Octojin
El terror blanco
25-09-2024, 09:51 AM
Octojin se encontraba sentado, como estaba siendo costumbre esos días, en una mesa en la esquina de la taberna, saboreando el vino que el tabernero le había recomendado con entusiasmo. A diferencia de otros días, esta vez había aceptado probar algo diferente, y el resultado había sido sorprendentemente placentero. Su sonrisa hablaba por sí sola. A pesar de llevar unos días anímicamente decaído por la sensación de no saber qué hacer con su futuro, aquello le había hecho feliz.
El vino tenía un sabor profundo, algo que el tiburón no esperaba disfrutar tanto, especialmente después de una vida dedicada más a la cerveza y el sake ocasional. Pero desde que Masao le había dado a probar aquella sustancia rojiza de apariencia similar a la sangre, se había vuelto un experto catador. Balanceaba la copa con suma destreza, y después la dejaba cerca de su nariz, olfateando los aromas que el propio vino le ofrecía. Y, tras ello, se lo llevaba a la boca. Aquél ritual, visto desde fuera, quizá era un tanto extraño o incluso cómico. Un gyojin de cuatro metros deleitando con bastante cuidado un vino. Aunque cosas más raras se habían visto, desde luego.
El sabor del tinto lo envolvía por momentos, y sin darse cuenta, había terminado la botella entera en menos tiempo del que quizá hubiese debido. El tiburón se acomodó en su silla, sintiendo el calor del alcohol en su cuerpo y el pequeño momento de paz que le proporcionaba. Sin embargo, el bullicio del exterior pronto interrumpió su tranquilidad. Un gran revuelo había estallado en las calles, y las palabras que resonaban en la multitud captaron su atención rápidamente.
"¡Una sirena! ¡Una sirena está en la ciudad!"
Octojin parpadeó un par de veces, creyendo que tal vez el vino le estaba jugando una mala pasada. ¿Una sirena? ¿En Loguetown? Aquello no tenía mucho sentido. Se frotó los ojos y sacudió la cabeza, tratando de despejarse. Pero los gritos de la multitud eran cada vez más fuertes, llegando al punto de ser inentendibles, y finalmente, la curiosidad lo venció.
Al salir de la taberna, el gyojin siguió a la muchedumbre que avanzaba a paso acelerado, empujando y empujándose unos a otros en dirección al mercado. Era cómico como algunos humanos se intentaban abrir paso hasta que llegaban al habitante del mar, al cual por mucho que lo empujasen era como chocarse contra una pared. A cada paso que el escualo daba, el bullicio aumentaba, y los gritos de los cazadores parecían más intensos. Aquello no podía estar pasando. Cuanto más lo pensaba, más se aceleraba su corazón. A medida que se acercaba, las voces se hacían más claras y, entre las sombras de las calles más alejadas a los puestos característicos de la ciudad, vio algo que no pudo negar.
Allí, en medio de la multitud, rodeada por un grupo de hombres armados y ansiosos, estaba una figura que no había visto en mucho tiempo. Era Asradi, la sirena que había conocido en el pasado. Su cola plateada destellaba bajo la luz del sol, y el brillo en sus ojos, mezcla de miedo y determinación, era inconfundible. Aquella era la luz que necesitaba en ese momento de oscuridad que estaba viviendo. Aunque quizá la manera hubiese podido ser mejor, las cosas como son.
Octojin se detuvo por un segundo, frotándose los ojos de nuevo, creyendo que tal vez todo era fruto del vino que había bebido. Pero no. Asradi estaba allí, en peligro, y las corrientes de la vida los habían vuelto a unir de una forma que nunca hubiera imaginado.
Sin pensarlo más, el gyojin se abrió paso entre la multitud, esta vez de manera más bruta que antes. La gente se apartaba rápidamente ante su imponente presencia, dándole un amplio espacio mientras avanzaba hacia la sirena. Y el que no se apartaba era apartado sin miramientos. Con un salto ágil y lleno de fuerza, Octojin aterrizó justo frente a ella.
Una gran sonrisa se dibujó en el rostro del tiburón mientras miraba a Asradi, a la cual estuvo apunto de abrazar, aunque pronto se dio cuenta que no era el momento. Antes debían lidiar contra lo que allí estuviese pasando. Aunque no tenía ni idea, pondría la mano en el fuego porque la sirena no había hecho nada malo.
—Parece que las corrientes del mar nos han vuelto a juntar, ¿verdad? —dijo, con una mezcla de humor y alegría en su voz.
La expresión de Asradi fue de puro alivio por un momento, pero la tensión en el ambiente no cedía. Los cazadores no parecían dispuestos a abandonar su presa, y la multitud, sedienta de espectáculo, no ayudaba. Los ojos de Octojin brillaron con una mezcla de ira contenida y protección. Miró a los hombres armados, y su voz resonó con un tono grave y amenazador.
—¡Escuchadme bien! —gruñó, con una furia apenas contenida—. Si alguno de vosotros toca a la sirena, está muerto.
