Octojin
El terror blanco
26-09-2024, 09:15 AM
Octojin se sintió ligeramente abrumado ante la intensidad de Airgid. Aunque había prometido "bajar las revoluciones", el tiburón sentía que la humana seguía siendo un torbellino incontrolable de energía. Quizá era la edad, o puede que simplemente su forma de ser fuese así. Era una chispa constante de preguntas y comentarios, gesticulando de manera tan exagerada que, pese a estar acostumbrado a un entorno diferente, no pudo evitar sentirse desbordado a todos los niveles. Sin embargo, la forma en que Airgid gesticulaba y explicaba sus ideas lo desarmaba un poco. No podía evitar que una gran sonrisa se le escapara al verla hablar con tanta pasión, especialmente cuando empezó a escenificar su idea de una moto voladora.
Aquellos sonidos, gestos y escenificaciones parecían ser sacados de un sketch de humor. Lo tenían todo realmente. Y lo mejor de todo es que situaban al oyente en el mismo sitio sitio en el que simulaba estar la humana —o eso creía el gyojin, ya que estar en la mente de Airgid debía ser sumamente complicado—. Aún así, no pudo evitar irse a su pasado con aquella improvisada obra montada por la joven.
—Me recuerdas mucho a un tipo que vivía en la Isla Gyojin —comentó mientras la veía mover las manos con entusiasmo—. Era un humorista que solía actuar en un sitio llamado "La Chocita del Pez Loro". Contaba monólogos y hacía reír a todos. Tú tienes ese mismo toque —añadió con una risa que resonó en todo el lugar. La carcajada del tiburón fue sincera y profunda, algo que pocas veces permitía salir, pero la intensidad y energía de Airgid lo hacían imposible de contener.
Asintió cuando la humana comentó lo de la moto, y sin dudarlo, le respondió que ambos oficios podían casar bien. Él, como carpintero, había trabajado en muchas cosas relacionadas con la construcción y la reparación de navíos, pero siempre había sentido curiosidad por los inventores y los ingenieros que trabajaban con metal y máquinas. Aquello le parecía mucho más complejo. Había que usar más el intelecto, hacer pruebas y ver cómo funcionaban, fallar muchas veces hasta acertar, y aquello le daba una pereza absoluta. Su trabajo era mucho más rutinario, quizá, pero siempre iba a lo seguro.
—Puede que tengamos una buena combinación aquí —comentó mientras la observaba—. Tú inventas y yo trabajo la madera, podríamos crear cosas interesantes.
Sin embargo, lo que lo dejó atónito fue cuando Airgid propuso una competencia de levantamiento de peso. La sonrisa de Octojin se congeló un segundo, y luego sus ojos se abrieron ampliamente en una expresión de sorpresa genuina. No esperaba que la humana, tan menuda y delgada en comparación con él, tuviera semejante confianza en sus capacidades. No pudo evitar soltar una carcajada, aunque esta vez de incredulidad. La ojeó varias veces de arriba a abajo, algo atónito, y esperando que realmente tuviese una inmensa fuerza y no simplemente un exceso de autoconfianza.
—¿De verdad crees que puedes ganarme en una competencia de fuerza? —le preguntó, aún con una sonrisa en el rostro, aunque con un toque de desafío.
Decidido a demostrarle que no hablaba en vano cuando decía que era capaz de levantar toneladas, Octojin caminó unos metros hasta un bidón gigante de metal que había visto desde su posición y se encontraba entre los montones de chatarra del Gray Terminal. El bidón, oxidado por el tiempo y visiblemente pesado, parecía un desafío considerable para cualquier humano, pero no para Octojin. Parecía haber sido un contenedor de gasolina o cualquier otro líquido infamable, ya que aunque estaba oxidado, se veían varios símbolos de peligro por material inflamable.
Flexionando sus rodillas, el escualo se colocó en posición para levantarlo y, con un potente impulso y un leve esfuerzo, lo alzó con una sentadilla perfecta, manteniéndolo sobre sus hombros por unos segundos antes de dejarlo caer con suavidad. Esos segundos le valieron para hacerse a una idea de lo que el bidón pesaba.
—Vamos, tu turno —le dijo mientras señalaba el bidón, con un tono desafiante pero sin perder el humor. No sabía qué esperar de Airgid, pero la competencia le parecía entretenida—. Eso debe pesar entre trescientos y seiscientos kilos, está bien para ir calentando.
Airgid, con esa energía inagotable, parecía más que dispuesta a intentarlo, y Octojin la observaba con curiosidad. El tiburón, aunque imponente, empezaba a sentir algo más que respeto por esa humana tan decidida y llena de pasión. Le estaba despertando un lado de ternura que habría dado por imposible cuando la conoció. Puede que después de todo no fuese tan sencillo ganarle.
