Atlas
Nowhere | Fénix
26-09-2024, 08:38 PM
Día 30 de Verano del 724
Sí, estamos de acuerdo en que era una misión terriblemente importante. Vale, no admitía demora y todos nuestros esfuerzos y nuestra atención debían estar volcados en que todo saliera lo mejor posible. Absolutamente nadie se atrevería a insinuar siquiera que podía haber algo que hacer antes que eso, algo que pudiera soñar con rivalizar con la relevancia de la escolta. Meethook era crucial para la Marina en el East Blue y estaba en peligro. Había que defenderlo y ponerlo a salvo; por eso nos habían enviado a nosotros. Vale, pero me faltaba la foto tamaño carnet para mi ficha en la Marina.
Para explicar este pequeño contratiempo nos tendríamos que retrotraer al principio del verano, cuando me alisté en la Marina con la intención de surcar los mares en defensa de la verdad, la libertad y la jus... ¿Cómo?, ¿que no cuela? Bueno, vale, me alisté con el profundo de anhelo de diluirme como una gota en medio de un océano de uniformes, pasar lo más inadvertido posible y, en definitiva, tener un sueldo fijo por no dar un palo al agua. Básicamente, buscarme un despachito en alguna isla con muchas cosas para hacer en mi tiempo libre, pasar sentado entre siete y ocho horas al día rellenando formularios y documentos para, a final de mes, vivir del cuento. El único problema era que me habían destinado a la base de Loguetown, la más importante del East Blue, y se me había asignado un grupo destinado al conflicto bélico que, por desgracia, había destacado bastante por encima de los demás.
En medio de esa vorágine, a pesar de los múltiples recordatorios de esas personas cuyo puesto de trabajo yo tanto anhelaba, no había hecho entrega de mi foto para que se me abriese la ficha en condiciones. Eso provocaba que a efectos prácticos existiese en la Marina y al mismo tiempo no. Dentro de Loguetown había poco problema, pero en una misión de vida o muerte en una isla diferente, que uno de los participantes no tuviese los papeles en regla podía convertirse en un problema administrativo. No pasaba nada si Meethook se iba al hoyo, pero como mi foto no estuviese en su sitio para cuando la misión finalizara se me podía caer el pelo. De momento no había visto zonas poco pobladas, pero no quería arriesgarme.
En definitiva, después de que hubiésemos desembarcado en Isla Kilombo el resto del grupo se había puesto en marcha hacia una taberna en Rostock para comer algo y descansar antes del momento decisivo. Yo debía unirme a ellos cuanto antes, por supuesto, pero me había escabullido un rato —si algo se me daba bien era eso, quitarme de en medio sin que nadie se diese cuenta— para intentar solucionar mi pequeño problema burocrático. ¿Cómo? Pues muy sencillo: por fortuna había una base de la Marina en la isla. Allí se encontraba destinado el G-23, así que supuse que entre sus instalaciones tendrían su correspondiente oficina con su correspondiente administrativo o administrativa, su correspondiente sello, su correspondiente chicle mascado con la boca abierta y sin sabor desde hacía horas y su correspondiente desidia y rencor injustificado hacia el mundo. La descripción de quien se sienta detrás de un mostrador de esos, vaya. Con algo de suerte alguien me podría hacer la dichosa foto, de paso, porque sin ella poco o nada tenía que hacer.
Conseguí llegar al cuartel en menos que canta un gallo y no tuve demasiado problema para entrar después de enseñar mi identificación —sin foto, claro, creo que ya os he comentado mi problemilla—. Allí todos parecían conocerse bien y no faltaban los ojos que me miraban con cierta desconfianza. Supuse que no era de extrañar en un enclave mucho más limitado en cuanto a personal, así que no le di mayor importancia. Me dirigí a la sección de personal y peregriné por cuatro mostradores hasta que finalmente di con el lugar donde podía entregar los datos que me faltaban para regularizar mi situación.
—¿Y la foto? —preguntó entonces la mujer que, para sorpresa de nadie, cumplía a la perfección el cliché que tenía en mente. Tenía un moño alto y canoso, eso sí.
—Mierda —se me escapó. Era precisamente lo que me faltaba y lo había olvidado con las prisas de la misión—. ¿Hay por aquí algún lugar en el que me la pueda hacer?
La mujer arqueó una ceja, la derecha, antes de inclinar la cabeza hacia un lado, mirar a una puerta gris situada a mis espaldas y señalarla con una uña con más sesiones de manicura que los baños que yo me había dado la última semana. No era la persona más agradable del mundo, eso estaba claro, pero al menos se había dignado a darme una solución en vez de decirme que solicitase otra cita cuando tuviese lo necesario. Dentro del aparato gris en el que se movía, quizás hasta se la podría definir como un ser de luz. Agradeciéndole el gesto, me di la vuelta y me dispuse a encarar el lugar que me había indicado. ¿Tenían un fotógrafo allí dentro? No era lo más habitual que se podía encontrar en un cuartel de la Marina, eso estaba claro.
