Asradi
Völva
30-09-2024, 11:52 AM
El aroma continuó persiguiéndola durante todo el camino en el que Octojin la fue guiando por las callejuelas menos transitadas de Loguetown. No era desagradable como tal, pero era demasiado fuerte para lo que ella estaba habituada. No recordaba una fragancia similar como esa en sus viajes, mucho menos en isla Gyojin o similar. O a lo mejor era su imaginación. Aún así, el camino se hizo bastante ameno gracias a la conversación que ambos habitantes del mar mantenían. Había logrado hacer algo medio decente con la ropa para semi ocultar su cola. No era algo que le avergonzase enseñar, al contrario. Estaba muy orgullosa de su especie y de su linaje. Pero sabía que en la superficie debía ocultarse, aunque no estuviese de acuerdo con eso. Era totalmente injusto. Aceptó, también, el dial de agua, con el que aprovechó para limpiarse un poco la sangre del costado. Al menos también para refrescar la zona.
Y, entonces, durante el camino, Octojin comenzó a explicarse. Claro que a Asradi no le pasó desapercibido el sonrojo del gyojin. Como para no verlo, con las escamas tan blancas que tenía. La expresión de la sirena pasó, primeramente, de un gesto de curiosidad a uno de gracia, a juzgar por la suave sonrisa divertida que, al final, se le había acabado dibujando en los labios.
— Así que eras tú. Ya me parecía que ese olor me estaba siguiendo a todos lados. — Bromeó un poco, para quitarle hierro al asunto.
Así que un perfume. Asradi volvió a inspirar aire, suavemente, para captar de nuevo el aroma. Ese gesto le hizo, ahora sí, estornudar un par de veces de forma graciosa, antes de reírse un poco.
— No es desagradable, solo que me resulta un poco fuerte. — No estaba habituada, al fin y al cabo. ¿Octojin quería que ella le ayudase a elegir otro? Asradi ladeó ligeramente la cabeza, pensativa, antes de negar de manera sutil. — Yo creo que estás mejor sin perfume. Tu aroma natural es agradable.
Y lo dijo así, sin tapujos. Para ella era algo normal. Aunque se le hizo tierno ver a ese grandullón tan sonrojado. Era como un faro blanco de cuatro metros a su lado.
— Además, ¿para qué te lo has echado? — Preguntó, mientras comenzaban a entrar en la posada. — ¡No me digas que te interesa alguien! — No tuvo reparo alguno en darle un codazo juguetón y amistoso, junto con una risa suave de la misma índole. No pretendía meterse con él, pero le nacía esa camaradería y esa cercanía con el escualo.
Era como si su tan sola presencia le mejorase el humor y el día en el que se encontrase. Al igual que aquella vez en la selva. La situación había sido distinta, pero la sirena agradecía aquellos momentos que habían pasado, en compañía del otro, en aquel lugar. Ahora bien, todo ese buen humor se esfumó cuando, según pusieron un pie en el interior, el posadero decidió tener su momento de cuñado. Y aunque Octojin se interpuso, la mirada que le dedicó la sirena fue una de advertencia.
— Déjale, lo mejor es ignorarle. — No valía la pena.
Asradi no era estúpida, sabía lo que implicaba llevarse una mujer a una habitación. Más todavía en una posada. Pero lo que pensasen los demás, le daba reverendamente igual. Por un lado, solo iban a asearse y a curarse las heridas. Los ojos de la sirena todavía se posaban, de vez en cuando, en la que el gyojin tenía en el hombro. Y, por otro lado, confiaba en el escualo con los ojos cerrados, si hiciese falta.
Una vez llegaron al cuarto, Asradi suspiró y se permitió desperezarse un poco, aunque chasqueó la lengua cuando, con ese gesto, notó el pinchazo de nuevo en la herida. Aflojó la mochila con los útiles médicos y más cosas que siempre llevaba a la espalda, y ahora la sujetó entre los brazos, pero por delante de su pecho.
— Gracias. — Le dedicó una sonrisa dulce a Octojin antes de perderse al otro lado de la puerta.
En realidad no tardó demasiado. Se dió una ducha rápida para quitarse el polvo del camino y también aprovechó para cambiarse de ropa. Al menos la parte superior, que se había ensuciado con la reyerta y el polvo del camino. No consideró cubrirse la cola, pues estaba con Octojin y ambos en un lugar que, ahora mismo, ella consideraba seguro. Al menos por el momento.
Para cuando la pelinegra salió, con una sonrisa de oreja a oreja, ya había aprovechado también para tratarse la herida de su costado, ahora cubierta con una gasa que había impregnado de uno de sus medicamentos. Era refrescante, así que ayudaría con la quemadura que el roce de la bala le había dejado.
— ¡Me ha sentado genial! — Dijo, de manera animada, mientras terminaba de anudarse la blusa que cubría la anatomía femenina superior. — Vaya, parece que pasó algo aquí mientras.
La habitación estaba repentinamente ordenada, y el gyojin sentadito en la cama, esperando su turno, como un cachorro grande bien portado. Estaba sonrojado de nuevo, y eso hizo que a ella también se le subiesen un poco los colores, casi por inercia. Pero, al mismo tiempo, le hizo algo de gracia.
