Marvolath
-
25-09-2024, 02:33 AM
(Última modificación: 25-09-2024, 02:42 AM por Marvolath.
Razón: Añadir personaje e inventario
)
Esperaba encontrar suciedad y enfermedad. Había venido a esta ciudad precisamente porque esperaba encontrarlo. Las lámparas de aceite ardiendo todas las noches en espacios cerrados, nulo interés por la higiene, una dieta a base de carne alta en grasa, el consumo ocioso de alcohol y tabaco eran un jardín XXX para que proliferaran las enfermedades. Pero no esperaba tanta suciedad y enfermedad.
Los años viviendo en compañía del mar lo habían vuelto inmune al penetrante hedor del pescado, incluso cuando éste estuviera en tan mal estado como en esta ciudad. Pero el resto de olores eran una tortura para los sentidos. Acercarse demasiado a cualquier marinero suponía arriesgarse a la nauseabunda mezcla de sudor rancio, alcohol barato, y tabaco de segunda mano. Las calles más limpias golpe aban con el agudo olor de la orina, y las menos limpias... mejor no pensar en ello. Y, entre todos ellos, había una nota constante: un olor denso impregnaba cada rincón de la ciudad y cada persona, un olor que llenaba la nariz como algodones húmedos y dejaba en la boca un regusto a comida grasienta. El aceite de ballena.
Llevaba horas en la ciudad, deambulando sin rumbo, tratando de acostumbrarse a aquel popurrí de esencias que le saturaba los sentidos y el pensamiento, cuando alguien se dirigió a él, sacándolo de sus pensamientos. Varón, 70... 50 años. Desnutrición avanzada, con marcado deterioro físico. Complicaciones respiratorias, sin esputo hemoptoico. Sin recursos.
- No busco problemas, sino pacientes. Soy médico - acompañó sus palabras con un gesto hacia su mochila, como si esto explicase algo -. ¿Sabe de alguien que...?
El hombre se había retirado antes de que pudiese acabar la pregunta. Un público difícil. Miró con curiosidad la calle que había señalado su fugaz interlocutor con aparente temor. Era cierto que no buscaba problemas, pero también era cierto que donde había problemas había dinero y heridos; y no tenía intención de pasar tanto tiempo en la ciudad como para que los olores formasen parte de él.
Se alisó y desempolvó las ropas, se ajustó la mochila, y se adentró con seguridad, marcando cada paso con la punta del bastón. En estos entornos donde cada sombra tiene un par de ojos y al menos una oreja era imposible pasar desapercibido. Y si lo iban a ver debía dar una buena primera impresión, pues bien podía ser la última si no era la apropiada.