Los hombres se miraron entre sí, dubitativos. Sabían lo peligroso que podía ser enfrentarse a un gyojin, especialmente a uno de la envergadura de Octojin. Pero la recompensa que parecía ser la sirena viva debió ser más tentadora, ya que cedieron en su empeño por capturarla. ¿Qué precio tendría una sirena viva?
Uno de los cazadores, el que parecía el líder del grupo, avanzó un paso, desenfundando su espada con una sonrisa sarcástica.
—¿Y quién va a detenernos? —dijo, con voz burlona—. No eres más que un pez grande en una red, tiburón. Y por lo que veo, esa sirena vale mucho más de lo que tú vales.
Octojin no respondió. No hacía falta. En lugar de eso, soltó un gruñido bajo y comenzó a preparar su cuerpo, posicionándose para la pelea que sabía que estaba por comenzar. Sus ojos rojos brillaron con un toque de agresividad mientras sus músculos se tensaban bajo su piel escamosa. Si estos hombres querían una pelea, la tendrían.
—Asradi —le susurró sin apartar la vista de los cazadores—, mantente detrás de mí. Espalda con espalda. Yo me encargaré de estos —dijo, haciéndole ver que eran los que tenía enfrente, mientras que ella debería lidiar con el resto.
Con un gesto rápido, Octojin empezó a cubrir de una película negruzca sus manos, apretando duramente sus puños. A pesar de que los rivales eran más en cantidad, no parecían extremadamente fuertes. En cualquier caso, el habitante del mar no se confiaría, puesto que estaba en juego tanto su vida como la de la sirena, y la protegería bajo cualquier circunstancia.
Llevando su mano diestra al bolsillo, cogió el dial de agua que portaba, que estaba a mitad de su capacidad. Lo había usado casi cada día, entrenando aquella disciplina que tanto amaba, el Gyojin Kárate. Pulsando el botón situado en su parte superior, el dial empezó a lanzar un chorro de agua, el cual aprovechó para mojarse el cuerpo entero y ponerse en una posición defensiva. Tras ello, dejaría el dial en el suelo, cerca de la sirena, por si ella también lo quería usar.
La multitud que había estado expectante retrocedió de inmediato. Sabían que estaban presenciando algo fuera de lo común, y nadie quería quedar atrapado en medio del conflicto. Los otros cazadores se miraron, nerviosos, pero no retrocedieron. La codicia les nublaba el juicio, y no querían dejar escapar a su presa tan fácilmente.
Octojin se preparó para la ofensiva rival, listo para defender a Asradi a toda costa. En ese momento, entendió que protegerla no solo era una cuestión de fuerza, sino también de honor. Las corrientes del destino los habían vuelto a unir, y no dejaría que nadie la pusiera en peligro nuevamente.
El vino tenía un sabor profundo, algo que el tiburón no esperaba disfrutar tanto, especialmente después de una vida dedicada más a la cerveza y el sake ocasional. Pero desde que Masao le había dado a probar aquella sustancia rojiza de apariencia similar a la sangre, se había vuelto un experto catador. Balanceaba la copa con suma destreza, y después la dejaba cerca de su nariz, olfateando los aromas que el propio vino le ofrecía. Y, tras ello, se lo llevaba a la boca. Aquél ritual, visto desde fuera, quizá era un tanto extraño o incluso cómico. Un gyojin de cuatro metros deleitando con bastante cuidado un vino. Aunque cosas más raras se habían visto, desde luego.
El sabor del tinto lo envolvía por momentos, y sin darse cuenta, había terminado la botella entera en menos tiempo del que quizá hubiese debido. El tiburón se acomodó en su silla, sintiendo el calor del alcohol en su cuerpo y el pequeño momento de paz que le proporcionaba. Sin embargo, el bullicio del exterior pronto interrumpió su tranquilidad. Un gran revuelo había estallado en las calles, y las palabras que resonaban en la multitud captaron su atención rápidamente.
"¡Una sirena! ¡Una sirena está en la ciudad!"
Octojin parpadeó un par de veces, creyendo que tal vez el vino le estaba jugando una mala pasada. ¿Una sirena? ¿En Loguetown? Aquello no tenía mucho sentido. Se frotó los ojos y sacudió la cabeza, tratando de despejarse. Pero los gritos de la multitud eran cada vez más fuertes, llegando al punto de ser inentendibles, y finalmente, la curiosidad lo venció.
Al salir de la taberna, el gyojin siguió a la muchedumbre que avanzaba a paso acelerado, empujando y empujándose unos a otros en dirección al mercado. Era cómico como algunos humanos se intentaban abrir paso hasta que llegaban al habitante del mar, al cual por mucho que lo empujasen era como chocarse contra una pared. A cada paso que el escualo daba, el bullicio aumentaba, y los gritos de los cazadores parecían más intensos. Aquello no podía estar pasando. Cuanto más lo pensaba, más se aceleraba su corazón. A medida que se acercaba, las voces se hacían más claras y, entre las sombras de las calles más alejadas a los puestos característicos de la ciudad, vio algo que no pudo negar.