— ¿Estás bien, Octojin? — Preguntó, al notarle, quizás, algo cohibido.
Tenía que reconocérselo a sí misma. Era su tipo, y era un amor a pesar de su imponente tamaño. Claro que podía dar miedo. Un tiburón siempre daba miedo, y más uno de esa envergadura. Pero había pasado buenos momentos con Octojin, éste le había demostrado lo que había debajo de aquella coraza. Solo habían sido un par de días a lo sumo, pero para ella había sido suficientes como para encariñarse con él.
Y, entonces, durante el camino, Octojin comenzó a explicarse. Claro que a Asradi no le pasó desapercibido el sonrojo del gyojin. Como para no verlo, con las escamas tan blancas que tenía. La expresión de la sirena pasó, primeramente, de un gesto de curiosidad a uno de gracia, a juzgar por la suave sonrisa divertida que, al final, se le había acabado dibujando en los labios.
— Así que eras tú. Ya me parecía que ese olor me estaba siguiendo a todos lados. — Bromeó un poco, para quitarle hierro al asunto.
Así que un perfume. Asradi volvió a inspirar aire, suavemente, para captar de nuevo el aroma. Ese gesto le hizo, ahora sí, estornudar un par de veces de forma graciosa, antes de reírse un poco.
— No es desagradable, solo que me resulta un poco fuerte. — No estaba habituada, al fin y al cabo. ¿Octojin quería que ella le ayudase a elegir otro? Asradi ladeó ligeramente la cabeza, pensativa, antes de negar de manera sutil. — Yo creo que estás mejor sin perfume. Tu aroma natural es agradable.
Y lo dijo así, sin tapujos. Para ella era algo normal. Aunque se le hizo tierno ver a ese grandullón tan sonrojado. Era como un faro blanco de cuatro metros a su lado.
— Además, ¿para qué te lo has echado? — Preguntó, mientras comenzaban a entrar en la posada. — ¡No me digas que te interesa alguien! — No tuvo reparo alguno en darle un codazo juguetón y amistoso, junto con una risa suave de la misma índole. No pretendía meterse con él, pero le nacía esa camaradería y esa cercanía con el escualo.
Era como si su tan sola presencia le mejorase el humor y el día en el que se encontrase. Al igual que aquella vez en la selva. La situación había sido distinta, pero la sirena agradecía aquellos momentos que habían pasado, en compañía del otro, en aquel lugar. Ahora bien, todo ese buen humor se esfumó cuando, según pusieron un pie en el interior, el posadero decidió tener su momento de cuñado. Y aunque Octojin se interpuso, la mirada que le dedicó la sirena fue una de advertencia.
— Déjale, lo mejor es ignorarle. — No valía la pena.
Asradi no era estúpida, sabía lo que implicaba llevarse una mujer a una habitación. Más todavía en una posada. Pero lo que pensasen los demás, le daba reverendamente igual. Por un lado, solo iban a asearse y a curarse las heridas. Los ojos de la sirena todavía se posaban, de vez en cuando, en la que el gyojin tenía en el hombro. Y, por otro lado, confiaba en el escualo con los ojos cerrados, si hiciese falta.
Una vez llegaron al cuarto, Asradi suspiró y se permitió desperezarse un poco, aunque chasqueó la lengua cuando, con ese gesto, notó el pinchazo de nuevo en la herida. Aflojó la mochila con los útiles médicos y más cosas que siempre llevaba a la espalda, y ahora la sujetó entre los brazos, pero por delante de su pecho.
— Gracias. — Le dedicó una sonrisa dulce a Octojin antes de perderse al otro lado de la puerta.
En realidad no tardó demasiado. Se dió una ducha rápida para quitarse el polvo del camino y también aprovechó para cambiarse de ropa. Al menos la parte superior, que se había ensuciado con la reyerta y el polvo del camino. No consideró cubrirse la cola, pues estaba con Octojin y ambos en un lugar que, ahora mismo, ella consideraba seguro. Al menos por el momento.
Para cuando la pelinegra salió, con una sonrisa de oreja a oreja, ya había aprovechado también para tratarse la herida de su costado, ahora cubierta con una gasa que había impregnado de uno de sus medicamentos. Era refrescante, así que ayudaría con la quemadura que el roce de la bala le había dejado.
— ¡Me ha sentado genial! — Dijo, de manera animada, mientras terminaba de anudarse la blusa que cubría la anatomía femenina superior. — Vaya, parece que pasó algo aquí mientras.
La habitación estaba repentinamente ordenada, y el gyojin sentadito en la cama, esperando su turno, como un cachorro grande bien portado. Estaba sonrojado de nuevo, y eso hizo que a ella también se le subiesen un poco los colores, casi por inercia. Pero, al mismo tiempo, le hizo algo de gracia.
— ¿Estás bien, Octojin? — Preguntó, al notarle, quizás, algo cohibido.
Tenía que reconocérselo a sí misma. Era su tipo, y era un amor a pesar de su imponente tamaño. Claro que podía dar miedo. Un tiburón siempre daba miedo, y más uno de esa envergadura. Pero había pasado buenos momentos con Octojin, éste le había demostrado lo que había debajo de aquella coraza. Solo habían sido un par de días a lo sumo, pero para ella había sido suficientes como para encariñarse con él.