Octojin
El terror blanco
30-09-2024, 10:20 AM
Las palabras de Bonez calaron hondo en Octojin. Había algo en su forma de hablar, en la serenidad con la que abordaba temas tan oscuros, que le hizo reflexionar profundamente. Mientras escuchaba la historia de aquel tal Kuger Hanselmann, un odio primitivo y familiar surgió en su interior. Esclavistas y tiranos, hombres que rompían vidas y espíritu, aquellos eran los verdaderos monstruos del mundo. La historia del pirata convertía su sangre en un río de furia contenida, mientras su mandíbula se tensaba, sus pensamientos volaban hacia los recuerdos de su propia gente en la isla Gyojin. Habían sufrido tantas injusticias que aquello le resultaba demasiado cercano, como si una cicatriz antigua fuera nuevamente abierta.
Aquello era, sin duda, su principal temor. Volver siempre a la misma historia, una en la que los gyojins son oprimidos por gente como aquél tal Kuger. Daba igual si ahora usaba solo a niños, pronto se expandiría y empezaría con otras razas, otras edades y, en definitiva, otros seres que verían coartadas sus aspiraciones y sueños. Una bola de nieve que rara vez se frenaba. Aunque, por fortuna, aquella vez se estaban topando con, al menos, un tipo sumamente cabezón y concienzudo como el tiburón, que si se lo proponía entre ceja y ceja, acabaría con aquél tipo.
El habitante del mar miró la fotografía que Bonez le había colocado frente a él. Observó los ojos fríos y vacíos de Kuger, ese semblante curtido y tosco que parecía hecho para la guerra. En esos momentos, sintió el peso de la responsabilidad caer sobre él como un ancla que arrastraba todo su ser hacia las profundidades del océano. Sabía que había cosas en la vida que uno debía enfrentar, no porque quisiera, sino porque, si no lo hacía, nadie más lo haría. Bonez tenía razón; ese hombre no era solo un peligro, era una plaga que tenía que ser detenida. Algo que no merecía ni ser considerado un humano, ni siquiera vivir.
Sin embargo, Octojin también era consciente de que no se podía lanzar ciegamente a la caza de un monstruo como aquél. Kuger no estaba en la isla, y su tripulación seguramente sería peligrosa. Cualquier movimiento debía ser fríamente calculado, pensado con detenimiento y cuidado con mimo, todo para que nada saliera mal. La caza requería paciencia y estrategia, y si iba a involucrarse, tenía que hacerlo de la forma correcta, sin dejar pistas sobre quién había interferido en sus planes. Solo así podrían acabar con él.
Respirando hondo, alzó la mirada hacia Bonez, viendo en él un reflejo de su propia lucha. Alguien que había sobrevivido a las garras de esos desalmados y ahora cazaba para evitar que otros cayeran en la misma oscuridad. Quién sabe si aquellas sospechas del gyojin fuesen ciertas. Quizá era un simple justiciero sin ninguna historia de superación detrás. Pero, en cualquier caso, era lo que necesitaba en ese momento.
—Está bien, Bonez. Te ayudaré con esto —dijo finalmente, con su voz resonando con una determinación que venía desde lo más profundo de su ser—. Pero necesitamos un plan claro. Si Kuger está fuera de la isla, eso nos da tiempo. ¿Sabes dónde están parte de los suyos ahora mismo? Hay que aprovechar su ausencia.
Pensó por un momento mientras sus ojos miraban hacia un punto indefinido y las ideas se entrelazaban en su mente. Estaba contemplando varios caminos, varias opciones. Pero finalmente se quedó con una, la que le pareció más sencilla y efectiva, y esa fue la que compartió con el humano.
—Podríamos ir al muelle —dijo, esbozando la idea vencedora que rondaba su cabeza—. Y hundir su barco. Si logramos hundir su medio de escape, tarde o temprano alguien tendrá que ir a por él. Y si se enteran de lo que hemos hecho, vendrán ellos mismos. Así, no solo evitamos que huyan, sino que los forzamos a actuar.
