Silver
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24-09-2024, 11:44 PM
El ambiente en la zona este de Oykot era denso, con un aire viciado que parecía no moverse, atrapando el humo en una neblina gris que envolvía las callejuelas. Las calles estaban sucias, con charcos de aceite que reflejaban la luz tenue de las farolas. Aquí, el bullicio del puerto no era de mercancías costosas, sino de pescadores exhaustos que descargaban los restos de sus faenas, principalmente ballenas, cuyas partes eran arrastradas hasta los talleres. Un olor fuerte y acre lo invadía todo, un hedor que Marvolath podía identificar fácilmente como tóxico.
A lo lejos, el gran río que dividía Oykot en dos avanzaba lentamente, su superficie oscura salpicada de desechos que bajaban de la central hidroeléctrica recientemente construida. Al otro lado del río, la zona oeste brillaba con una luz distinta: mercados, mansiones, y la gran estructura del castillo donde la realeza de la isla gobernaba con indiferencia.
Marvolath avanzaba observando su entorno: casas modestas, algunas casi en ruinas, y pequeñas embarcaciones desgastadas por el tiempo, amarradas cerca del puerto ballenero. El eco distante del trabajo de los astilleros y los mercados de pescado resonaba a lo largo de las calles.
Una figura emergió de entre las sombras de un callejón, un hombre de mediana edad, flaco y con las ropas raídas por el uso. Se le quedó mirando por unos momentos, desconfiado, antes de acercarse lentamente. Sus ojos recorrieron a Marvolath de pies a cabeza, notando las ropas que, aunque elegantes, ya mostraban signos de desgaste. Claramente no era de allí.
—Tú no eres de por aquí, ¿verdad muchacho? —dijo el hombre con una voz ronca, forzada por lo que parecía ser una tos mal controlada—. Los forasteros no suelen venir a esta parte de Oykot.
El hombre se encogió de hombros, sin esperar una respuesta, y señaló con un leve movimiento de cabeza hacia una de las calles adyacentes.
—Si buscas problemas, no te van a faltar...
El hombre dio un paso hacia atrás, con un gesto vago, como si no quisiera involucrarse más de lo necesario. A su alrededor, los habitantes de la zona este continuaban con su rutina: niños corriendo por las calles cubiertas de hollín, pescadores cargando los restos de las ballenas, y uno que otro habitante que los observaba con disimulo, desde ventanas o esquinas.
La contaminación parecía estar presente en cada rincón, desde el olor acre que emanaba de los talleres hasta las caras de los habitantes, muchos de los cuales mostraban signos visibles de fatiga, con ojos enrojecidos y respiraciones entrecortadas.
A lo lejos, el murmullo constante del río era acompañado por el ruido mecánico de la central hidroeléctrica, cuya estructura sobresalía por encima de los edificios más modestos.
A lo lejos, el gran río que dividía Oykot en dos avanzaba lentamente, su superficie oscura salpicada de desechos que bajaban de la central hidroeléctrica recientemente construida. Al otro lado del río, la zona oeste brillaba con una luz distinta: mercados, mansiones, y la gran estructura del castillo donde la realeza de la isla gobernaba con indiferencia.
Marvolath avanzaba observando su entorno: casas modestas, algunas casi en ruinas, y pequeñas embarcaciones desgastadas por el tiempo, amarradas cerca del puerto ballenero. El eco distante del trabajo de los astilleros y los mercados de pescado resonaba a lo largo de las calles.
Una figura emergió de entre las sombras de un callejón, un hombre de mediana edad, flaco y con las ropas raídas por el uso. Se le quedó mirando por unos momentos, desconfiado, antes de acercarse lentamente. Sus ojos recorrieron a Marvolath de pies a cabeza, notando las ropas que, aunque elegantes, ya mostraban signos de desgaste. Claramente no era de allí.
—Tú no eres de por aquí, ¿verdad muchacho? —dijo el hombre con una voz ronca, forzada por lo que parecía ser una tos mal controlada—. Los forasteros no suelen venir a esta parte de Oykot.
El hombre se encogió de hombros, sin esperar una respuesta, y señaló con un leve movimiento de cabeza hacia una de las calles adyacentes.
—Si buscas problemas, no te van a faltar...
El hombre dio un paso hacia atrás, con un gesto vago, como si no quisiera involucrarse más de lo necesario. A su alrededor, los habitantes de la zona este continuaban con su rutina: niños corriendo por las calles cubiertas de hollín, pescadores cargando los restos de las ballenas, y uno que otro habitante que los observaba con disimulo, desde ventanas o esquinas.
La contaminación parecía estar presente en cada rincón, desde el olor acre que emanaba de los talleres hasta las caras de los habitantes, muchos de los cuales mostraban signos visibles de fatiga, con ojos enrojecidos y respiraciones entrecortadas.
A lo lejos, el murmullo constante del río era acompañado por el ruido mecánico de la central hidroeléctrica, cuya estructura sobresalía por encima de los edificios más modestos.