Camille Montpellier
El Bastión de Rostock
30-09-2024, 11:11 AM
Sintió cómo su cuerpo se iba destensando desde el primer paso que dio Octojin para separarse de Atlas, dándole la espalda y tomando distancia poco a poco. Sumado a esto, las palabras del rubio que ella misma sintió que buscaban calmar los ánimos eran un primer paso para hacer las pases y arreglar aquel malentendido. Después de todo, eso era lo que había sido, ¿no? Como veníamos diciendo, era bien sabido por la oni lo que la frustración podía llegarte a hacer sentir, pensar o materializar en forma de palabras, muchas veces más dañinas y destructivas que coherentes. No había que ser demasiado listo para saber que una discusión acalorada en un momento como ese no traería nada bueno y, a fin de cuentas, estarían dándole al hombre trajeado lo que quería: un conflicto interno que les hiciera apartar el foco de lo que realmente importaba.
Camille suspiró con cierto alivio, dispuesta a volver a sus tareas pero sin intención de quitarle el ojo de encima a aquellos dos mendrugos que tenía por compañeros. Sin embargo, la calma no parecía que fuera a durar mucho. Bastó con tan solo un momento, una decisión estúpida y un fallo de cálculos de un lanzamiento. El proyectil era minúsculo, tanto que resultaba impensable que pudiera causar ningún tipo de daño o repercusiones, pero vaya si lo hizo. Como el primer guijarro que cae empujando al resto en una montaña y provocando el colapso de su equilibrio, aquella piedra golpeó la barbilla de Octojin y desató su cólera. La mirada del escualo ya no era aquella empática y afable que pese a su intimidante aspecto acostumbraba a mostrar, tampoco su voz y expresión eran las mismas. Si había alguna forma de definir lo que inspiraba el gyojin en esos momentos sería puro terror, tanto que hasta Camille sintió que su cuerpo le pedía retroceder, pero no lo hizo. Había algo mucho más fuerte que la obligaba a mantenerse en el sitio.
—¡Octo, detente! —gritó la morena antes de que su compañero lanzase nada, moviéndose tan rápido como sus piernas le permitieron.
Se interpuso en la trayectoria de la enorme viga de madera que había sido lanzada por los aires directa hacia Atlas. Resultaba inquietante pensar que algo de semejante tamaño podía ser proyectado ya no con esa carencia de esfuerzo, sino con semejante velocidad. Camille frunció el ceño y echó las manos al frente, sujetando con firmeza el enorme proyectil. Su volumen y rapidez provocó que retrocediera cerca de un metro, arrastrando los pies por el suelo y provocando un surco mientras amortiguaba el impacto antes de empujar la viga hacia un lateral, haciendo que se estrellase contra un montón de escombros cercanos. No pudo hacer nada por detener el martillo, que pasó tan rápido y a tan pocos centímetros de su rostro que temió que hubiera podido abrirle la cabeza o algo peor.
—¡¿Es que te has vuelto loco?! ¡Tienes que parar! —aunque en su voz más que una orden había una súplica. Por imponente que fuera la oni, no le salió ante el que era su hermano de armas actuar con la misma firmeza que tendría ante un criminal.
No había en ella deseo de dañarlo, pero estaba dispuesta a interponerse en su camino si no se detenía. Sabía lo que un estado emocional como en el que se encontraba Octojin podía obligarte a hacer; no deseaba que hiciera nada de lo que fuera a arrepentirse después. Clavó los pies en el suelo y flexionó las piernas para afianzar su equilibrio y posición, abriendo los brazos. Si el escualo no se detenía por su propia cuenta, sería ella quien le obligase a hacerlo.