Octojin
El terror blanco
26-09-2024, 02:55 PM
Octojin respiraba con cierta dificultad, su pecho subía y bajaba rápidamente mientras observaba cómo Ibon salía disparado por el aire. Lo había logrado. Sentía un cansancio que le recorría cada músculo, pero ver al pirata volar y caer al mar lo llenaba de una gran satisfacción. Todo alrededor parecía moverse en cámara lenta; piratas que huían despavoridos, frutos del terror de haber visto a su superior caer, otros que corrían a socorrer a su camarada, y sus compañeros marines que lo vitoreaban. Las voces de ánimo y las aclamaciones de los marines eran como una inyección de energía, renovando la vitalidad y levantando el espíritu del escualo. Por un instante, Octojin se sintió verdaderamente genial. Habían depositado una gran confianza en él, y éste había respondido de una manera genuina, protegiendo a sus aliados y haciendo que el rival más fuerte cayese.
Sin embargo, sabía que no podía quedarse allí regodeándose en su victoria. La batalla estaba lejos de haber terminado. Observó a sus compañeros, viendo que algunos vitoreaban y otros empezaban a moverse. No había ningún cargo alto presente, así que decidió tomar las riendas del lugar. Rápidamente, les dio una orden clara, frenando los vítores y dándoles a entender que ya habría momento de celebrar si es que todo salía bien. Apenas habían logrado una simple victoria, necesaria, eso sí, pero aún quedaba algo mayor.
—¡Vosotros dos! —señaló a los dos marines más cercanos—. Id y uníos a los otros dos en las carabinas. Apoyadlos y arrestad a Ibon y a todo el que esté con él. Debería seguir inconsciente, pero si veis cualquier signo de peligro, pedid refuerzos. Ese tipo es muy fuerte, no merece la pena perder más efectivos si lo podemos remediar.
El habitante del mar confiaba en que el impacto que le había dado a Ibon sería suficiente para mantener al pirata fuera de combate durante un tiempo; después de todo, el golpe que había lanzado había sido brutal, y esperaba que Ibon estuviera inconsciente por un buen rato, o al menos el suficiente para ser detenido. Y si no, esperaba que los marines no fuesen demasiado orgullosos y pidiesen refuerzos. En cualquier caso, Ibon debía estar agotado si despertaba, y el combate contra él seguramente le había cansado y magullado a partes iguales, por lo que no sería la amenaza que había sido contra él. O eso quería creer.
Giró la vista hacia la carpa, su próximo objetivo, y comenzó a correr hacia ella. Su mente estaba enfocada en lo que venía. Cada paso que daba resonaba con fuerza en la madera de la cubierta, su cuerpo se movía como una masa de puro músculo llena de una determinación que había sacado tras la pelea contra Ibon y los vítores recibidos. Mientras se acercaba, pudo ver el panorama desalentador que lo aguardaba dentro de la carpa. Aquella parecía ser la verdadera razón por la cual la misión no parecía estar yendo del todo bien.
Piratas y marines se enfrentaban en una brutal refriega. Hombres y mujeres luchaban cuerpo a cuerpo, algunos ya caídos e inconscientes, mientras otros continuaban la pelea con fiereza. Al fondo, divisó a la sargento Abott, sangrando por la cabeza y jadeando, claramente en apuros. La vista le hizo acelerar el paso.
—¡Abott! —rugió mientras luchaba por abrirse paso entre los piratas.
Dos piratas se lanzaron hacia él con palos y cuchillos improvisados, pero Octojin reaccionó con rapidez. Deslizó su cuerpo hacia un lado, esquivando el golpe de uno, mientras con su brazo derecho lanzaba un potente puñetazo al otro, enviándolo a volar varios metros hacia atrás. Sin detenerse, propinó una patada al primer pirata, haciéndolo chocar contra una pila de cajas. Los atacantes cayeron sin remedio ante la fuerza brutal del gyojin, que se iba abriendo paso ejerciendo como factor sorpresa. La mayoría de piratas a los que iba impactando estaban luchando contra marines o aprovechando una pequeña pausa para recobrar el aliento.
Cuando finalmente alcanzó a la sargento Abott, se lanzó a un pirata que se acercaba con una barra de hierro realizando un firme placaje. El impacto del golpe resonó como un trueno, derribando al atacante instantáneamente.
—¿Estás bien? ¿Cómo está aquí la situación? —preguntó con preocupación mientras observaba su herida y recobraba el aliento. La carrera y los golpes propinados, sumados a las altas pulsaciones al haber visto el panorama, le habían jugado una mala pasada al tiburón.
—La situación en la cubierta está controlada —informó Octojin mientras sus ojos recorrían el campo de batalla y se colocaba a la espalda de la sargento, chocando una con otra—. Ibon está neutralizado y ha caído al mar. Hay varios efectivos esperando a capturarlo, y la primera parte de la misión fue un éxito —dijo, bajando la voz al final para que nadie más lo escuchara. Se estaba refiriendo al sabotaje que había hecho minutos atrás y que no pensaba decir en voz alta para que nadie lo supiera. Si intentaban huir en el barco, les sería imposible.
Octojin se giró, preparándose para lo que venía. Tomó una postura defensiva, listo para pelear. No sabía que más vendría, pero estaba claro que si habían puesto en una situación tan comprometida al resto de marines, seguro que no era nada bueno.
