la recluta Montpellier. Estoy al cargo de la investigación por lo sucedido esta mañana. ¿Te importa si te hago unas preguntas?
Su forma de hablar seguía una rigurosa formalidad, casi tiñendo sus palabras con una presente amabilidad, pero lo cierto era que su tono alertaba de todo lo contrario. La voz de la recluta sonó directa y contundente, como si quisiera dejar claro que no daría lugar a un «no» por respuesta. Sin embargo, Brian no parecía dispuesto a responderle ni a darle ningún tipo de información. Cuando le preguntó sobre sus cardenales hasta se sacó una rápida y poco creíble excusa. Estaba claro que todo aquel asunto olía a chamusquina y no iba a perder la oportunidad de atar los cabos sueltos.
—Vengo por orden expresa de nuestros superiores —le indicó, con un tono medido y solemne, fijando su mirada de rubí en la de él—. Podemos hablar de esto tú y yo en un sitio discreto sin nadie más que nos escuche, o puedo arrastrarte hasta el despacho de la capitana y dejarte a tu suerte allí ante los mandos del G-31. Tu nombre figura en los registros del archivo, así que piénsatelo detenidamente.
En caso de acceder, Camille dirigiría a Brian hasta un lugar en el que pudieran tener algo de intimidad y hablar sin que nadie les interrumpiera o molestase, siempre atenta a sus alrededores por si alguien estuviera centrando su atención en ellos. Después empezaría haciendo algunas preguntas bastante directas.
—¿Para qué fuiste al archivo esta mañana, antes del asesinato? ¿Cómo te has hecho realmente lo del ojo? —Haría una pausa tras estas dos primeras preguntas, siguiendo con la tercera—. ¿Qué papel tiene Gaul en todo esto? Y te recomiendo que seas sincero esta vez. Si algo de lo que me digas me suena como una mentira o una excusa no perderé el tiempo y te llevaré a rastras ante la capitana.
Sin embargo, por mucho que se conociera la base de pe a pa, no por ello tenía conocimiento sobre dónde tenían designados los cuartos todos y cada uno de los marines de la base. Le tocaba preguntar por indicaciones, una tarea en teoría simple que pareció volverse endiabladamente difícil. No por su ejecución en sí, sino por el inexplicable nivel hormonal del que hicieron despliegue la mayor parte de los reclutas y soldados con los que se cruzó. «Debe haber una puta convención de babosos hoy o algo», pensó para sus adentros al tiempo que apartaba de mala gana a uno de los últimos, habiendo perdido unos preciosos y valiosos minutos en el proceso de recabar información.
Por suerte y aunque ya estaba empezando a dudar de si sería capaz de lograrlo, dio al fin con la localización de Brian y lo localizó en una de las salas comunes del G-31. Se plantó frente a él, bastándole tan solo un rápido vistazo para darse cuenta de que aquel muchacho distaba mucho de ser una persona fuera de lo ordinario. No aparentaba ser excesivamente fuerte ni habilidoso, tampoco imponente: un perfil muy alejado del que se habría imaginado de un potencial asesino. Como había deducido de la conversación con Gaul, había muchas cosas que no encajaban en todo eso. Lo único extraño que percibió en él fueron los moratones que adornaban su rostro, contrastando con el impoluto uniforme que llevaba.
—Sí, te estaba buscando —le confirmó, llevándose la mano a su propio torso para presentarse—. Soy la recluta Montpellier. Estoy al cargo de la investigación por lo sucedido esta mañana. ¿Te importa si te hago unas preguntas?
Su forma de hablar seguía una rigurosa formalidad, casi tiñendo sus palabras con una presente amabilidad, pero lo cierto era que su tono alertaba de todo lo contrario. La voz de la recluta sonó directa y contundente, como si quisiera dejar claro que no daría lugar a un «no» por respuesta. Sin embargo, Brian no parecía dispuesto a responderle ni a darle ningún tipo de información. Cuando le preguntó sobre sus cardenales hasta se sacó una rápida y poco creíble excusa. Estaba claro que todo aquel asunto olía a chamusquina y no iba a perder la oportunidad de atar los cabos sueltos.
—Vengo por orden expresa de nuestros superiores —le indicó, con un tono medido y solemne, fijando su mirada de rubí en la de él—. Podemos hablar de esto tú y yo en un sitio discreto sin nadie más que nos escuche, o puedo arrastrarte hasta el despacho de la capitana y dejarte a tu suerte allí ante los mandos del G-31. Tu nombre figura en los registros del archivo, así que piénsatelo detenidamente.
En caso de acceder, Camille dirigiría a Brian hasta un lugar en el que pudieran tener algo de intimidad y hablar sin que nadie les interrumpiera o molestase, siempre atenta a sus alrededores por si alguien estuviera centrando su atención en ellos. Después empezaría haciendo algunas preguntas bastante directas.
—¿Para qué fuiste al archivo esta mañana, antes del asesinato? ¿Cómo te has hecho realmente lo del ojo? —Haría una pausa tras estas dos primeras preguntas, siguiendo con la tercera—. ¿Qué papel tiene Gaul en todo esto? Y te recomiendo que seas sincero esta vez. Si algo de lo que me digas me suena como una mentira o una excusa no perderé el tiempo y te llevaré a rastras ante la capitana.