Camille Montpellier
El Bastión de Rostock
26-09-2024, 09:27 PM
La mirada de la oni se mantuvo fija en el careto de Takahiro mientras respondía a la alusión con gesto sorprendido, como si hubiera alguna duda del motivo por el que solo le estaba mirando a él. La pregunta era tan obvia que casi resultaba insultante tener siquiera que responderla.
—¿De verdad es necesario que te lo explique? —inquirió con tono de pocos amigos, visiblemente irritada.
No lo estaba de manera gratuita, sino porque pese a la advertencia no se le había escapado la mirada que el cabeza de musgo le había echado. Parecía ser algo superior a sus fuerzas: todo lo que tenía de poder y habilidad le faltaba de discreción y respeto. A veces resultaba tan descarado que rozaba la tentación de sucumbir al impulso de agarrarle ese cogote minúsculo que tenía y hacerlo crujir contra el suelo. Una fantasía que tendría que quedarse recluida en su cabeza, para bien o para mal. Era su compañero después de todo... ¿O lo era «a pesar» de todo? No estaba muy segura.
El grupo se fue terminando de reunir, apañándose cada uno como fue pudiendo para tener las pintas más de paisanos que era posible alcanzar. Cuando vio aparecer a Octojin, Camille pensó que la mejor opción en su caso era que, efectivamente, no intentase disimular. En cierto modo, casi hasta parecía más creíble que le hubiera robado el uniforme a algún marine tras darle una paliza que pensar que era un recluta de pies a cabeza. Rara vez se veían hombres-pez entre las filas de la Marina, más aún en uno de los cuatro Mares Cardinales como lo era el East Blue. Su gente era oriunda de la Grand Line y del Nuevo Mundo, o al menos allí debían ser más comunes. Por lo que había escuchado alguna vez, provenían de una isla que se encontraba próxima a la Red Line, aunque no conocía muchos detalles al respecto. El resto de la tropa, sin embargo, sí que logró con mayor eficacia vestirse para pasar desapercibidos. Casi hasta habrían formado un buen equipo de infiltración de no ser por los dos armarios empotrados que llevaban consigo.
Una vez estuvieron todos preparados, tocaba decidir qué plan de acción sería mejor seguir. Estaba claro que debían empezar por algún lugar y la propuesta de Atlas parecía bastante razonable: si estaban reclutando personas para la tripulación, lo normal sería buscar los sitios en los que abundase la peor calaña. Por norma general, en Loguetown eso podía traducirse en dos tipos de establecimientos: las tabernas y el casino. Por otro lado, el casino era probablemente un lugar con demasiada clase y poder económico como para que un pirata de tres al cuarto —pues no dejaba de ser un mindundi sin tripulación completa— pudiera reservar un espacio allí. Las tabernas, cantinas y posadas serían la mejor opción.
Camille se mantuvo en silencio mientras los demás empezaban a coordinarse. Nunca se le había dado bien eso de los equipos, ni siquiera de niña, pero Ray le demostró rápidamente que las cosas serían muy diferentes desde ese momento en adelante. Su mirada bajó para posarse en el albino, sonriendo un poco ante sus palabras. De alguna forma le resultaba entrañable que siempre se refiriera a ellos como «amigos», tanto por ser su superior como por el más que sobrado poderío que había demostrado en otras ocasiones. Le resultaba extraño escucharlo, pero no desagradable.
—Supongo que es la mejor opción que tenemos. Nada como unos muelles para reclutar marineros, ¿no? —le respondió, asintiendo.
Masao pareció unirse poco después y, tras soltarle a la oni un cumplido que no esperaba recibir por su parte y que la desarmó completamente por unos segundos, se unió a la pareja y emprendió la marcha con ellos hacia el puerto. De este modo, ambos grupos se separaron para hacer sus propias averiguaciones. Camille se había llevado su pequeño den den mushi y confiaba que alguno de sus compañeros así lo habría hecho también, de modo que podrían mantenerse en contacto y comunicar cualquier descubrimiento con tan solo una llamada.
El trayecto fue relativamente tranquilo hasta allí, aunque se dio cuenta que lejos de alejar la atención de ella, el pañuelo y sus ligeras vestimentas estaban captando las miradas de la gente con la que se cruzaban. Eso sí, podía percibir en ellos que la forma en la que la observaban era muy diferente a la habitual, lo cual era útil pero no pudo sino generarle un fuerte rechazo. Al menos no pensarían en ella como marine, que era el plan. Su ceño se frunció mientras intentaba no darle mayor importancia. Eran gajes del oficio, por injustos que fuesen.
A medida que se iban acercando al puerto, las voces del gentío se iban escuchando cada vez con mayor claridad. Una claridad caótica, pues todas intentaban superponerse las unas a las otras para ser las que más atención captasen.
—¡Pescado fresco! ¡Bonito, bonito, bonito pero para bonita usted!
—¡Eeeespecias! ¡Especias recién llegadas de la ruta de la abundancia! ¡Si viene de Arabasta, a su despensa le basta!
Al igual que ocurría en el mercado, alrededor de la zona de los muelles se erigían multitud de puestos comerciales, tanto de alimentos como de mercancías que, si no se adquirían allí, serían puestas a la venta a un precio mayor cuando llegasen a los comercios locales. Sin embargo, no todos los sitios sitios estaban ocupados por comerciantes, pues también había mesas donde la gente se inscribía en tripulaciones diversas. La mayoría eran pescadores que necesitaban reponer bajas, aunque no todos las naves buscaban el mismo tipo de gente.
