Era un revolucionario de verdad, desafiaba abiertamente a la sociedad y sus leyes. Desobedecer a los marines no solo era un acto de desobediencia, sino una muestra clara de rebeldía.
Esperaría que a su compañero le fuera bien. Robar alimentos era acto de ladrones. Quemar las reservas enemigas era obra de rebeldes. Sabía que a su compañero le iría bien haciendo un poco de fuego, aunque dudaba de que fuera a ser precisamente poco…
Lemon sostuvo la mano dentro de su chaqueta y las balas le impactaron en el pecho y el muslo. Dolía, quemaba, molestaba. Sin embargo, el revolucionario era protegido por las llamas de la Causa y podía aguantar sin problema… O eso quería creer, pero la verdad es que era la primera vez que recibía el balazo de un fusil. Dolía bastante más de lo que le hubiera gustado, aunque fue una sorpresa que pudiera resistirlo tan bien.
Rectificó para sí mismo el comportamiento de los soldados: el de unos matones salariados. Eran los villanos. Oprimían a quienes fueran más allá de las normas establecidas. Lemon, frente a tal ofensa a la esencia de la Revolución, tenía un deber que cumplir.
-Espero que la Marina pague buenos seguros médicos porque esto va a doler, va a doler mucho -pronosticó con devoción, retirando la mano de la chaqueta y pasando a coger el martillo.
Pisó firme hacia delante, ignorando el dolor y fijando al objetivo de la furia revolucionaria. Comenzó a correr hacia ellos como si fuera un camión y golpeó al marine que había hablado, buscando impactar contra el torso y generar una onda que retumbaría en el interior del desafortunado hombre. Entonces, como si su cuerpo pudiera aprovechar el resto de inercia del movimiento, rotó violentamente hacia el otro marine con un “perfecto” giro de cadera y balanceó el martillo con todas sus fuerzas para impactar sobre este, queriendo enviarlo a volar y que cayese en el agua, o algo por el estilo.