Atlas
Nowhere | Fénix
24-09-2024, 10:05 PM
El sol nace un día más en la desigual isla de Oykot. Cobijados en sus sombras de un modo u otro, un grupo de libertadores hacen lo que está en su mano para traer la justicia a quienes siempre han sido los héroes y verdaderos protectores del lugar: los balleneros. Con la vista fija en la central hidroeléctrica, nuestros héroes componen un único brazo de un plan a gran escala que pretende dar un giro de ciento ochenta grados a la política local.
Hay quien ha optado por tirar de talante para ganarse la confianza de los lugareños y, valiéndose de ella, llegar hasta el mismísimo centro de su objetivo. También hay quien se ha ocupado de intentar acaparar todos los rumores posibles entre los que circulan en tabernas y corrillos. Los más escurridizos han rastreado la zona, analizando posibles vías de escape y marcando trayectorias que seguir en caso de ser necesaria una huida a la desesperada. Hay quienes supervisan todo desde la distancia en medio del mayor sigilo y quienes incluso han rastreado los alrededores no ya de la central hidroeléctrica, sino de la isla, incluyendo las corrientes marinas que se alejan y acercan, orografía y demás elementos.
Para cualquiera con capacidad de hacer un análisis superficial, parece evidente que el abordaje inicial de la situación difícilmente podría ser mejor para un grupo que tiene encargada la misión de echar abajo el embalse del que se nutre la central hidroeléctrica.
En los alrededores de Oykot, Umibozu escruta el fondo marino y la superficie oculto bajo la espuma de las olas. Los navíos de los balleneros son los navíos que predominan en la zona, alejándose y acercándose a la costa en función del nivel de llenado que tengan sus bodegas y almacenes. Algunos botes de pesca son ocupados por personas que han decidido dedicar el día a esparcirse rodeadas de salitre y la tranquilidad que proporciona la marea al mecer el bote. No obstante, al norte de la montañas que se encuentran más allá del pueblo de los balleneros, casi a la altura en que las montañas ceden su lugar a la central hidroeléctrica, hasta cinco embarcaciones de envergadura media, con capacidad para unos diez tripulantes cada una y totalmente equipadas para el combate, se encuentran perfectamente atracadas en orden en un pequeño puerto semioculto entre dos colinas.
Por otro lado, son muchas las corrientes que vienen y van, pero destaca aquélla que se aleja desde donde el río principal que separa la isla en dos desemboca en el mar. Al margen de eso, la orografía no es demasiado interesante. Cabe señalar un cabo que se adentra unos veinticinco metros en lar al este de la central hidroeléctrica y, si investigas un poco, una gruta submarina justo al norte de la central hidroeléctrica.
Además, tu incursión terrestre es bastante exitosa. A esa hora de la mañana no parece haber nadie en las montañas. Algún animal salvaje que ya leva unas horas despierto de percibe, apartándose de tu trayectoria a toda velocidad ante la amenaza que perciben al contemplarte. Quienes no te divisan si te sitúas tras una arboleda situada a unos doscientos metros del embalse son las diminutas figuras —aparentemente patrullas— que caminan por lo alto de la imponente estructura.
En otro orden de cosas, desde la distancia y oculto tras una chimenea, Percival otea el objetivo con su catalejo. Valiéndose de sus habilidades para ocultarse y pasar desapercibido, se ha encaramado a un tejado y escruta el objetivo con atención. Tras unos escasos cinco minutos puede distinguir al menos cinco pares de cabezas diferentes —a saber si hay más— que aparecen y desaparecen de su campo de visión, deambulando por la zona superior del embalse. De momento no parece haber ninguna señal que indique que hay que ponerse en marcha.
No muy lejos de él, a cinco o seis tejados de distancia, una de las más recientes incorporaciones a la Revolución, Alistair, se mantiene en una posición de seguridad que le permite cubrir las espaldas de su aliado. Yo te recomendaría que te escondiese un poco, como Percival, no vaya a ser que a alguien le dé por mirar para arriba.
