Octojin
El terror blanco
30-09-2024, 09:00 AM
El alivio que sintió Octojin al ver a la multitud dispersarse se notó en la forma en que dejó escapar un suspiro profundo. Aquella situación había sido complicada, y a pesar de estar acostumbrado a lidiar con problemas de todo tipo, había algo en la compañía de Asradi que le hacía bajar la guardia, sentirse algo más relajado.
Con un movimiento ágil, el tiburón recogió su dial de agua de nuevo, haciendo que unas gotas cayeran en su cuerpo, aprovechando para limpiarse un poco la cara y echarse agua en las heridas. Le ofrecería a la sirena el dial para que hiciese lo mismo, si es que quería. Pero eso tendría que esperar, ya que observó a Asradi mientras intentaba cubrirse con una prenda rasgada. Notó que parecía algo avergonzada por su cola al quedar parcialmente expuesta, y no la culpaba. Él mismo sabía lo difícil que era esconder lo que eran cuando se encontraban en la superficie. Habían aprendido, con el tiempo, a ocultar sus rasgos para pasar un poco más desapercibidos. Pero allí, frente a él, Asradi no tenía por qué hacerlo.
—No te preocupes por eso —dijo Octojin con una sonrisa sincera—. Sé lo que es tener que ocultarse para encajar aquí arriba, pero ahora vamos a un sitio donde solo estaremos los dos, lejos de miradas y cuchicheos.
Empezaron a caminar hacia la posada, con Octojin guiándola por las estrechas calles de Loguetown, menos transitadas que de costumbre, seguramente debido a la pelea que habían tenido. ¿Cuánto tardaría la marina en acudir? Durante el trayecto, intentó mantener la conversación ligera, preguntándole sobre cómo había sido su viaje y qué la había llevado a Loguetown. Sin embargo, mientras hablaban, algo seguía molestándole.
Justo antes de llegar a la posada, decidió confesarse. Notó cómo se le calentaban las mejillas por la vergüenza, lo que en un gyojin de piel tan blanca se notaba claramente. Se aclaró la garganta, intentando que su voz no sonara tan nerviosa.
—Ehm... Bueno, verás... —empezó, desviando la mirada hacia el suelo mientras caminaban—. Antes, cuando mencionaste ese olor... Era mi culpa.
Se frotó la nuca, claramente incómodo, mientras confesaba aquello. ¿Por qué no simplemente se inventaba algo? Podría haber dicho que era el conjunto de geles, champús y colonia que habían puesto en la posada. O que simplemente se lo habían dado. Pero no, tuvo que ser sincero.
— Compré un perfume llamado Tiburón Dandy—Al pronunciar el nombre, hizo una pausa, esperando que Asradi no lo conociese—. Pensé que sería... no sé, interesante. Pero la verdad, no me gustó para nada. Quizá luego me puedas ayudar a elegir uno más... O menos... No sé. Más adecuado quizá.
El gyojin solo espero que la sirena no supiera lo que publicitaba, porque si lo hacía... Aquello sería mucho más vergonzoso para él. Intentó sacar otro tema de conversación para desviarla a uno más cómodo, pero francamente no se le ocurría nada, así que se limitó a caminar un poco más rápido para llegar cuanto antes y olvidar aquello.
Finalmente llegaron a la posada, y lo que esperaba ser un momento de alivio se volvió rápidamente incómodo. El posadero, un hombre con actitud burda y con un aire de cuñado, no perdió la oportunidad de hacer comentarios incómodos. Le dio una palmada en la espalda al gyojin y soltó una risa soez, felicitándole, como si Octojin estuviera llevándose a Asradi a la habitación con otras intenciones. Octojin se tensó de inmediato, notando cómo la sangre le volvía a subir a la cabeza rápidamente.
—¡Cállate! —gruñó, empujando al posadero con el brazo y lanzándole una mirada asesina. Con una seña brusca, le indicó que se largase de una vez. Aquello no podía ir peor. O eso creía el gyojin.
Ya en la habitación, Octojin respiró hondo, intentando calmarse. La situación había sido vergonzosa, pero al menos estaban a salvo. Miró a Asradi y, con una sonrisa más calmada, le cedió el primer turno para la ducha.
—Ve tú primero. Yo tengo que... Bueno, que puedo esperar. —le dijo, evitando en ese momento decirle la verdad. Lo cierto es que tenía que recoger un poco para que aquello no pareciese lo que realmente era, un nido de alguien que no prestaba mucha atención al orden y que no esperaba visita.
En cuanto la sirena entró al baño, el tiburón se puso manos a la obra. La habitación estaba hecha un desastre. Recogió la ropa que estaba esparcida por la cama y la metió en el armario, formando una bola con ella. Luego, se ocupó de la comida que había por la mesa, tirándola en la papelera. Estaba tan concentrado en poner cada cosa en su lugar que ni se dio cuenta de cuánto tiempo había pasado. Finalmente, dejó preparada la ropa que se iba a poner tras la ducha y se sentó un momento a esperar su turno. Sin pensarlo, se quitó la camiseta, notando cómo su cuerpo respondía de manera extraña a aquella situación, como si estuviera más consciente de su entorno de lo habitual. Se secó el sudor con la propia camiseta y la dejó de nuevo en el armario. Y entonces, empezó a olerse el cuerpo, desde las axilas a los brazos, pasando por el pecho. ¿De verdad aquella fragancia era tan molesta? A él le parecía ciertamente fuerte, pero no muy desagradable. Aunque claro, tampoco había sido muy de preocuparse por su olor corporal nunca. ¿Por qué ahora lo hacía? Justo en ese momento vio a Asradi, que ya había salido, y un nuevo colorete se dibujó en sus mejillas. ¿Qué estaría pasando por la cabeza de la sirena al ver aquella situación?