Para explicar este pequeño contratiempo nos tendríamos que retrotraer al principio del verano, cuando me alisté en la Marina con la intención de surcar los mares en defensa de la verdad, la libertad y la jus... ¿Cómo?, ¿que no cuela? Bueno, vale, me alisté con el profundo de anhelo de diluirme como una gota en medio de un océano de uniformes, pasar lo más inadvertido posible y, en definitiva, tener un sueldo fijo por no dar un palo al agua. Básicamente, buscarme un despachito en alguna isla con muchas cosas para hacer en mi tiempo libre, pasar sentado entre siete y ocho horas al día rellenando formularios y documentos para, a final de mes, vivir del cuento. El único problema era que me habían destinado a la base de Loguetown, la más importante del East Blue, y se me había asignado un grupo destinado al conflicto bélico que, por desgracia, había destacado bastante por encima de los demás.
En medio de esa vorágine, a pesar de los múltiples recordatorios de esas personas cuyo puesto de trabajo yo tanto anhelaba, no había hecho entrega de mi foto para que se me abriese la ficha en condiciones. Eso provocaba que a efectos prácticos existiese en la Marina y al mismo tiempo no. Dentro de Loguetown había poco problema, pero en una misión de vida o muerte en una isla diferente, que uno de los participantes no tuviese los papeles en regla podía convertirse en un problema administrativo. No pasaba nada si Meethook se iba al hoyo, pero como mi foto no estuviese en su sitio para cuando la misión finalizara se me podía caer el pelo. De momento no había visto zonas poco pobladas, pero no quería arriesgarme.
En definitiva, después de que hubiésemos desembarcado en Isla Kilombo el resto del grupo se había puesto en marcha hacia una taberna en Rostock para comer algo y descansar antes del momento decisivo. Yo debía unirme a ellos cuanto antes, por supuesto, pero me había escabullido un rato —si algo se me daba bien era eso, quitarme de en medio sin que nadie se diese cuenta— para intentar solucionar mi pequeño problema burocrático. ¿Cómo? Pues muy sencillo: por fortuna había una base de la Marina en la isla. Allí se encontraba destinado el G-23, así que supuse que entre sus instalaciones tendrían su correspondiente oficina con su correspondiente administrativo o administrativa, su correspondiente sello, su correspondiente chicle mascado con la boca abierta y sin sabor desde hacía horas y su correspondiente desidia y rencor injustificado hacia el mundo. La descripción de quien se sienta detrás de un mostrador de esos, vaya. Con algo de suerte alguien me podría hacer la dichosa foto, de paso, porque sin ella poco o nada tenía que hacer.
Conseguí llegar al cuartel en menos que canta un gallo y no tuve demasiado problema para entrar después de enseñar mi identificación —sin foto, claro, creo que ya os he comentado mi problemilla—. Allí todos parecían conocerse bien y no faltaban los ojos que me miraban con cierta desconfianza. Supuse que no era de extrañar en un enclave mucho más limitado en cuanto a personal, así que no le di mayor importancia. Me dirigí a la sección de personal y peregriné por cuatro mostradores hasta que finalmente di con el lugar donde podía entregar los datos que me faltaban para regularizar mi situación.
—¿Y la foto? —preguntó entonces la mujer que, para sorpresa de nadie, cumplía a la perfección el cliché que tenía en mente. Tenía un moño alto y canoso, eso sí.
—Mierda —se me escapó. Era precisamente lo que me faltaba y lo había olvidado con las prisas de la misión—. ¿Hay por aquí algún lugar en el que me la pueda hacer?
La mujer arqueó una ceja, la derecha, antes de inclinar la cabeza hacia un lado, mirar a una puerta gris situada a mis espaldas y señalarla con una uña con más sesiones de manicura que los baños que yo me había dado la última semana. No era la persona más agradable del mundo, eso estaba claro, pero al menos se había dignado a darme una solución en vez de decirme que solicitase otra cita cuando tuviese lo necesario. Dentro del aparato gris en el que se movía, quizás hasta se la podría definir como un ser de luz. Agradeciéndole el gesto, me di la vuelta y me dispuse a encarar el lugar que me había indicado. ¿Tenían un fotógrafo allí dentro? No era lo más habitual que se podía encontrar en un cuartel de la Marina, eso estaba claro.