Y con una sonrisa en los labios, se preparó para ver el intento de su nueva compañera en esa inusual competencia, a la par que ojeaba el lugar para ver si había algo más pesado que aquél bidón en los alrededores. Si la humana levantaba aquél bidón... ¿Cuál sería el siguiente intento?
Aquellos sonidos, gestos y escenificaciones parecían ser sacados de un sketch de humor. Lo tenían todo realmente. Y lo mejor de todo es que situaban al oyente en el mismo sitio sitio en el que simulaba estar la humana —o eso creía el gyojin, ya que estar en la mente de Airgid debía ser sumamente complicado—. Aún así, no pudo evitar irse a su pasado con aquella improvisada obra montada por la joven.
—Me recuerdas mucho a un tipo que vivía en la Isla Gyojin —comentó mientras la veía mover las manos con entusiasmo—. Era un humorista que solía actuar en un sitio llamado "La Chocita del Pez Loro". Contaba monólogos y hacía reír a todos. Tú tienes ese mismo toque —añadió con una risa que resonó en todo el lugar. La carcajada del tiburón fue sincera y profunda, algo que pocas veces permitía salir, pero la intensidad y energía de Airgid lo hacían imposible de contener.
Asintió cuando la humana comentó lo de la moto, y sin dudarlo, le respondió que ambos oficios podían casar bien. Él, como carpintero, había trabajado en muchas cosas relacionadas con la construcción y la reparación de navíos, pero siempre había sentido curiosidad por los inventores y los ingenieros que trabajaban con metal y máquinas. Aquello le parecía mucho más complejo. Había que usar más el intelecto, hacer pruebas y ver cómo funcionaban, fallar muchas veces hasta acertar, y aquello le daba una pereza absoluta. Su trabajo era mucho más rutinario, quizá, pero siempre iba a lo seguro.
—Puede que tengamos una buena combinación aquí —comentó mientras la observaba—. Tú inventas y yo trabajo la madera, podríamos crear cosas interesantes.
Sin embargo, lo que lo dejó atónito fue cuando Airgid propuso una competencia de levantamiento de peso. La sonrisa de Octojin se congeló un segundo, y luego sus ojos se abrieron ampliamente en una expresión de sorpresa genuina. No esperaba que la humana, tan menuda y delgada en comparación con él, tuviera semejante confianza en sus capacidades. No pudo evitar soltar una carcajada, aunque esta vez de incredulidad. La ojeó varias veces de arriba a abajo, algo atónito, y esperando que realmente tuviese una inmensa fuerza y no simplemente un exceso de autoconfianza.
—¿De verdad crees que puedes ganarme en una competencia de fuerza? —le preguntó, aún con una sonrisa en el rostro, aunque con un toque de desafío.
Decidido a demostrarle que no hablaba en vano cuando decía que era capaz de levantar toneladas, Octojin caminó unos metros hasta un bidón gigante de metal que había visto desde su posición y se encontraba entre los montones de chatarra del Gray Terminal. El bidón, oxidado por el tiempo y visiblemente pesado, parecía un desafío considerable para cualquier humano, pero no para Octojin. Parecía haber sido un contenedor de gasolina o cualquier otro líquido infamable, ya que aunque estaba oxidado, se veían varios símbolos de peligro por material inflamable.
Flexionando sus rodillas, el escualo se colocó en posición para levantarlo y, con un potente impulso y un leve esfuerzo, lo alzó con una sentadilla perfecta, manteniéndolo sobre sus hombros por unos segundos antes de dejarlo caer con suavidad. Esos segundos le valieron para hacerse a una idea de lo que el bidón pesaba.
—Vamos, tu turno —le dijo mientras señalaba el bidón, con un tono desafiante pero sin perder el humor. No sabía qué esperar de Airgid, pero la competencia le parecía entretenida—. Eso debe pesar entre trescientos y seiscientos kilos, está bien para ir calentando.
Airgid, con esa energía inagotable, parecía más que dispuesta a intentarlo, y Octojin la observaba con curiosidad. El tiburón, aunque imponente, empezaba a sentir algo más que respeto por esa humana tan decidida y llena de pasión. Le estaba despertando un lado de ternura que habría dado por imposible cuando la conoció. Puede que después de todo no fuese tan sencillo ganarle.
Y con una sonrisa en los labios, se preparó para ver el intento de su nueva compañera en esa inusual competencia, a la par que ojeaba el lugar para ver si había algo más pesado que aquél bidón en los alrededores. Si la humana levantaba aquél bidón... ¿Cuál sería el siguiente intento?