Camille hizo un gesto sutil con la mano, señalando en aquella dirección.
—Empecemos por allí.
—¿De verdad es necesario que te lo explique? —inquirió con tono de pocos amigos, visiblemente irritada.
No lo estaba de manera gratuita, sino porque pese a la advertencia no se le había escapado la mirada que el cabeza de musgo le había echado. Parecía ser algo superior a sus fuerzas: todo lo que tenía de poder y habilidad le faltaba de discreción y respeto. A veces resultaba tan descarado que rozaba la tentación de sucumbir al impulso de agarrarle ese cogote minúsculo que tenía y hacerlo crujir contra el suelo. Una fantasía que tendría que quedarse recluida en su cabeza, para bien o para mal. Era su compañero después de todo... ¿O lo era «a pesar» de todo? No estaba muy segura.
El grupo se fue terminando de reunir, apañándose cada uno como fue pudiendo para tener las pintas más de paisanos que era posible alcanzar. Cuando vio aparecer a Octojin, Camille pensó que la mejor opción en su caso era que, efectivamente, no intentase disimular. En cierto modo, casi hasta parecía más creíble que le hubiera robado el uniforme a algún marine tras darle una paliza que pensar que era un recluta de pies a cabeza. Rara vez se veían hombres-pez entre las filas de la Marina, más aún en uno de los cuatro Mares Cardinales como lo era el East Blue. Su gente era oriunda de la Grand Line y del Nuevo Mundo, o al menos allí debían ser más comunes. Por lo que había escuchado alguna vez, provenían de una isla que se encontraba próxima a la Red Line, aunque no conocía muchos detalles al respecto. El resto de la tropa, sin embargo, sí que logró con mayor eficacia vestirse para pasar desapercibidos. Casi hasta habrían formado un buen equipo de infiltración de no ser por los dos armarios empotrados que llevaban consigo.
Una vez estuvieron todos preparados, tocaba decidir qué plan de acción sería mejor seguir. Estaba claro que debían empezar por algún lugar y la propuesta de Atlas parecía bastante razonable: si estaban reclutando personas para la tripulación, lo normal sería buscar los sitios en los que abundase la peor calaña. Por norma general, en Loguetown eso podía traducirse en dos tipos de establecimientos: las tabernas y el casino. Por otro lado, el casino era probablemente un lugar con demasiada clase y poder económico como para que un pirata de tres al cuarto —pues no dejaba de ser un mindundi sin tripulación completa— pudiera reservar un espacio allí. Las tabernas, cantinas y posadas serían la mejor opción.
Camille se mantuvo en silencio mientras los demás empezaban a coordinarse. Nunca se le había dado bien eso de los equipos, ni siquiera de niña, pero Ray le demostró rápidamente que las cosas serían muy diferentes desde ese momento en adelante. Su mirada bajó para posarse en el albino, sonriendo un poco ante sus palabras. De alguna forma le resultaba entrañable que siempre se refiriera a ellos como «amigos», tanto por ser su superior como por el más que sobrado poderío que había demostrado en otras ocasiones. Le resultaba extraño escucharlo, pero no desagradable.
—Supongo que es la mejor opción que tenemos. Nada como unos muelles para reclutar marineros, ¿no? —le respondió, asintiendo.
Masao pareció unirse poco después y, tras soltarle a la oni un cumplido que no esperaba recibir por su parte y que la desarmó completamente por unos segundos, se unió a la pareja y emprendió la marcha con ellos hacia el puerto. De este modo, ambos grupos se separaron para hacer sus propias averiguaciones. Camille se había llevado su pequeño den den mushi y confiaba que alguno de sus compañeros así lo habría hecho también, de modo que podrían mantenerse en contacto y comunicar cualquier descubrimiento con tan solo una llamada.
El trayecto fue relativamente tranquilo hasta allí, aunque se dio cuenta que lejos de alejar la atención de ella, el pañuelo y sus ligeras vestimentas estaban captando las miradas de la gente con la que se cruzaban. Eso sí, podía percibir en ellos que la forma en la que la observaban era muy diferente a la habitual, lo cual era útil pero no pudo sino generarle un fuerte rechazo. Al menos no pensarían en ella como marine, que era el plan. Su ceño se frunció mientras intentaba no darle mayor importancia. Eran gajes del oficio, por injustos que fuesen.
A medida que se iban acercando al puerto, las voces del gentío se iban escuchando cada vez con mayor claridad. Una claridad caótica, pues todas intentaban superponerse las unas a las otras para ser las que más atención captasen.
—¡Pescado fresco! ¡Bonito, bonito, bonito pero para bonita usted!
—¡Eeeespecias! ¡Especias recién llegadas de la ruta de la abundancia! ¡Si viene de Arabasta, a su despensa le basta!
Al igual que ocurría en el mercado, alrededor de la zona de los muelles se erigían multitud de puestos comerciales, tanto de alimentos como de mercancías que, si no se adquirían allí, serían puestas a la venta a un precio mayor cuando llegasen a los comercios locales. Sin embargo, no todos los sitios sitios estaban ocupados por comerciantes, pues también había mesas donde la gente se inscribía en tripulaciones diversas. La mayoría eran pescadores que necesitaban reponer bajas, aunque no todos las naves buscaban el mismo tipo de gente.
Camille hizo un gesto sutil con la mano, señalando en aquella dirección.
—Empecemos por allí.