Con un movimiento ágil, el tiburón recogió su dial de agua de nuevo, haciendo que unas gotas cayeran en su cuerpo, aprovechando para limpiarse un poco la cara y echarse agua en las heridas. Le ofrecería a la sirena el dial para que hiciese lo mismo, si es que quería. Pero eso tendría que esperar, ya que observó a Asradi mientras intentaba cubrirse con una prenda rasgada. Notó que parecía algo avergonzada por su cola al quedar parcialmente expuesta, y no la culpaba. Él mismo sabía lo difícil que era esconder lo que eran cuando se encontraban en la superficie. Habían aprendido, con el tiempo, a ocultar sus rasgos para pasar un poco más desapercibidos. Pero allí, frente a él, Asradi no tenía por qué hacerlo.
—No te preocupes por eso —dijo Octojin con una sonrisa sincera—. Sé lo que es tener que ocultarse para encajar aquí arriba, pero ahora vamos a un sitio donde solo estaremos los dos, lejos de miradas y cuchicheos.
Empezaron a caminar hacia la posada, con Octojin guiándola por las estrechas calles de Loguetown, menos transitadas que de costumbre, seguramente debido a la pelea que habían tenido. ¿Cuánto tardaría la marina en acudir? Durante el trayecto, intentó mantener la conversación ligera, preguntándole sobre cómo había sido su viaje y qué la había llevado a Loguetown. Sin embargo, mientras hablaban, algo seguía molestándole.
Justo antes de llegar a la posada, decidió confesarse. Notó cómo se le calentaban las mejillas por la vergüenza, lo que en un gyojin de piel tan blanca se notaba claramente. Se aclaró la garganta, intentando que su voz no sonara tan nerviosa.
—Ehm... Bueno, verás... —empezó, desviando la mirada hacia el suelo mientras caminaban—. Antes, cuando mencionaste ese olor... Era mi culpa.
Se frotó la nuca, claramente incómodo, mientras confesaba aquello. ¿Por qué no simplemente se inventaba algo? Podría haber dicho que era el conjunto de geles, champús y colonia que habían puesto en la posada. O que simplemente se lo habían dado. Pero no, tuvo que ser sincero.
— Compré un perfume llamado Tiburón Dandy—Al pronunciar el nombre, hizo una pausa, esperando que Asradi no lo conociese—. Pensé que sería... no sé, interesante. Pero la verdad, no me gustó para nada. Quizá luego me puedas ayudar a elegir uno más... O menos... No sé. Más adecuado quizá.
El gyojin solo espero que la sirena no supiera lo que publicitaba, porque si lo hacía... Aquello sería mucho más vergonzoso para él. Intentó sacar otro tema de conversación para desviarla a uno más cómodo, pero francamente no se le ocurría nada, así que se limitó a caminar un poco más rápido para llegar cuanto antes y olvidar aquello.
Finalmente llegaron a la posada, y lo que esperaba ser un momento de alivio se volvió rápidamente incómodo. El posadero, un hombre con actitud burda y con un aire de cuñado, no perdió la oportunidad de hacer comentarios incómodos. Le dio una palmada en la espalda al gyojin y soltó una risa soez, felicitándole, como si Octojin estuviera llevándose a Asradi a la habitación con otras intenciones. Octojin se tensó de inmediato, notando cómo la sangre le volvía a subir a la cabeza rápidamente.
—¡Cállate! —gruñó, empujando al posadero con el brazo y lanzándole una mirada asesina. Con una seña brusca, le indicó que se largase de una vez. Aquello no podía ir peor. O eso creía el gyojin.
Ya en la habitación, Octojin respiró hondo, intentando calmarse. La situación había sido vergonzosa, pero al menos estaban a salvo. Miró a Asradi y, con una sonrisa más calmada, le cedió el primer turno para la ducha.
—Ve tú primero. Yo tengo que... Bueno, que puedo esperar. —le dijo, evitando en ese momento decirle la verdad. Lo cierto es que tenía que recoger un poco para que aquello no pareciese lo que realmente era, un nido de alguien que no prestaba mucha atención al orden y que no esperaba visita.
En cuanto la sirena entró al baño, el tiburón se puso manos a la obra. La habitación estaba hecha un desastre. Recogió la ropa que estaba esparcida por la cama y la metió en el armario, formando una bola con ella. Luego, se ocupó de la comida que había por la mesa, tirándola en la papelera. Estaba tan concentrado en poner cada cosa en su lugar que ni se dio cuenta de cuánto tiempo había pasado. Finalmente, dejó preparada la ropa que se iba a poner tras la ducha y se sentó un momento a esperar su turno. Sin pensarlo, se quitó la camiseta, notando cómo su cuerpo respondía de manera extraña a aquella situación, como si estuviera más consciente de su entorno de lo habitual. Se secó el sudor con la propia camiseta y la dejó de nuevo en el armario. Y entonces, empezó a olerse el cuerpo, desde las axilas a los brazos, pasando por el pecho. ¿De verdad aquella fragancia era tan molesta? A él le parecía ciertamente fuerte, pero no muy desagradable. Aunque claro, tampoco había sido muy de preocuparse por su olor corporal nunca. ¿Por qué ahora lo hacía? Justo en ese momento vio a Asradi, que ya había salido, y un nuevo colorete se dibujó en sus mejillas. ¿Qué estaría pasando por la cabeza de la sirena al ver aquella situación?