— Menuda mujer. — Y lo dijo así, tan pancha, en cuanto vieron a la tal Karina en sí. ¡Cómo para no verla! Era no solo atractiva, sino que tenía un físico imponente, siendo bastante grande y fibrosa para ser una mujer humana. Si es que era humana, claro. Asradi la miró de arriba a abajo desde su privilegiada posición. Bien era cierto que podía “caminar” por su cuenta, pero todavía no estaba habituada a sus piernas humanas y seguía encontrándose mucho más cómoda con la cola que había tenido toda su vida. Además, la altura de Ragnheidr era un pro a tener en cuenta.
Fue Airgid la que primero se presentó ante la escudriñadora mirada de la líder de los balleneros. El lugar también era llamativo e imponente, y la mirada azul de Asradi se posó en cada detalle del lugar en el que se encontraban. O, más bien, del resto de acompañantes que Karina pudiese tener con ella ahí. Dejó que la rubia hablase primero, y ella mismo asintió a las palabras de Airgid, reafirmando lo que decía.
Su amiga tenía razón. Era una tontería ocultar a qué habían venido. Sobre todo a quienes querían ayudar. El movimiento, la revolución ya había dado comienzo, ahora solo necesitaban darles un empujón a esta gente para que se uniesen a la ola que había empezado a crecer.
Con un gesto, Asradi apoyó una mano y se bajó del hombro de Ragn, aterrizando con cierta gracia en el suelo. Los ojos azules de la sirena se posaron en la otra morena, y luego suspiró.
— Entiendo que somos unos extranjeros y que, probablemente, no confíes en nosotros. Incluso yo misma no apruebo del todo vuestro modo de vida. — Lo dijo sin tapujos, mirando directamente a la ballenera, con expresión seria. — Pero menos apruebo la manera en la que os están tratando y os están quitando vuestro sustento y vuestro trabajo de toda la vida.
Miró unos segundos, de reojo, tanto a Airgid como a Ragn. Hasta ahora, Asradi no se había pronunciado en gran medida, como si estuviese tanteando el terreno con anterioridad. Quería ver, con sus propios ojos, como vivía esa gente. Y aunque era verdad que no lo aprobaba, esa caza gratuita de ballenas para solo obtener aceite, tampoco podía culpar del todo a esa gente si no habían tenido más opciones. Dudó unos segundos, pero con un par de movimientos naturales, se despojó de la falda. Literalmente. De inmediato notó el peso de algunas miradas encima suya, lo que la hizo removerse un poco nerviosa, pero se mantuvo firme en su lugar.
Karina podría ver, con total perfección, la cola de tiburón que conformaba la fisonomía de Asradi de cintura para abajo. Una sirena. Se estaba no solo mostrando ante ella, sino que estaba arriesgándose a descubrir su naturaleza, con todos los riesgos que eso podía conllevarle a ella. Más aún en un pueblo pesquero y repleto de humanos. Por inercia, la cola de Asradi se movió ligeramente, con un movimiento grácil en la aleta caudal de formas afiladas, dignas de un escualo.
— Como bien ha dicho Airgid, el movimiento ya ha iniciado. Es algo que os beneficia. El poder alzar la voz y tomar las riendas de vuestra vida y vuestro destino. Nosotros hemos venido para ayudar. — Sonrió de manera suave, breve, pero había una chispa de decisión en su mirada oceánica. — Pero no podemos hacerlo solos. Ayudadnos a asaltar la central. Si os hacéis con ella, tú y vuestra gente tendréis un trabajo asegurado para lo que os reste de existencia. Y aseguráis un futuro para vuestros hijos.
Tras eso, se mantuvo en silencio, esperando alguna reacción por parte de Karina.
tur
Fue Airgid la que primero se presentó ante la escudriñadora mirada de la líder de los balleneros. El lugar también era llamativo e imponente, y la mirada azul de Asradi se posó en cada detalle del lugar en el que se encontraban. O, más bien, del resto de acompañantes que Karina pudiese tener con ella ahí. Dejó que la rubia hablase primero, y ella mismo asintió a las palabras de Airgid, reafirmando lo que decía.
Su amiga tenía razón. Era una tontería ocultar a qué habían venido. Sobre todo a quienes querían ayudar. El movimiento, la revolución ya había dado comienzo, ahora solo necesitaban darles un empujón a esta gente para que se uniesen a la ola que había empezado a crecer.
Con un gesto, Asradi apoyó una mano y se bajó del hombro de Ragn, aterrizando con cierta gracia en el suelo. Los ojos azules de la sirena se posaron en la otra morena, y luego suspiró.
— Entiendo que somos unos extranjeros y que, probablemente, no confíes en nosotros. Incluso yo misma no apruebo del todo vuestro modo de vida. — Lo dijo sin tapujos, mirando directamente a la ballenera, con expresión seria. — Pero menos apruebo la manera en la que os están tratando y os están quitando vuestro sustento y vuestro trabajo de toda la vida.
Miró unos segundos, de reojo, tanto a Airgid como a Ragn. Hasta ahora, Asradi no se había pronunciado en gran medida, como si estuviese tanteando el terreno con anterioridad. Quería ver, con sus propios ojos, como vivía esa gente. Y aunque era verdad que no lo aprobaba, esa caza gratuita de ballenas para solo obtener aceite, tampoco podía culpar del todo a esa gente si no habían tenido más opciones. Dudó unos segundos, pero con un par de movimientos naturales, se despojó de la falda. Literalmente. De inmediato notó el peso de algunas miradas encima suya, lo que la hizo removerse un poco nerviosa, pero se mantuvo firme en su lugar.
Karina podría ver, con total perfección, la cola de tiburón que conformaba la fisonomía de Asradi de cintura para abajo. Una sirena. Se estaba no solo mostrando ante ella, sino que estaba arriesgándose a descubrir su naturaleza, con todos los riesgos que eso podía conllevarle a ella. Más aún en un pueblo pesquero y repleto de humanos. Por inercia, la cola de Asradi se movió ligeramente, con un movimiento grácil en la aleta caudal de formas afiladas, dignas de un escualo.
— Como bien ha dicho Airgid, el movimiento ya ha iniciado. Es algo que os beneficia. El poder alzar la voz y tomar las riendas de vuestra vida y vuestro destino. Nosotros hemos venido para ayudar. — Sonrió de manera suave, breve, pero había una chispa de decisión en su mirada oceánica. — Pero no podemos hacerlo solos. Ayudadnos a asaltar la central. Si os hacéis con ella, tú y vuestra gente tendréis un trabajo asegurado para lo que os reste de existencia. Y aseguráis un futuro para vuestros hijos.
Tras eso, se mantuvo en silencio, esperando alguna reacción por parte de Karina.
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