Le había llamado la atención que todos los piratas estaban vestidos con atuendos circenses, armados con barras, cuchillos y herramientas improvisadas, y tenían un particular estilo de lucha que implicaba armas típicas de gimnasios y circos. Todo muy curioso, desde luego.
—Lo vamos a lograr, Abott, estoy seguro. Solo tenemos que trabajar en equipo —susurró Octojin mientras mantenía una postura defensiva, estando al acecho como buen depredador que era. Habían ganado la primera batalla, pero la lucha estaba a punto de volver a comenzar. Y esta vez sería más difícil aún.
Sin embargo, sabía que no podía quedarse allí regodeándose en su victoria. La batalla estaba lejos de haber terminado. Observó a sus compañeros, viendo que algunos vitoreaban y otros empezaban a moverse. No había ningún cargo alto presente, así que decidió tomar las riendas del lugar. Rápidamente, les dio una orden clara, frenando los vítores y dándoles a entender que ya habría momento de celebrar si es que todo salía bien. Apenas habían logrado una simple victoria, necesaria, eso sí, pero aún quedaba algo mayor.
—¡Vosotros dos! —señaló a los dos marines más cercanos—. Id y uníos a los otros dos en las carabinas. Apoyadlos y arrestad a Ibon y a todo el que esté con él. Debería seguir inconsciente, pero si veis cualquier signo de peligro, pedid refuerzos. Ese tipo es muy fuerte, no merece la pena perder más efectivos si lo podemos remediar.
El habitante del mar confiaba en que el impacto que le había dado a Ibon sería suficiente para mantener al pirata fuera de combate durante un tiempo; después de todo, el golpe que había lanzado había sido brutal, y esperaba que Ibon estuviera inconsciente por un buen rato, o al menos el suficiente para ser detenido. Y si no, esperaba que los marines no fuesen demasiado orgullosos y pidiesen refuerzos. En cualquier caso, Ibon debía estar agotado si despertaba, y el combate contra él seguramente le había cansado y magullado a partes iguales, por lo que no sería la amenaza que había sido contra él. O eso quería creer.
Giró la vista hacia la carpa, su próximo objetivo, y comenzó a correr hacia ella. Su mente estaba enfocada en lo que venía. Cada paso que daba resonaba con fuerza en la madera de la cubierta, su cuerpo se movía como una masa de puro músculo llena de una determinación que había sacado tras la pelea contra Ibon y los vítores recibidos. Mientras se acercaba, pudo ver el panorama desalentador que lo aguardaba dentro de la carpa. Aquella parecía ser la verdadera razón por la cual la misión no parecía estar yendo del todo bien.
Piratas y marines se enfrentaban en una brutal refriega. Hombres y mujeres luchaban cuerpo a cuerpo, algunos ya caídos e inconscientes, mientras otros continuaban la pelea con fiereza. Al fondo, divisó a la sargento Abott, sangrando por la cabeza y jadeando, claramente en apuros. La vista le hizo acelerar el paso.
—¡Abott! —rugió mientras luchaba por abrirse paso entre los piratas.
Dos piratas se lanzaron hacia él con palos y cuchillos improvisados, pero Octojin reaccionó con rapidez. Deslizó su cuerpo hacia un lado, esquivando el golpe de uno, mientras con su brazo derecho lanzaba un potente puñetazo al otro, enviándolo a volar varios metros hacia atrás. Sin detenerse, propinó una patada al primer pirata, haciéndolo chocar contra una pila de cajas. Los atacantes cayeron sin remedio ante la fuerza brutal del gyojin, que se iba abriendo paso ejerciendo como factor sorpresa. La mayoría de piratas a los que iba impactando estaban luchando contra marines o aprovechando una pequeña pausa para recobrar el aliento.
Cuando finalmente alcanzó a la sargento Abott, se lanzó a un pirata que se acercaba con una barra de hierro realizando un firme placaje. El impacto del golpe resonó como un trueno, derribando al atacante instantáneamente.
—¿Estás bien? ¿Cómo está aquí la situación? —preguntó con preocupación mientras observaba su herida y recobraba el aliento. La carrera y los golpes propinados, sumados a las altas pulsaciones al haber visto el panorama, le habían jugado una mala pasada al tiburón.
—La situación en la cubierta está controlada —informó Octojin mientras sus ojos recorrían el campo de batalla y se colocaba a la espalda de la sargento, chocando una con otra—. Ibon está neutralizado y ha caído al mar. Hay varios efectivos esperando a capturarlo, y la primera parte de la misión fue un éxito —dijo, bajando la voz al final para que nadie más lo escuchara. Se estaba refiriendo al sabotaje que había hecho minutos atrás y que no pensaba decir en voz alta para que nadie lo supiera. Si intentaban huir en el barco, les sería imposible.
Octojin se giró, preparándose para lo que venía. Tomó una postura defensiva, listo para pelear. No sabía que más vendría, pero estaba claro que si habían puesto en una situación tan comprometida al resto de marines, seguro que no era nada bueno.
Le había llamado la atención que todos los piratas estaban vestidos con atuendos circenses, armados con barras, cuchillos y herramientas improvisadas, y tenían un particular estilo de lucha que implicaba armas típicas de gimnasios y circos. Todo muy curioso, desde luego.
—Lo vamos a lograr, Abott, estoy seguro. Solo tenemos que trabajar en equipo —susurró Octojin mientras mantenía una postura defensiva, estando al acecho como buen depredador que era. Habían ganado la primera batalla, pero la lucha estaba a punto de volver a comenzar. Y esta vez sería más difícil aún.