En lo referente a la caza de rumores, como no puede ser de otro modo escuchas cosas útiles y otras que no tanto. Se habla de un tipo muy pequeño que lleva unos días dando vueltas por la isla haciendo amistad con los balleneros y repartiendo licor por doquier. A la mayoría de habitantes de la zona les cae muy bien, pero hay algún viejo borracho cascarrabias que clama a voz en grito que no se fía de él. Parece el típico borracho del pueblo que pone a todo el mundo en situaciones comprometidas, por lo que puedes respirar tranquilo al ver que nadie le hace demasiado caso.
Algo que tal vez sí te resulte más interesante es lo que se comenta entre quienes mantienen una actitud un poco más neutral —por decirlo así— en lo referente al conflicto latente, es que se comenta que el gremio de comerciantes no está de brazos cruzados. El malestar y la tensión entre los colectivos es palpable aunque no haya habido ningún problema serio hasta el momento, pero los pudientes mercaderes han redoblado la seguridad en la central hidroeléctrica y, según dicen, los alrededores. Un cazador comenta incluso que hace unos días se topó con algunas patrullas en las montañas y que su hermano, ballenero, ha visto un barco que no había visto hasta el momento navegando en torno a la isla.
Por último, al recorrer las callejuelas del pueblo ballenero, si te fijas, podrás apreciar marcas en lugares estratégicos, como olas, calaveras y olas incluidas en círculos. Creo que te deben de sonar, ¿no?
Si vamos con el comando alcohólico, Tofun y Ubben —no por borrachos, no os enfadéis, sino por la carreta—, en la central hidroeléctrica reciben al tontatta poco menos que con las manos abiertas. Durante el día se mantienen sobrios para que los mandamases no les impongan medidas disciplinarias, pero por lo que le han comentado a Tofun, por la noche dan algún que trago que otro a escondidas para que la patrulla nocturna no se les haga tan pesada.
No habría demasiado problema con el tema del baño si no llega a ser porque en esta ocasión vas con alguien a quien no conocen. No se muestran desconfiados con ninguno de los dos hasta que sugieres que necesitarías entrar un momento para hacer aguas menores, instante en que dirigen la atención a Ubben con cierto gesto de desconfianza.
—Claro, ¿por qué no? —responden ante tu petición, mas no se hacen a un lado ni te enseñan el camino por el momento—, pero ¿quién es tu amigo?
No parecen haberte identificado, Ubben —tal vez el paseo que te has pegado arrancando carteles tenga algo que ver... o tal vez no—, sino que da la impresión de que es más bien una actitud rutinaria de quien está acostumbrado a permitir el paso únicamente a quien tiene autorización o es conocido.
Hay quien ha optado por tirar de talante para ganarse la confianza de los lugareños y, valiéndose de ella, llegar hasta el mismísimo centro de su objetivo. También hay quien se ha ocupado de intentar acaparar todos los rumores posibles entre los que circulan en tabernas y corrillos. Los más escurridizos han rastreado la zona, analizando posibles vías de escape y marcando trayectorias que seguir en caso de ser necesaria una huida a la desesperada. Hay quienes supervisan todo desde la distancia en medio del mayor sigilo y quienes incluso han rastreado los alrededores no ya de la central hidroeléctrica, sino de la isla, incluyendo las corrientes marinas que se alejan y acercan, orografía y demás elementos.
Para cualquiera con capacidad de hacer un análisis superficial, parece evidente que el abordaje inicial de la situación difícilmente podría ser mejor para un grupo que tiene encargada la misión de echar abajo el embalse del que se nutre la central hidroeléctrica.
En los alrededores de Oykot, Umibozu escruta el fondo marino y la superficie oculto bajo la espuma de las olas. Los navíos de los balleneros son los navíos que predominan en la zona, alejándose y acercándose a la costa en función del nivel de llenado que tengan sus bodegas y almacenes. Algunos botes de pesca son ocupados por personas que han decidido dedicar el día a esparcirse rodeadas de salitre y la tranquilidad que proporciona la marea al mecer el bote. No obstante, al norte de la montañas que se encuentran más allá del pueblo de los balleneros, casi a la altura en que las montañas ceden su lugar a la central hidroeléctrica, hasta cinco embarcaciones de envergadura media, con capacidad para unos diez tripulantes cada una y totalmente equipadas para el combate, se encuentran perfectamente atracadas en orden en un pequeño puerto semioculto entre dos colinas.