Allí, en medio de la multitud, rodeada por un grupo de hombres armados y ansiosos, estaba una figura que no había visto en mucho tiempo. Era Asradi, la sirena que había conocido en el pasado. Su cola plateada destellaba bajo la luz del sol, y el brillo en sus ojos, mezcla de miedo y determinación, era inconfundible. Aquella era la luz que necesitaba en ese momento de oscuridad que estaba viviendo. Aunque quizá la manera hubiese podido ser mejor, las cosas como son.
Octojin se detuvo por un segundo, frotándose los ojos de nuevo, creyendo que tal vez todo era fruto del vino que había bebido. Pero no. Asradi estaba allí, en peligro, y las corrientes de la vida los habían vuelto a unir de una forma que nunca hubiera imaginado.
Sin pensarlo más, el gyojin se abrió paso entre la multitud, esta vez de manera más bruta que antes. La gente se apartaba rápidamente ante su imponente presencia, dándole un amplio espacio mientras avanzaba hacia la sirena. Y el que no se apartaba era apartado sin miramientos. Con un salto ágil y lleno de fuerza, Octojin aterrizó justo frente a ella.
Una gran sonrisa se dibujó en el rostro del tiburón mientras miraba a Asradi, a la cual estuvo apunto de abrazar, aunque pronto se dio cuenta que no era el momento. Antes debían lidiar contra lo que allí estuviese pasando. Aunque no tenía ni idea, pondría la mano en el fuego porque la sirena no había hecho nada malo.
—Parece que las corrientes del mar nos han vuelto a juntar, ¿verdad? —dijo, con una mezcla de humor y alegría en su voz.
La expresión de Asradi fue de puro alivio por un momento, pero la tensión en el ambiente no cedía. Los cazadores no parecían dispuestos a abandonar su presa, y la multitud, sedienta de espectáculo, no ayudaba. Los ojos de Octojin brillaron con una mezcla de ira contenida y protección. Miró a los hombres armados, y su voz resonó con un tono grave y amenazador.
—¡Escuchadme bien! —gruñó, con una furia apenas contenida—. Si alguno de vosotros toca a la sirena, está muerto.
Los hombres se miraron entre sí, dubitativos. Sabían lo peligroso que podía ser enfrentarse a un gyojin, especialmente a uno de la envergadura de Octojin. Pero la recompensa que parecía ser la sirena viva debió ser más tentadora, ya que cedieron en su empeño por capturarla. ¿Qué precio tendría una sirena viva?
Uno de los cazadores, el que parecía el líder del grupo, avanzó un paso, desenfundando su espada con una sonrisa sarcástica.
—¿Y quién va a detenernos? —dijo, con voz burlona—. No eres más que un pez grande en una red, tiburón. Y por lo que veo, esa sirena vale mucho más de lo que tú vales.
Octojin no respondió. No hacía falta. En lugar de eso, soltó un gruñido bajo y comenzó a preparar su cuerpo, posicionándose para la pelea que sabía que estaba por comenzar. Sus ojos rojos brillaron con un toque de agresividad mientras sus músculos se tensaban bajo su piel escamosa. Si estos hombres querían una pelea, la tendrían.
—Asradi —le susurró sin apartar la vista de los cazadores—, mantente detrás de mí. Espalda con espalda. Yo me encargaré de estos —dijo, haciéndole ver que eran los que tenía enfrente, mientras que ella debería lidiar con el resto.
Con un gesto rápido, Octojin empezó a cubrir de una película negruzca sus manos, apretando duramente sus puños. A pesar de que los rivales eran más en cantidad, no parecían extremadamente fuertes. En cualquier caso, el habitante del mar no se confiaría, puesto que estaba en juego tanto su vida como la de la sirena, y la protegería bajo cualquier circunstancia.
Llevando su mano diestra al bolsillo, cogió el dial de agua que portaba, que estaba a mitad de su capacidad. Lo había usado casi cada día, entrenando aquella disciplina que tanto amaba, el Gyojin Kárate. Pulsando el botón situado en su parte superior, el dial empezó a lanzar un chorro de agua, el cual aprovechó para mojarse el cuerpo entero y ponerse en una posición defensiva. Tras ello, dejaría el dial en el suelo, cerca de la sirena, por si ella también lo quería usar.
La multitud que había estado expectante retrocedió de inmediato. Sabían que estaban presenciando algo fuera de lo común, y nadie quería quedar atrapado en medio del conflicto. Los otros cazadores se miraron, nerviosos, pero no retrocedieron. La codicia les nublaba el juicio, y no querían dejar escapar a su presa tan fácilmente.
Octojin se preparó para la ofensiva rival, listo para defender a Asradi a toda costa. En ese momento, entendió que protegerla no solo era una cuestión de fuerza, sino también de honor. Las corrientes del destino los habían vuelto a unir, y no dejaría que nadie la pusiera en peligro nuevamente.