Asradi
Völva
28-09-2024, 11:24 AM
Literalmente vió como el tipo al que Octojin se estaba enfrentando salía volando contra algunas cajas que había en el lugar. Para ese momento, y viendo lo que había acontecido con los humanos que se habían atrevido a amenazar a los gyojin, el resto de la multitud fue dispersándose por mera precaución. Algo que, al final, Asradi agradeció mientras soltaba un suspiro de alivio. Aún así, todavía estaba bastante frustrada internamente y podía notarse eso mismo en la crispación de los dedos que mantenía sobre la herida. Solo cuando escuchó la voz de Octojin, fue que su cuerpo se relajó en automático. Como si necesitase aquello más que otra cosa en ese instante. Le miró abiertamente, hasta que sus ojos se posaron en la herida que había sufrido el escualo en el hombro. Ella se sentía tan culpable al respecto... Y él se mostraba tan cordial con ella. Hasta el punto que también terminó arrancándole una muy suave sonrisa a la sirena.
— Yo tampoco esperaba verte aquí. — Confesó, deleitándose con la imponente presencia del grandullón. Era, al menos, una cara conocida para ella. Y con la que confiaba plenamente, por lo que podía estar tranquila en ese aspecto. — Siento que la situación haya tenido que ser así. — Aunque sabía que no era culpa suya como tal, no podía evitar esa ligera punzada.
Pero la idea de salir de allí le pareció lo más adecuado, por lo que asintió mientras permanecía un momento pensativa. No era consciente, ni mucho menos, de los pensamientos intrusivos que estaba teniendo el gyojin con respecto a aromas de hombres. En el caso de Asradi, solo se miraba ahora mismo la cola que estaba al descubierto. Todavía sentía algunas miradas curiosas o acuciantes a lo lejos.
Sin decir nada, rebuscó en una de las cajas que habían destrozado y donde la mercancía se esparcía por el suelo. En ese instante no le importó absolutamente nada, ni el hecho de que pudiese estar robando. Que viniesen a decirle algo, si se atrevían. Durante el forcejeo y la anterior pelea, la prenda que solía cubrir su cola se había rasgado. Y no creía que fuese conveniente el pasearse por una ciudad tan grande y tan poblada como Loguetown, con ella al descubierto. Ya habían tenido un altercado por culpa de eso. Y no quería que se volviese a repetir. No tan pronto, al menos.
Así que terminó por asentir, bastante conforme, con la idea de la posada.
— No, me parece bien ir ahí. Tengo que mirarte ese hombro y tratártelo. — Para ella, ahora mismo era lo primordial. — Prefiero hacerlo en un lugar donde no nos molesten. — Y donde no fuesen, de nuevo, blanco fácil para gente sin escrúpulos como los que la habían estado persiguiendo.
Claro que, al menos Asradi, no estaba pensando en nada raro. Pero una ducha para limpiarse el polvo de la pelea y el viaje, y curar las heridas de ambos le vendría que ni pintado. Y, al menos, para descansar un poco. No solo el cuerpo, sino también la cabeza y las emociones.
En cuanto a los responsables de aquello...
La mirada ceñuda de la pelinegra se posó en los hombres que todavía yacían por el suelo, desperdigados como si fuesen sacos inservibles. Si fuese por ella, los tiraría al mar para que los peces diesen buena cuenta de ellos. Pero decidió sacudir ese pensamiento de su cabeza.
— Dejemos que la justicia se ocupe de ellos. — Suponía que todo aquel tumulto habría llamado la atención de la Marina. Con suerte no tardaban en aparecer. Aunque para ellos dos ya era demasiado tarde. No habían estado ahí cuando alguien les había necesitado.
Ese pensamiento le hizo fruncir levemente el ceño, por unos escasos segundos. Finalmente, exhaló un suspiro y le dedicó una dulce sonrisa al tiburón blanco, junto con una suave palmadita a su costado.
— Vamos, grandullón. Que esto pica como si me hubiese restregado una medusa. — Intentó aligerar la tensión del ambiente. La herida de su costado, al menos, ya no sangraba tanto, aunque era incómodo en según qué movimientos.
