Octojin
El terror blanco
30-09-2024, 02:49 PM
Desde el momento en que Asradi se había reunido con él en Loguetown, Octojin no había podido sacudir esa extraña sensación en su estómago. No era la primera vez que ocurría; cada vez que la miraba, cuando sonreía o incluso cuando se preocupaba por él, esa punzada incómoda le recorría las entrañas. Era como si le hiciera sentirse más ligero, a la vez que le llenaba de nerviosismo. Mientras caminaban hacia la posada, la sirena le preguntó si había alguien que le interesara, lo que hizo que sintiese una suma vergüenza. No se sonrojó más porque realmente no era físicamente posible, ya estaba lo suficientemente rojo como para aumentar aún más la tonalidad. Pero sí que pensó durante unos segundos la respuesta, sin dar con una clara.
— Si... o... no. No, hombre, quién va a haber —dijo, con un tono dubitativo mientras hacía una nueva pausa, viendo a dónde le llevaba esa situación, sin saber muy bien qué salida coger—. Es simplemente que... Llevo un tiempo oliendo a los humanos con distintos tipos de perfumes y pensé que podía tomar prestada esa costumbre humana, pero veo que no ha sido muy acertada. Ya decía yo que la gente me miraba particularmente raro, debe ser por eso —finalizó, dando un pequeño golpe en el brazo a la sirena, a modo de colegueo que quizá fue un poco más fuerte de lo que debiese haber sido, fruto de la tensión que estaba sintiendo el escualo.
Tras la lamentable situación con el tipo de la posada —que le dejó momentáneamente avergonzado, a pesar de que Asradi hiciese un esfuerzo por restarle importancia—, el escualo esperó pacientemente sentado en la cama a la sirena, que salió de la ducha más rápido de lo que esperaba. No pudo evitar quedarse algo embobado al verla, moviéndose de aquella manera tan sutil con una amplia sonrisa y mientras se colocaba la blusa. Aquello seguía provocando esa extraña sensación en su estómago. Y un poco más debajo de su estómago también provocaba cierta curiosidad.
—Sí, estoy bien —respondió con una voz algo dudosa, rascándose la nuca—. Solo que… siento algo raro en el estómago, como un poco de dolor. Quizá solo sea hambre.
No tenía del todo claro qué le pasaba, pero algo sí sabía: Asradi le hacía sentirse diferente. Quizá era por esa extraña sensación de haber encontrado a una igual, o puede que simplemente se sintiese tan bien por la forma de ser de la sirena. En cualquier caso, quería que el tiempo se parara para poder seguir disfrutando de esa sensación.
Una vez la ducha estaba libre, se fue hasta el baño, dejando la cama libre por si la sirena la necesitaba para sentarse y vestirse con mayor facilidad. Se quitó la ropa y la dejó en el suelo, y justo antes de meterse en la ducha se dio cuenta que se había dejado la ropa preparada en la cama. Pero por suerte había varias toallas con las que cubrirse una vez acabase.
Mientras caía el agua fría de la ducha, empezó a tararear al otro lado de la puerta una canción que había escuchado en un bar, aunque la manera en la que lo hacía no era la mejor para identificarla, desde luego. Si en su cabeza ya no sonaba demasiado bien, no quería ni pensar cómo le estaría sonando a la sirena. Así que se dispuso a abandonar su intento de tarareo y decidió seguir los consejos de Asradi para dejar su aroma natural, evitando usar geles, champús y desodorantes en el proceso de la ducha. Aunque al principio dudó, pensó que, si ella lo había dicho, debía haber una razón. Salió de la ducha, empapado y renovado, y se secó rápidamente con una toalla. Luego se cubrió la parte inferior de su cuerpo con un par de toallas, asegurándolas en su cintura.
Al volver a la habitación, se dejó caer sobre la cama, esperando a que Asradi le tratara la herida del hombro. Sentía un leve dolor, pero la preocupación de la sirena lo reconfortaba. La observó mientras ella preparaba las cosas para atenderle. La toalla se aflojó y se abrió ligeramente, pero él no se dio cuenta; estaba concentrado en mantener la calma y no pensar en el dolor.
—¿Qué te ha traído a la isla? —le preguntó, intentando aliviar la incomodidad que sentía por la herida y que, por lógica, se incrementaría con el tratamiento de la sirena—. No esperaba encontrarte por aquí. Y... si te apetece más tarde, podríamos ir a una taberna que conozco. Recuerdo que me dijiste que te gustaba la carne en la isla en la que nos conocimos, y aquí tienen una que preparan muy bien.