Por otro lado, son muchas las corrientes que vienen y van, pero destaca aquélla que se aleja desde donde el río principal que separa la isla en dos desemboca en el mar. Al margen de eso, la orografía no es demasiado interesante. Cabe señalar un cabo que se adentra unos veinticinco metros en lar al este de la central hidroeléctrica y, si investigas un poco, una gruta submarina justo al norte de la central hidroeléctrica.
Además, tu incursión terrestre es bastante exitosa. A esa hora de la mañana no parece haber nadie en las montañas. Algún animal salvaje que ya leva unas horas despierto de percibe, apartándose de tu trayectoria a toda velocidad ante la amenaza que perciben al contemplarte. Quienes no te divisan si te sitúas tras una arboleda situada a unos doscientos metros del embalse son las diminutas figuras —aparentemente patrullas— que caminan por lo alto de la imponente estructura.
En otro orden de cosas, desde la distancia y oculto tras una chimenea, Percival otea el objetivo con su catalejo. Valiéndose de sus habilidades para ocultarse y pasar desapercibido, se ha encaramado a un tejado y escruta el objetivo con atención. Tras unos escasos cinco minutos puede distinguir al menos cinco pares de cabezas diferentes —a saber si hay más— que aparecen y desaparecen de su campo de visión, deambulando por la zona superior del embalse. De momento no parece haber ninguna señal que indique que hay que ponerse en marcha.
No muy lejos de él, a cinco o seis tejados de distancia, una de las más recientes incorporaciones a la Revolución, Alistair, se mantiene en una posición de seguridad que le permite cubrir las espaldas de su aliado. Yo te recomendaría que te escondiese un poco, como Percival, no vaya a ser que a alguien le dé por mirar para arriba.
En lo referente a la caza de rumores, como no puede ser de otro modo escuchas cosas útiles y otras que no tanto. Se habla de un tipo muy pequeño que lleva unos días dando vueltas por la isla haciendo amistad con los balleneros y repartiendo licor por doquier. A la mayoría de habitantes de la zona les cae muy bien, pero hay algún viejo borracho cascarrabias que clama a voz en grito que no se fía de él. Parece el típico borracho del pueblo que pone a todo el mundo en situaciones comprometidas, por lo que puedes respirar tranquilo al ver que nadie le hace demasiado caso.
Algo que tal vez sí te resulte más interesante es lo que se comenta entre quienes mantienen una actitud un poco más neutral —por decirlo así— en lo referente al conflicto latente, es que se comenta que el gremio de comerciantes no está de brazos cruzados. El malestar y la tensión entre los colectivos es palpable aunque no haya habido ningún problema serio hasta el momento, pero los pudientes mercaderes han redoblado la seguridad en la central hidroeléctrica y, según dicen, los alrededores. Un cazador comenta incluso que hace unos días se topó con algunas patrullas en las montañas y que su hermano, ballenero, ha visto un barco que no había visto hasta el momento navegando en torno a la isla.
Por último, al recorrer las callejuelas del pueblo ballenero, si te fijas, podrás apreciar marcas en lugares estratégicos, como olas, calaveras y olas incluidas en círculos. Creo que te deben de sonar, ¿no?
Si vamos con el comando alcohólico, Tofun y Ubben —no por borrachos, no os enfadéis, sino por la carreta—, en la central hidroeléctrica reciben al tontatta poco menos que con las manos abiertas. Durante el día se mantienen sobrios para que los mandamases no les impongan medidas disciplinarias, pero por lo que le han comentado a Tofun, por la noche dan algún que trago que otro a escondidas para que la patrulla nocturna no se les haga tan pesada.
No habría demasiado problema con el tema del baño si no llega a ser porque en esta ocasión vas con alguien a quien no conocen. No se muestran desconfiados con ninguno de los dos hasta que sugieres que necesitarías entrar un momento para hacer aguas menores, instante en que dirigen la atención a Ubben con cierto gesto de desconfianza.
—Claro, ¿por qué no? —responden ante tu petición, mas no se hacen a un lado ni te enseñan el camino por el momento—, pero ¿quién es tu amigo?
No parecen haberte identificado, Ubben —tal vez el paseo que te has pegado arrancando carteles tenga algo que ver... o tal vez no—, sino que da la impresión de que es más bien una actitud rutinaria de quien está acostumbrado a permitir el paso únicamente a quien tiene autorización o es conocido.