Percival Höllenstern
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25-09-2024, 03:17 AM
Desperté con un leve resplandor de sol colándose por el ventanal, acariciando mi rostro. La luz dorada parecía burlarse de mi desorientación mientras intentaba comprender dónde me encontraba. Recostado en una cama, noté que la habitación era modesta, casi austera, con un par de armarios vacíos y un tocador olvidado en un rincón. El silencio era abrumador, interrumpido solo por el suave crujido de las sábanas, que eran nuevas, pero su textura no parecía corroborarlo del todo.
La fragancia a limpio apenas enmascaraba un aire de abandono. Me incorporé lentamente, sintiendo cómo los músculos de mi cuerpo se quejaban, como si hubieran sido objeto de algún hechizo que me dejó sin fuerzas. Mis ojos, aún aturdidos, se posaron en el pequeño baúl de mano que yacía a mi lado. Recordaba bien su forma, los detalles dorados de las bisagras, y ese leve destello desde sus detalles forjados que parecía prometer algo.
La caja reposaba allí, como una promesa de poder. Pero, en ese momento, la curiosidad se mezclaba con una cautela innata. Había demasiadas preguntas flotando en mi mente: ¿Qué era realmente este poder? ¿Qué precio tendría? ¿Por qué había sido llevado a este lugar? La mujer de la sala blanca aún resonaba en mis pensamientos, su voz suave, pero cargada de advertencias, malicia y un toque casi de preocupación maternal.
Tomé un respiro profundo, dejando que la tranquilidad de la habitación me envolviera.
Mis dedos tocaron la superficie fría de la caja, sintiendo una ligera vibración que pulsaba en mi interior, como si esperara ser liberada de su prisión. Sin embargo, el eco de unas palabras me detuvo. "No tienes permitido abrir la caja hasta el amanecer".
Un amanecer que, por otro lado, ahora ya había llegado, pero la urgencia de actuar se veía ahogada por la necesidad de entender primero.
Me levanté de la cama con cautela, sintiendo el suelo fresco bajo mis pies. Miré a mi alrededor, explorando cada rincón de la habitación, como si en cada sombra pudiera encontrar respuestas. La ventana era amplia, permitiendo que la luz inundara el espacio, pero el resto de la habitación se mantenía en penumbras. Había algo inquietante en la soledad de ese lugar, como si las paredes guardaran secretos que solo el tiempo podría revelar.
Con cautela y discreción, me acerqué a los armarios vacíos, abriendo uno de ellos. Las puertas chirriaron, pero no encontré más que el eco de mi propia inquietud. Retrocedí hacia el tocador, donde un pequeño espejo mostraba mi reflejo, algo desaliñado, con la mirada aún perdida entre la confusión y la anticipación. Tenía que decidir pronto. La caja me llamaba con un susurro que amenazaba con romper la calma, y la idea de poder era un veneno dulce que me llenaba de ansias.
Regresé a la cama, mis manos se posaron sobre la caja una vez más. Un ligero clic resonó en la habitación cuando, al abrirla, me encontré con un extraño fruto de patrones espirales de tonalidad violácea e iridiscente, redondeada y con una gran hoja en un patrón curvo similar a un haz. Esta era blanquecina, casi refulgía con un característico brillo platino. Era fascinante y aterradora a la vez.
Esto es lo que vine a buscar, pero antes necesitaba un momento más para centrarme. Reflexioné sobre lo que había pasado hasta ahora. En el camino hacia este poder, la paciencia había sido un lujo que no podía permitirme.
Entonces, la realidad de mi situación se asentó. No había más tiempo para dilaciones. Con el corazón acelerado y la mente llena de dudas, tomé el fruto en mis manos, sintiendo que, de alguna manera, todo no había sido fruto de mi mente, sino que algo había cambiado. La luz del amanecer brillaba intensamente, pero en mi interior, algo comenzaba a gestarse mientras probaba dicho fruto como si del propio árbol del conocimiento proviniera.
Quizá una paz heladora que finalmente se asentaba como buscada con ahínco por un alma predestinada.
La fragancia a limpio apenas enmascaraba un aire de abandono. Me incorporé lentamente, sintiendo cómo los músculos de mi cuerpo se quejaban, como si hubieran sido objeto de algún hechizo que me dejó sin fuerzas. Mis ojos, aún aturdidos, se posaron en el pequeño baúl de mano que yacía a mi lado. Recordaba bien su forma, los detalles dorados de las bisagras, y ese leve destello desde sus detalles forjados que parecía prometer algo.
La caja reposaba allí, como una promesa de poder. Pero, en ese momento, la curiosidad se mezclaba con una cautela innata. Había demasiadas preguntas flotando en mi mente: ¿Qué era realmente este poder? ¿Qué precio tendría? ¿Por qué había sido llevado a este lugar? La mujer de la sala blanca aún resonaba en mis pensamientos, su voz suave, pero cargada de advertencias, malicia y un toque casi de preocupación maternal.
Tomé un respiro profundo, dejando que la tranquilidad de la habitación me envolviera.
Mis dedos tocaron la superficie fría de la caja, sintiendo una ligera vibración que pulsaba en mi interior, como si esperara ser liberada de su prisión. Sin embargo, el eco de unas palabras me detuvo. "No tienes permitido abrir la caja hasta el amanecer".
Un amanecer que, por otro lado, ahora ya había llegado, pero la urgencia de actuar se veía ahogada por la necesidad de entender primero.
Me levanté de la cama con cautela, sintiendo el suelo fresco bajo mis pies. Miré a mi alrededor, explorando cada rincón de la habitación, como si en cada sombra pudiera encontrar respuestas. La ventana era amplia, permitiendo que la luz inundara el espacio, pero el resto de la habitación se mantenía en penumbras. Había algo inquietante en la soledad de ese lugar, como si las paredes guardaran secretos que solo el tiempo podría revelar.
Con cautela y discreción, me acerqué a los armarios vacíos, abriendo uno de ellos. Las puertas chirriaron, pero no encontré más que el eco de mi propia inquietud. Retrocedí hacia el tocador, donde un pequeño espejo mostraba mi reflejo, algo desaliñado, con la mirada aún perdida entre la confusión y la anticipación. Tenía que decidir pronto. La caja me llamaba con un susurro que amenazaba con romper la calma, y la idea de poder era un veneno dulce que me llenaba de ansias.
Regresé a la cama, mis manos se posaron sobre la caja una vez más. Un ligero clic resonó en la habitación cuando, al abrirla, me encontré con un extraño fruto de patrones espirales de tonalidad violácea e iridiscente, redondeada y con una gran hoja en un patrón curvo similar a un haz. Esta era blanquecina, casi refulgía con un característico brillo platino. Era fascinante y aterradora a la vez.
Esto es lo que vine a buscar, pero antes necesitaba un momento más para centrarme. Reflexioné sobre lo que había pasado hasta ahora. En el camino hacia este poder, la paciencia había sido un lujo que no podía permitirme.
Entonces, la realidad de mi situación se asentó. No había más tiempo para dilaciones. Con el corazón acelerado y la mente llena de dudas, tomé el fruto en mis manos, sintiendo que, de alguna manera, todo no había sido fruto de mi mente, sino que algo había cambiado. La luz del amanecer brillaba intensamente, pero en mi interior, algo comenzaba a gestarse mientras probaba dicho fruto como si del propio árbol del conocimiento proviniera.
Quizá una paz heladora que finalmente se asentaba como buscada con ahínco por un alma predestinada.