Silver D. Syxel
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27-09-2024, 05:51 PM
El capitán avanzaba por el pasillo con cautela, cada paso acompañado de la constante tensión que lo recorría. Sabía que Balagus no podría aguantar mucho más, y él tampoco estaba dispuesto a esperar demasiado. El camino se extendía ante él, lleno de guardias que cuchicheaban en los rincones, y aunque su presencia provocaba una ligera tensión entre ellos, Silver aprovechaba esa autoridad falsa que le brindaba su disfraz. Sabía que cada palabra debía ser medida con precisión. No podía mentir, pero tampoco revelaría sus verdaderas intenciones. Cada paso que daba estaba cargado de una mezcla de control y rabia contenida, una calma que precedía la tormenta.
Cuando el guardia se adelantó, visiblemente nervioso, Silver no perdió tiempo en explotar la oportunidad.
—Quiero ver más de cerca a los prisioneros, —declaró en tono autoritario, casi impaciente, pero con una calma engañosa—. Debo asegurarme de que valgan mi tiempo.
Sin darle tiempo para pensarlo, continuó su camino. Si no se lo impedían directamente, se dirigiría hacia la sala de subastas. A medida que avanzaban, Syxel observaba cada rincón, cada movimiento, memorizando la disposición de los guardias y buscando posibles puntos ciegos. Si iba a desatar el caos, necesitaba conocer cada detalle.
La sala de subastas se acercaba, y desde allí, el escenario se alzaba imponente. Los niños gyojin seguían en su mente, pero no podía actuar sin más. Era cuestión de esperar el momento adecuado, algo que el capitán odiaba con cada fibra de su ser. Sin embargo, la experiencia le había enseñado que la paciencia podía ser la diferencia entre la victoria y la derrota. No podía comunicarse con su compañero, y si la rabia de Balagus estallaba antes de que tuvieran todo listo, sería una masacre descontrolada.
Al llegar a las cortinas cercanas al escenario, la oportunidad comenzó a formarse en su mente. Syxel observó cómo la tela gruesa y pesada se mecía ligeramente con la corriente que cruzaba la sala. Un fuego controlado sería el caos que buscaba. Los guardias se centrarían en apagar las llamas y dispersar a la multitud, lo que les daría tiempo para actuar.
Mientras caminaba, el capitán alzó la mano, fingiendo que revisaba uno de los prisioneros. Cuando no hubiese ojos sobre él, dejaría que su habilidad comenzara a hacer efecto, sintiendo el calor que comenzaba a arder en su palma. Si nadie lo observaba, con un movimiento calculado, la llama sería suficiente para prender la cortina, dando inicio a la distracción que necesitaban.
Si el fuego se propagaba, pensaba Silver, Balagus lo sabría. Esa sería la señal. La espera sería finalmente reemplazada por el caos. Mientras tanto, debía seguir buscando posibles aliados. Si entre los esclavos había algunos con fuerzas suficientes para luchar, debía liberarlos. Cualquiera con la determinación suficiente para luchar por su libertad podría cambiar el curso del combate en un momento así, y no todos los prisioneros serían simples civiles.
Con el fuego latente en sus manos, esperaría el momento perfecto, ya decidido a liberar a todo aquel que pudiese sumar fuerzas a su causa. Los pasos lentos pero decididos del capitán resonaban en la sala, mientras observaba tanto a los guardias como a los prisioneros. No había vuelta atrás. El plan estaba en marcha, y la rabia que contenía dentro pronto se desataría en toda su magnitud.
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Cuando el guardia se adelantó, visiblemente nervioso, Silver no perdió tiempo en explotar la oportunidad.
—Quiero ver más de cerca a los prisioneros, —declaró en tono autoritario, casi impaciente, pero con una calma engañosa—. Debo asegurarme de que valgan mi tiempo.
Sin darle tiempo para pensarlo, continuó su camino. Si no se lo impedían directamente, se dirigiría hacia la sala de subastas. A medida que avanzaban, Syxel observaba cada rincón, cada movimiento, memorizando la disposición de los guardias y buscando posibles puntos ciegos. Si iba a desatar el caos, necesitaba conocer cada detalle.
La sala de subastas se acercaba, y desde allí, el escenario se alzaba imponente. Los niños gyojin seguían en su mente, pero no podía actuar sin más. Era cuestión de esperar el momento adecuado, algo que el capitán odiaba con cada fibra de su ser. Sin embargo, la experiencia le había enseñado que la paciencia podía ser la diferencia entre la victoria y la derrota. No podía comunicarse con su compañero, y si la rabia de Balagus estallaba antes de que tuvieran todo listo, sería una masacre descontrolada.
Al llegar a las cortinas cercanas al escenario, la oportunidad comenzó a formarse en su mente. Syxel observó cómo la tela gruesa y pesada se mecía ligeramente con la corriente que cruzaba la sala. Un fuego controlado sería el caos que buscaba. Los guardias se centrarían en apagar las llamas y dispersar a la multitud, lo que les daría tiempo para actuar.
Mientras caminaba, el capitán alzó la mano, fingiendo que revisaba uno de los prisioneros. Cuando no hubiese ojos sobre él, dejaría que su habilidad comenzara a hacer efecto, sintiendo el calor que comenzaba a arder en su palma. Si nadie lo observaba, con un movimiento calculado, la llama sería suficiente para prender la cortina, dando inicio a la distracción que necesitaban.
Si el fuego se propagaba, pensaba Silver, Balagus lo sabría. Esa sería la señal. La espera sería finalmente reemplazada por el caos. Mientras tanto, debía seguir buscando posibles aliados. Si entre los esclavos había algunos con fuerzas suficientes para luchar, debía liberarlos. Cualquiera con la determinación suficiente para luchar por su libertad podría cambiar el curso del combate en un momento así, y no todos los prisioneros serían simples civiles.
Con el fuego latente en sus manos, esperaría el momento perfecto, ya decidido a liberar a todo aquel que pudiese sumar fuerzas a su causa. Los pasos lentos pero decididos del capitán resonaban en la sala, mientras observaba tanto a los guardias como a los prisioneros. No había vuelta atrás. El plan estaba en marcha, y la rabia que contenía dentro pronto se desataría en toda su magnitud.
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