Mientras hablaba, su tono de voz reflejaba la comodidad que sentía estando cerca de ella. Estaba tan metido en la conversación que no se percató de que la toalla se estaba abriendo ligeramente por momentos, revelando más de lo que pretendía y, seguramente, de lo que la sirena quería ver en aquella situación.
— Si... o... no. No, hombre, quién va a haber —dijo, con un tono dubitativo mientras hacía una nueva pausa, viendo a dónde le llevaba esa situación, sin saber muy bien qué salida coger—. Es simplemente que... Llevo un tiempo oliendo a los humanos con distintos tipos de perfumes y pensé que podía tomar prestada esa costumbre humana, pero veo que no ha sido muy acertada. Ya decía yo que la gente me miraba particularmente raro, debe ser por eso —finalizó, dando un pequeño golpe en el brazo a la sirena, a modo de colegueo que quizá fue un poco más fuerte de lo que debiese haber sido, fruto de la tensión que estaba sintiendo el escualo.
Tras la lamentable situación con el tipo de la posada —que le dejó momentáneamente avergonzado, a pesar de que Asradi hiciese un esfuerzo por restarle importancia—, el escualo esperó pacientemente sentado en la cama a la sirena, que salió de la ducha más rápido de lo que esperaba. No pudo evitar quedarse algo embobado al verla, moviéndose de aquella manera tan sutil con una amplia sonrisa y mientras se colocaba la blusa. Aquello seguía provocando esa extraña sensación en su estómago. Y un poco más debajo de su estómago también provocaba cierta curiosidad.
—Sí, estoy bien —respondió con una voz algo dudosa, rascándose la nuca—. Solo que… siento algo raro en el estómago, como un poco de dolor. Quizá solo sea hambre.
No tenía del todo claro qué le pasaba, pero algo sí sabía: Asradi le hacía sentirse diferente. Quizá era por esa extraña sensación de haber encontrado a una igual, o puede que simplemente se sintiese tan bien por la forma de ser de la sirena. En cualquier caso, quería que el tiempo se parara para poder seguir disfrutando de esa sensación.
Una vez la ducha estaba libre, se fue hasta el baño, dejando la cama libre por si la sirena la necesitaba para sentarse y vestirse con mayor facilidad. Se quitó la ropa y la dejó en el suelo, y justo antes de meterse en la ducha se dio cuenta que se había dejado la ropa preparada en la cama. Pero por suerte había varias toallas con las que cubrirse una vez acabase.
Mientras caía el agua fría de la ducha, empezó a tararear al otro lado de la puerta una canción que había escuchado en un bar, aunque la manera en la que lo hacía no era la mejor para identificarla, desde luego. Si en su cabeza ya no sonaba demasiado bien, no quería ni pensar cómo le estaría sonando a la sirena. Así que se dispuso a abandonar su intento de tarareo y decidió seguir los consejos de Asradi para dejar su aroma natural, evitando usar geles, champús y desodorantes en el proceso de la ducha. Aunque al principio dudó, pensó que, si ella lo había dicho, debía haber una razón. Salió de la ducha, empapado y renovado, y se secó rápidamente con una toalla. Luego se cubrió la parte inferior de su cuerpo con un par de toallas, asegurándolas en su cintura.
Al volver a la habitación, se dejó caer sobre la cama, esperando a que Asradi le tratara la herida del hombro. Sentía un leve dolor, pero la preocupación de la sirena lo reconfortaba. La observó mientras ella preparaba las cosas para atenderle. La toalla se aflojó y se abrió ligeramente, pero él no se dio cuenta; estaba concentrado en mantener la calma y no pensar en el dolor.
—¿Qué te ha traído a la isla? —le preguntó, intentando aliviar la incomodidad que sentía por la herida y que, por lógica, se incrementaría con el tratamiento de la sirena—. No esperaba encontrarte por aquí. Y... si te apetece más tarde, podríamos ir a una taberna que conozco. Recuerdo que me dijiste que te gustaba la carne en la isla en la que nos conocimos, y aquí tienen una que preparan muy bien.
Mientras hablaba, su tono de voz reflejaba la comodidad que sentía estando cerca de ella. Estaba tan metido en la conversación que no se percató de que la toalla se estaba abriendo ligeramente por momentos, revelando más de lo que pretendía y, seguramente, de lo que la sirena quería ver en aquella situación.