En cuanto vio al cuervo posarse sobre las bandeja con el pollo, Shy suspiró. No con la confianza de alguien que se sabe ganador en un conflicto, sino con el alivio de tener la derrota algo más alejada. El pájaro, además, le había dado la espalda al cazador. No necesitaba mucho más.
No permitió que las voces del exterior, cada vez más cercanas, le intimidasen. Si bien el conflicto violento no había quedado del todo desterrado... Todavía podía salir de aquí sin empuñar las armas.
La mano no le tembló en absoluto, testimonio de su firme pulso, aunque no tanto de su convicción. Su apariencia tranquila era sencillamente eso, una aspecto. Notó los latidos de su corazón acelerarse antes de dar el siguiente paso, intensificándose hasta volverse dolorosos y ensordecedores. No había vuelta atrás. Esperaba que funcionase.
Con un ágil movimiento de su brazo, realizado con la eficiencia y habilidad de un prestidigitador -pues así de diestro era-, Shy intentaría colocar, con enorme velocidad, aquella cóncava tapa sobre el plato en el que comía el córvido, y presionaría el plato y la tapa con la suficiente fuerza como para que el cuervo no pudiera abrirlo.
A continuación, y antes de que cualquiera de los que estuviera fuera de la carpa ingresara en esta, se concentraría para utilizar el poder de su Fruta del Diablo, creando una apertura circular en el mismo tejido espacial, y, sin mirar atrás, atravesar el umbral y cerrarlo detrás de sí. Con la visión de la que gozaba el cazador dentro de aquel singular plano de realidad, intentaría, por todos los medios, dirigirse de vuelta a la zona de la isla en la que había desembarcado, saliendo de aquel infernal asentamiento circense. Shy rezaría para que pudiera realizar esta sucesión de acciones consecutivas con la presteza suficiente para no ser visto.
No permitió que las voces del exterior, cada vez más cercanas, le intimidasen. Si bien el conflicto violento no había quedado del todo desterrado... Todavía podía salir de aquí sin empuñar las armas.
La mano no le tembló en absoluto, testimonio de su firme pulso, aunque no tanto de su convicción. Su apariencia tranquila era sencillamente eso, una aspecto. Notó los latidos de su corazón acelerarse antes de dar el siguiente paso, intensificándose hasta volverse dolorosos y ensordecedores. No había vuelta atrás. Esperaba que funcionase.
Con un ágil movimiento de su brazo, realizado con la eficiencia y habilidad de un prestidigitador -pues así de diestro era-, Shy intentaría colocar, con enorme velocidad, aquella cóncava tapa sobre el plato en el que comía el córvido, y presionaría el plato y la tapa con la suficiente fuerza como para que el cuervo no pudiera abrirlo.
A continuación, y antes de que cualquiera de los que estuviera fuera de la carpa ingresara en esta, se concentraría para utilizar el poder de su Fruta del Diablo, creando una apertura circular en el mismo tejido espacial, y, sin mirar atrás, atravesar el umbral y cerrarlo detrás de sí. Con la visión de la que gozaba el cazador dentro de aquel singular plano de realidad, intentaría, por todos los medios, dirigirse de vuelta a la zona de la isla en la que había desembarcado, saliendo de aquel infernal asentamiento circense. Shy rezaría para que pudiera realizar esta sucesión de acciones consecutivas con la presteza suficiente para no ser visto.