Hacerlo sería arriesgado, pero tenía un buen presentimiento. De alguna forma, sentía que ese era el camino adecuado. Solo hacía falta identificar su barco, que seguramente no fuera complicado teniendo en cuenta que todos los piratas usaban jolly rogers, y que en el muelle no habría una enorme cantidad de barcos estacionados. Así que, en un principio, no era una idea muy descabellada. Aunque quizá el humano hubiese pensado ya en algo, en cullo caso seguiría escuchando y evaluando cualquier cosa qeu tuviera que compartir.
Aquello era, sin duda, su principal temor. Volver siempre a la misma historia, una en la que los gyojins son oprimidos por gente como aquél tal Kuger. Daba igual si ahora usaba solo a niños, pronto se expandiría y empezaría con otras razas, otras edades y, en definitiva, otros seres que verían coartadas sus aspiraciones y sueños. Una bola de nieve que rara vez se frenaba. Aunque, por fortuna, aquella vez se estaban topando con, al menos, un tipo sumamente cabezón y concienzudo como el tiburón, que si se lo proponía entre ceja y ceja, acabaría con aquél tipo.
El habitante del mar miró la fotografía que Bonez le había colocado frente a él. Observó los ojos fríos y vacíos de Kuger, ese semblante curtido y tosco que parecía hecho para la guerra. En esos momentos, sintió el peso de la responsabilidad caer sobre él como un ancla que arrastraba todo su ser hacia las profundidades del océano. Sabía que había cosas en la vida que uno debía enfrentar, no porque quisiera, sino porque, si no lo hacía, nadie más lo haría. Bonez tenía razón; ese hombre no era solo un peligro, era una plaga que tenía que ser detenida. Algo que no merecía ni ser considerado un humano, ni siquiera vivir.
Sin embargo, Octojin también era consciente de que no se podía lanzar ciegamente a la caza de un monstruo como aquél. Kuger no estaba en la isla, y su tripulación seguramente sería peligrosa. Cualquier movimiento debía ser fríamente calculado, pensado con detenimiento y cuidado con mimo, todo para que nada saliera mal. La caza requería paciencia y estrategia, y si iba a involucrarse, tenía que hacerlo de la forma correcta, sin dejar pistas sobre quién había interferido en sus planes. Solo así podrían acabar con él.
Respirando hondo, alzó la mirada hacia Bonez, viendo en él un reflejo de su propia lucha. Alguien que había sobrevivido a las garras de esos desalmados y ahora cazaba para evitar que otros cayeran en la misma oscuridad. Quién sabe si aquellas sospechas del gyojin fuesen ciertas. Quizá era un simple justiciero sin ninguna historia de superación detrás. Pero, en cualquier caso, era lo que necesitaba en ese momento.
—Está bien, Bonez. Te ayudaré con esto —dijo finalmente, con su voz resonando con una determinación que venía desde lo más profundo de su ser—. Pero necesitamos un plan claro. Si Kuger está fuera de la isla, eso nos da tiempo. ¿Sabes dónde están parte de los suyos ahora mismo? Hay que aprovechar su ausencia.
Pensó por un momento mientras sus ojos miraban hacia un punto indefinido y las ideas se entrelazaban en su mente. Estaba contemplando varios caminos, varias opciones. Pero finalmente se quedó con una, la que le pareció más sencilla y efectiva, y esa fue la que compartió con el humano.
—Podríamos ir al muelle —dijo, esbozando la idea vencedora que rondaba su cabeza—. Y hundir su barco. Si logramos hundir su medio de escape, tarde o temprano alguien tendrá que ir a por él. Y si se enteran de lo que hemos hecho, vendrán ellos mismos. Así, no solo evitamos que huyan, sino que los forzamos a actuar.
Hacerlo sería arriesgado, pero tenía un buen presentimiento. De alguna forma, sentía que ese era el camino adecuado. Solo hacía falta identificar su barco, que seguramente no fuera complicado teniendo en cuenta que todos los piratas usaban jolly rogers, y que en el muelle no habría una enorme cantidad de barcos estacionados. Así que, en un principio, no era una idea muy descabellada. Aunque quizá el humano hubiese pensado ya en algo, en cullo caso seguiría escuchando y evaluando cualquier cosa qeu tuviera que compartir.