Silver
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27-09-2024, 01:42 AM
El ambiente dentro del almacén-hospital era pesado, con el aire cargado de humo de lámpara y el olor a cuerpos que llevaban demasiado tiempo sin moverse. Los pacientes yacían en camas improvisadas, apenas catres de madera con mantas sucias. Algunos de los enfermos lo miraban con ojos cansados, demasiado débiles para prestar atención al nuevo rostro que había entrado. Otros, con rostros cubiertos de sudor, murmuraban en sueños febriles.
Mientras Marvolath avanzaba por el pasillo oscuro, notó una figura sentada junto a uno de los catres. Un hombre mayor, con una barba gris y aspecto agotado, lo observaba de reojo. Su semblante mostraba el cansancio de quien lleva mucho tiempo cuidando de los enfermos, pero al ver a Marvolath, su mirada cambió de desconfiada a esperanzada.
—¿Buscas algo? —preguntó el hombre, su voz grave, aunque entrecortada por la fatiga—. Aquí no hay mucho que puedas encontrar. Solo moribundos y enfermos que ya ni siquiera saben si despertarán mañana.
A su lado, sobre el catre, yacía un joven que no parecía mayor de treinta años. Su piel estaba pálida, su pecho se movía de forma errática con cada respiración, y su fiebre era evidente a simple vista. Los labios agrietados y la piel reseca eran un claro indicio de deshidratación.
—Es mi hijo —dijo el hombre, con una mezcla de tristeza y resignación—. No hemos podido pagar a un médico en días... Si puedes hacer algo, cualquier cosa...
El joven presentaba claros signos de deshidratación severa y lo que parecía ser una infección pulmonar. A juzgar por los síntomas, era posible que el aceite de ballena, combinado con la contaminación, hubiera agravado una enfermedad previa. Sin embargo, los recursos a disposición eran escasos: solo quedaban unos trapos viejos, algo de agua tibia y un poco de alcohol medicinal en el almacén.
El hombre permanecía a su lado, observando atentamente, esperando una respuesta.
Mientras Marvolath avanzaba por el pasillo oscuro, notó una figura sentada junto a uno de los catres. Un hombre mayor, con una barba gris y aspecto agotado, lo observaba de reojo. Su semblante mostraba el cansancio de quien lleva mucho tiempo cuidando de los enfermos, pero al ver a Marvolath, su mirada cambió de desconfiada a esperanzada.
—¿Buscas algo? —preguntó el hombre, su voz grave, aunque entrecortada por la fatiga—. Aquí no hay mucho que puedas encontrar. Solo moribundos y enfermos que ya ni siquiera saben si despertarán mañana.
A su lado, sobre el catre, yacía un joven que no parecía mayor de treinta años. Su piel estaba pálida, su pecho se movía de forma errática con cada respiración, y su fiebre era evidente a simple vista. Los labios agrietados y la piel reseca eran un claro indicio de deshidratación.
—Es mi hijo —dijo el hombre, con una mezcla de tristeza y resignación—. No hemos podido pagar a un médico en días... Si puedes hacer algo, cualquier cosa...
El joven presentaba claros signos de deshidratación severa y lo que parecía ser una infección pulmonar. A juzgar por los síntomas, era posible que el aceite de ballena, combinado con la contaminación, hubiera agravado una enfermedad previa. Sin embargo, los recursos a disposición eran escasos: solo quedaban unos trapos viejos, algo de agua tibia y un poco de alcohol medicinal en el almacén.
El hombre permanecía a su lado, observando atentamente, esperando una respuesta.