Percival Höllenstern
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25-09-2024, 12:46 AM
El blanco de la sala me envolvía, como si hubiera sido tragado por el vacío, sin dejar un rastro de color en mi mente. El té dorado se posaba en mi lengua, amargo, distante, mientras la mujer frente a mí se desenvolvía con una elegancia afilada, calculada. Cada gesto suyo era una invitación velada a confiar, y eso en sí mismo era peligroso. Ya me había cruzado con suficientes sonrisas que escondían cuchillos, pero esta... tenía algo diferente.
Me relajé, o al menos di la impresión de hacerlo. Lo aprendido en las cloacas de Grey Terminal es que nadie se mueve en el submundo sin una buena razón para desconfiar. No era una excepción. Al final, todos venimos del mismo pozo de ratas, la diferencia es hasta dónde somos capaces de trepar.
—Es cierto —murmuré, dejando mi taza sobre la mesa, el suave sonido de la cerámica interrumpiendo la quietud—. En el Bajo Mundo, o te cubres las espaldas, o alguien las apuñala por ti. Aunque debo decir que no me imaginaba este lugar como parte de ese mismo mundo... —Mis ojos recorrieron las paredes, buscando la trampa oculta tras tanta pulcritud meticulosa.
Ella sonrió, esa sonrisa que parecía más una máscara que una expresión sincera. Sus palabras eran halagos envueltos en veneno, pero no podía negar que había logrado lo imposible. Llegar aquí. Algo que, según entendía, ningún otro invitado había conseguido.
—Preguntas, inquietudes... — susurré mientras me reclinaba ligeramente hacia atrás, intentando interpretar qué clase de juego estaba por empezar—. Todo este teatro me hace pensar que el tiempo de las preguntas ya pasó. A estas alturas, solo queda una cosa que preguntar, ¿no?— finalicé con un instante de lucidez en aquel obsceno sueño en el que llevaba sumido toda la noche.
Mis ojos se clavaron en los suyos, buscando algo en esa mirada que parecía observarme desde mucho antes de que hubiera llegado.
—El poder. El mismo que tú tienes. Eso es lo que quiero.
Dejé que el silencio cayera entre nosotros. Sabía que las palabras exactas eran peligrosas en un escenario como este. Pero también sabía que nada, absolutamente nada en el bajo mundo, se consigue sin un precio.
—No me interesa cualquier baratija de poder. Quiero lo que tú tienes, el poder suficiente para transformar la propia realidad, para que todo este juego no sea más que un recuerdo en la mente de los que lo jugaron— musité mientras volvía a retornar la taza a mis labios.
—Dime, ¿cuál es el precio?— finalicé, en un gesto astuto y ocioso.
Me relajé, o al menos di la impresión de hacerlo. Lo aprendido en las cloacas de Grey Terminal es que nadie se mueve en el submundo sin una buena razón para desconfiar. No era una excepción. Al final, todos venimos del mismo pozo de ratas, la diferencia es hasta dónde somos capaces de trepar.
—Es cierto —murmuré, dejando mi taza sobre la mesa, el suave sonido de la cerámica interrumpiendo la quietud—. En el Bajo Mundo, o te cubres las espaldas, o alguien las apuñala por ti. Aunque debo decir que no me imaginaba este lugar como parte de ese mismo mundo... —Mis ojos recorrieron las paredes, buscando la trampa oculta tras tanta pulcritud meticulosa.
Ella sonrió, esa sonrisa que parecía más una máscara que una expresión sincera. Sus palabras eran halagos envueltos en veneno, pero no podía negar que había logrado lo imposible. Llegar aquí. Algo que, según entendía, ningún otro invitado había conseguido.
—Preguntas, inquietudes... — susurré mientras me reclinaba ligeramente hacia atrás, intentando interpretar qué clase de juego estaba por empezar—. Todo este teatro me hace pensar que el tiempo de las preguntas ya pasó. A estas alturas, solo queda una cosa que preguntar, ¿no?— finalicé con un instante de lucidez en aquel obsceno sueño en el que llevaba sumido toda la noche.
Mis ojos se clavaron en los suyos, buscando algo en esa mirada que parecía observarme desde mucho antes de que hubiera llegado.
—El poder. El mismo que tú tienes. Eso es lo que quiero.
Dejé que el silencio cayera entre nosotros. Sabía que las palabras exactas eran peligrosas en un escenario como este. Pero también sabía que nada, absolutamente nada en el bajo mundo, se consigue sin un precio.
—No me interesa cualquier baratija de poder. Quiero lo que tú tienes, el poder suficiente para transformar la propia realidad, para que todo este juego no sea más que un recuerdo en la mente de los que lo jugaron— musité mientras volvía a retornar la taza a mis labios.
—Dime, ¿cuál es el precio?— finalicé, en un gesto astuto y ocioso.