Marvolath
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26-09-2024, 03:26 AM
(Última modificación: 26-09-2024, 03:35 AM por Marvolath.
Razón: Detalles
)
Alojamiento bajo techo. Volvió a inspeccionar la habitación, hasta detenerse en el cajón donde descansaba el niño. Miró a la mujer con ojos inexpresivos, y asintió lentamente en señal de agradecimiento. No eran gran cosa y tendría que conformarse con dormir en el suelo, pero en caso de apuro sería mejor que dormir a la intemperie.
La mejor recompensa había sido, sin duda, la información de aquella clase de hospital en el puerto. Por la descripción que le había dado parecía más un hospicio, y eso significaba pacientes desesperados, que darían todo lo que tienen y más por la promesa de curarse. Pacientes que nadie echaría de menos. Un pinchazo de culpabilidad le mordió el pecho. Ese pensamiento no era suyo, sino de un pasado que creía haber enterrado que, en ocasiones, conseguía regresar.
Desanduvo el camino que lo había llevado a aquella casa, por aquel callejón que ahora no le parecía tan oscuro ni que trajese tantos problemas. Se perdió entre las calles, navegando a ciegas entre el gentío que recorría afanoso el laberinto de chozas, cajas, y pequeños puestos que no se molestó en mirar al no tener con qué pagar. Sea por fortuna o porque no le quedaban más calles que recorrer, llegó al puerto.
La actividad era más frenética si cabe, con hileras de marineros que descargaban los pesqueros, mercaderes que compraban a pie de calle, y porteadores y carretas que se llevaban los artículos para repartirlos en la ciudad. Aunque encontró varios almacenes, reconoció sin problema el que le habían hablado: era el único que sin más actividad que unos pocos hombres sentados en la puerta, mendigando.
Se adentró, ignorando las miradas extrañadas de los enfermos que flanqueaban la puerta. Alguien tenía que estar al mando allí dentro, y debía ganarse su confianza o, al menos su respeto, demostrar que les era útil. Y ahora que se había quedado sin las hierbas necesarias sería especialmente difícil. Apretó los dientes. Ya habían pasado veinte años desde que partió para encontrar una nueva forma de medicina que no requiriese nada más que al propio médico, pues los remedios habían demostrado no ser suficientes.
Deambuló por las salas y pasillos acompañado por el olor a enfermedad, desinfectante rancio, y humo de lámpara de aceite; y del eco de la tos y los gemidos. Exploró visualmente a los enfermos, haciéndose una idea de las dolencias comunes y estudiando qué caso podría tratar de resolver para impresionar al personal, si es que llegaba a encontrar a alguno.
La mejor recompensa había sido, sin duda, la información de aquella clase de hospital en el puerto. Por la descripción que le había dado parecía más un hospicio, y eso significaba pacientes desesperados, que darían todo lo que tienen y más por la promesa de curarse. Pacientes que nadie echaría de menos. Un pinchazo de culpabilidad le mordió el pecho. Ese pensamiento no era suyo, sino de un pasado que creía haber enterrado que, en ocasiones, conseguía regresar.
Desanduvo el camino que lo había llevado a aquella casa, por aquel callejón que ahora no le parecía tan oscuro ni que trajese tantos problemas. Se perdió entre las calles, navegando a ciegas entre el gentío que recorría afanoso el laberinto de chozas, cajas, y pequeños puestos que no se molestó en mirar al no tener con qué pagar. Sea por fortuna o porque no le quedaban más calles que recorrer, llegó al puerto.
La actividad era más frenética si cabe, con hileras de marineros que descargaban los pesqueros, mercaderes que compraban a pie de calle, y porteadores y carretas que se llevaban los artículos para repartirlos en la ciudad. Aunque encontró varios almacenes, reconoció sin problema el que le habían hablado: era el único que sin más actividad que unos pocos hombres sentados en la puerta, mendigando.
Se adentró, ignorando las miradas extrañadas de los enfermos que flanqueaban la puerta. Alguien tenía que estar al mando allí dentro, y debía ganarse su confianza o, al menos su respeto, demostrar que les era útil. Y ahora que se había quedado sin las hierbas necesarias sería especialmente difícil. Apretó los dientes. Ya habían pasado veinte años desde que partió para encontrar una nueva forma de medicina que no requiriese nada más que al propio médico, pues los remedios habían demostrado no ser suficientes.
Deambuló por las salas y pasillos acompañado por el olor a enfermedad, desinfectante rancio, y humo de lámpara de aceite; y del eco de la tos y los gemidos. Exploró visualmente a los enfermos, haciéndose una idea de las dolencias comunes y estudiando qué caso podría tratar de resolver para impresionar al personal, si es que llegaba a encontrar a alguno.