Percival Höllenstern
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25-09-2024, 10:07 PM
Día 30 del verano de 724
El aroma del salitre del puerto de Loguetown golpeaba las fosas nasales de Byron mientras caminaba a paso firme por los muelles, regresando de hacer el papeleo de atraque al puerto. Era un pirata, sí, pero en una ciudad con una presencia Marine tan imponente, tenía que cumplir las normas, especialmente tras los disturbios que habían acontecido en el G-31 hace no demasiado y que aumentaban la presencia militar del lugar.
Byron ataviaba una camiseta de hombreras muy ceñida con cuello alto de color negro abierta en su espalda, dejando ver claramente las cicatrices de su espalda. Sobre ella, una camisa blanco sucio o beige, algo deteriorada y que sobrepasa la anchura de su torso, que queda fija debido a su pantalón bombacho de color granate apagado que lleva puesto, el cual se encorseta hasta el ombligo.
Su barco, el infame "Duck Duck Go n.º 1", el que había comandado en breves, pero intensos saqueos y escapadas magistrales, no estaba donde lo había dejado.
A su lado, los murmullos de los marineros y los comerciantes no pasaban desapercibidos. Había algo en el aire, una tensión que parecía volverse más densa con cada paso. Los ojos de Byron barrían el puerto, buscando cualquier rastro de su nave, pero solo encontraba extrañas miradas de reojo y el traqueteo de las cajas siendo descargadas de otros navíos.
No tardó en encontrar la respuesta que necesitaba. Un par de marines, con el pecho inflado y las espadas colgando de sus cinturones, estaban apostados junto a una pila de cajas de suministros. Uno de ellos, un oficial de bigote fino y aire de superioridad, examinaba unos papeles.
Vestía su uniforme con una pulcritud que delataba su rango, pero no hacía alarde de él. Belmonte, como muchos lo llamaban en voz baja, era conocido por su forma calculadora de actuar. No había grandilocuencias en él, ni amenazas explícitas. Solo un control sutil y frío.
Alrededor, los murmullos de los marineros eran apenas perceptibles. Las noticias se filtraban con cuidado entre los muelles, como el propio susurro del viento y de las olas. Algunos sabían lo que había pasado con el barco pirata, pero pocos se atrevían a hablar abiertamente de ello. Belmonte era un hombre que no necesitaba levantar la voz para que su presencia se sintiera, y no por el hecho de su porte físico, sino más bien por su reputación extrema.
Belmonte permanecía inmóvil, con los papeles en mano, mientras sus ojos seguían recorriendo el puerto con una indiferencia estudiada. A simple vista, parecía que solo estaba cumpliendo con su labor, supervisando la actividad de los muelles. Sin embargo, era evidente que algo más se ocultaba tras su mirada calculadora.
Cerca de él, algunos marineros intercambiaban miradas rápidas, como si temieran hablar en voz alta. Uno de ellos, un hombre con el rostro curtido por el sol y las manos llenas de cicatrices, murmuró algo que apenas alcanzaba a oírse, pero que llegaba a oídos atentos. —El barco... no volverá a zarpar hasta que él lo diga—, comentó, aunque rápidamente se viró arrepentido de haber dicho demasiado, y se perdió en la multitud del puerto con cierto disimulo.
El nombre de Belmonte flotaba en el aire como una amenaza tácita para todos, pero no había palabras directas sobre el "Duck Duck Go n.º 1".
Si algo había sucedido con su barco, nadie daría cuenta de ello. Los papeles que el marine sostenía no contenían detalles específicos, pero algunos presentes sabían que cuando él intervenía, siempre había más que un mero control rutinario.
Belmonte continuaba su supervisión, impasible, mientras un rumor sutil empezaba a crecer entre los comerciantes y los marineros. —Nada se mueve aquí sin que él lo sepa— alguien susurró, lo suficientemente bajo como para evitar problemas, pero dejando claro que cualquier acción requeriría un enfoque cuidadoso y, sobre todo, el miedo que esta figura de porte desgarbado y rimbombante bigote sugería pese a su apariencia.
¿Qué haría el joven Byron para tornar la situación a su favor?