Alguien dijo una vez...
Monkey D. Luffy
Digamos que hay un pedazo de carne. Los piratas tendrían un banquete y se lo comerían, pero los héroes lo compartirían con otras personas. ¡Yo quiero toda la carne!
[Aventura] [A-Presente] Pelillos a la mar [Tier 3]
Ray
Kuroi Ya
El Casino era un lugar tan extravagante como Ray había imaginado o incluso más. Estaba lleno de gente, lo que facilitó que pasara desapercibido entre la muchedumbre. De este modo fue capaz de seguir los movimientos del Vicealmirante y su misteriosa acompañante sin que ninguno de ellos reparasen en su presencia. Sin embargo para el joven de cabellos plateados resultaba muy sencillo mantener a su superior localizado en todo momento, pues su enorme altura y su pelaje verde brillante le convertían en una especie de oveja negra en mitad del rebaño, tremendamente fácil de identificar incluso en los lugares más multitudinarios.

Tras pasar la primera sala, en la que tan solo había máquinas tragaperras muy similares a las existentes en locales mucho más pequeños y menos sofisticados, el oficial y la mujer que iba con él se detuvieron en un puesto de cambio de fichas. Allí ambos demostraron su descomunal poderío económico intercambiando por aquellas fichas para jugar una cantidad de berries muchas veces superior a la que Ray había visto en su vida. Desde luego, estaba claro que el sueldo de un Vicealmirante daba para mucho a juzgar por el comportamiento de Bâtard. Lo que desconocía por completo era de dónde provenía la riqueza de su compañera.

Al pasar tras ellos el joven se vio obligado prácticamente por la situación a cambiar unas pocas monedas por aquellos curiosos ítems que servían para ser apostados en el juego. Al parecer sin fichas no se podía acceder a la siguiente sala, por lo que por mucho que le pesara tuvo que dejar allí una parte de su dinero. Siendo alguien que se había criado en la extrema pobreza, e incluso durante varios años en las calles del Reino de Oykot, nunca entendería cómo alguien podía jugarse tan alegremente lo que tanto le había costado ganar, así que tan solo intercambió la mínima cantidad permitida por el establecimiento. Acto seguido se quitó la casaca de marine, dejando ver la ajustada camiseta sin mangas que llevaba debajo. Esta marcaba a la perfección su tremendamente definida aunque no demasiado voluminosa musculatura, confiriéndole un aspecto aún más intimidatorio. Dobló la casaca como pudo para que los símbolos de la Marina no quedaran a la vista y ató las mangas en torno a su cintura para dejarla allí colgada.

Al entrar en la siguiente estancia el joven se quedó anonadado. La cantidad de distintas formas de juego que allí se ofrecían era a todas luces excesiva, con una oferta tan amplia que resultaba imposible siquiera fijarse en todas ellas. Observó cómo el mink lobo y la mujer se sentaban en una mesa en la que se realizaba alguna clase de juego de cartas, y miró rápidamente a su alrededor buscando un sitio desde el que pudiera mantener su vigilancia sobre ellos y que estuviera situado a su espalda a una distancia prudencial de unos diez metros. Una vez lo encontrara se sentaría, fingiendo interés en el juego que le tocase pero sin dejar de mirar hacia todas partes.

Tras un rato en el que el joven estuvo tremendamente tenso mientras mantenía su vigilancia en mitad de aquella desorbitada cantidad de distintos estímulos, un hombre hizo una teatral aparición en el centro de la sala, saludando a todos los clientes allí reunidos. Al parecer se trataba nada más y nada menos que de Patrick Sorvolo, el dueño del establecimiento. Pero en mitad de su discurso las luces se apagaron por completo repentinamente. Casi por instinto Ray utilizó su control total sobre los poderes de su Akuma no mi para dejar que unas antenas brotasen en su cabeza. De ese modo, gracias a los diferentes estímulos sensoriales que captaban estos órganos, podría compensar la falta de vista. Gracias a ello percibió el movimiento de algo, un objeto de pequeño tamaño que pasó a gran velocidad aproximadamente a un metro por encima de él.

La luz volvió un instante después, revelando que el objeto volador era un cuchillo, una pequeña daga. Esta había cruzado la sala hasta acabar hundiéndose en el pecho de uno de los guardias de seguridad de Sorvolo. Por instinto, sin pensar, el marine activó su Haki de Observación y miró hacia la dirección de la que había provenido el proyectil. Era fácil deducir el lugar aproximado desde el que procedía teniendo en cuenta su posición y la de la víctima, así como la altura a la que había percibido que había pasado sobre él. No sabía qué era lo que estaba ocurriendo, pero lo descubriría. El frívolo chiste con el que el dueño del Casino intentó quitar hierro al asunto no le convenció lo más mínimo de que todo formaba parte de la normalidad como al parecer así quería hacer pensar al resto de sus clientes. Tampoco quería perder de vista a Bâtard, pero según lo que la mezcla de estímulos percibidos por su vista, sus antenas y su Haki le dijera, seguramente tendría que elegir entre continuar protegiéndole o intentar esclarecer lo ocurrido.

Resumen y cosas
#6


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RE: [A-Presente] Pelillos a la mar [Tier 3] - por Ray - 25-09-2024, 06:37 PM

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