Dejaría que Octojin le guiase hasta la posada mencionada, con Asradi siguiéndole a su lado.
— ¿Qué es ese olor tan fuerte? — Preguntó al aire, cuando un aroma como de fragancia le asaltó la nariz. Incluso arrugó la misma un poquito, notando el sutil picor como si fuese a estornudar en cualquier momento. No lo hizo, aún así.
No era desagradable, pero era... raro.
— Yo tampoco esperaba verte aquí. — Confesó, deleitándose con la imponente presencia del grandullón. Era, al menos, una cara conocida para ella. Y con la que confiaba plenamente, por lo que podía estar tranquila en ese aspecto. — Siento que la situación haya tenido que ser así. — Aunque sabía que no era culpa suya como tal, no podía evitar esa ligera punzada.
Pero la idea de salir de allí le pareció lo más adecuado, por lo que asintió mientras permanecía un momento pensativa. No era consciente, ni mucho menos, de los pensamientos intrusivos que estaba teniendo el gyojin con respecto a aromas de hombres. En el caso de Asradi, solo se miraba ahora mismo la cola que estaba al descubierto. Todavía sentía algunas miradas curiosas o acuciantes a lo lejos.
Sin decir nada, rebuscó en una de las cajas que habían destrozado y donde la mercancía se esparcía por el suelo. En ese instante no le importó absolutamente nada, ni el hecho de que pudiese estar robando. Que viniesen a decirle algo, si se atrevían. Durante el forcejeo y la anterior pelea, la prenda que solía cubrir su cola se había rasgado. Y no creía que fuese conveniente el pasearse por una ciudad tan grande y tan poblada como Loguetown, con ella al descubierto. Ya habían tenido un altercado por culpa de eso. Y no quería que se volviese a repetir. No tan pronto, al menos.
Así que terminó por asentir, bastante conforme, con la idea de la posada.
— No, me parece bien ir ahí. Tengo que mirarte ese hombro y tratártelo. — Para ella, ahora mismo era lo primordial. — Prefiero hacerlo en un lugar donde no nos molesten. — Y donde no fuesen, de nuevo, blanco fácil para gente sin escrúpulos como los que la habían estado persiguiendo.
Claro que, al menos Asradi, no estaba pensando en nada raro. Pero una ducha para limpiarse el polvo de la pelea y el viaje, y curar las heridas de ambos le vendría que ni pintado. Y, al menos, para descansar un poco. No solo el cuerpo, sino también la cabeza y las emociones.
En cuanto a los responsables de aquello...
La mirada ceñuda de la pelinegra se posó en los hombres que todavía yacían por el suelo, desperdigados como si fuesen sacos inservibles. Si fuese por ella, los tiraría al mar para que los peces diesen buena cuenta de ellos. Pero decidió sacudir ese pensamiento de su cabeza.
— Dejemos que la justicia se ocupe de ellos. — Suponía que todo aquel tumulto habría llamado la atención de la Marina. Con suerte no tardaban en aparecer. Aunque para ellos dos ya era demasiado tarde. No habían estado ahí cuando alguien les había necesitado.
Ese pensamiento le hizo fruncir levemente el ceño, por unos escasos segundos. Finalmente, exhaló un suspiro y le dedicó una dulce sonrisa al tiburón blanco, junto con una suave palmadita a su costado.
— Vamos, grandullón. Que esto pica como si me hubiese restregado una medusa. — Intentó aligerar la tensión del ambiente. La herida de su costado, al menos, ya no sangraba tanto, aunque era incómodo en según qué movimientos.
Dejaría que Octojin le guiase hasta la posada mencionada, con Asradi siguiéndole a su lado.
— ¿Qué es ese olor tan fuerte? — Preguntó al aire, cuando un aroma como de fragancia le asaltó la nariz. Incluso arrugó la misma un poquito, notando el sutil picor como si fuese a estornudar en cualquier momento. No lo hizo, aún así.
No era desagradable, pero era... raro.