Silver
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30-09-2024, 03:08 PM
El viento frío que soplaba por los callejones del muelle viejo parecía intensificar la tensión en el aire. La luna apenas se asomaba entre las nubes, lanzando tenues rayos de luz que apenas iluminaban el paisaje desolado. El silbido del viento se mezclaba con los crujidos de las estructuras derruidas, mientras Dharkel y Rocket permanecían en sus posiciones, expectantes.
Por un momento, todo se mantuvo en una calma inquietante. El único sonido era el eco de las olas golpeando suavemente contra las maderas envejecidas del muelle. Pero de pronto, esa quietud se rompió con pasos suaves, casi imperceptibles, avanzando desde las sombras.
Cuatro figuras emergieron desde la penumbra, moviéndose como fantasmas entre los almacenes abandonados. Se mantenían en las sombras, pero la luz de la luna revelaba lo suficiente. Un grupo de matones, vestidos con ropas desgastadas, cubiertos con capas que ocultaban sus rostros. Cada uno de ellos llevaba algún tipo de arma visible: cuchillos largos, porras, e incluso uno portaba una cadena que sonaba a su paso.
Los secuestradores se movían con una confianza fría, como si hubieran hecho esto muchas veces antes. Sus ojos recorrían el callejón hasta que, finalmente, uno de ellos divisó la figura encorvada de Dharkel, vestido como un mendigo indefenso. El líder del grupo, un hombre alto y corpulento, levantó la mano para que sus compañeros se detuvieran. Observó la situación por un momento, evaluando a su presa sin mostrar demasiada preocupación.
— Ahí está… parece que tenemos uno más para la redada de esta semana —murmuró, lo suficientemente bajo para que sus compañeros lo escucharan, pero no Dharkel.
Los matones se separaron en formación, dos de ellos avanzando lentamente por el callejón, mientras que los otros dos se quedaron detrás, vigilando las salidas. El líder se acercó un poco más, con una sonrisa torcida en su rostro. El secuestro estaba a punto de comenzar.
Desde su posición detrás de las cajas, Rocket lo podía observar todo con una precisión milimétrica. Sus sentidos, ahora agudizados por el Haki, captaban la presencia de aquellos hombres. Aunque aún no podía distinguir emociones o detalles específicos, sabía que su instinto no le había fallado: los secuestradores estaban allí. A través del visor de su rifle, evaluaba el terreno. Estaba cerca de Dharkel, listo para actuar, pero debía moverse con cautela y precisión.
Cada uno de sus dedos estaba tensado, listo para disparar, pero aguardando el momento exacto. El primer disparo sería importante, pero quizás precipitarse les haría huir. Su mirada encontró al que parecía ser líder del grupo, quién con breves indicaciones controlaba la situación.
Dharkel, por su parte, había notado el cambio en el ambiente. Los susurros, las sombras moviéndose con una dirección específica... Había llegado el momento. Con su katana y el pequeño cuchillo ocultos entre los harapos, aguardó, preparado para cuando los secuestradores hicieran su primer movimiento.
Uno de los matones se acercó a él, con una sonrisa burlona, y le lanzó una mirada de desprecio.
— Vamos, no nos lo pongas difícil. Ya sabes lo que toca —dijo, extendiendo la mano hacia él, como si fuera una simple formalidad. A los ojos de este hombre, Dharkel no era más que otro mendigo, otra presa fácil.
Pero el espadachín sabría que el juego no había hecho más que comenzar. Su misión era no solo ser el cebo, sino también crear la distracción necesaria para que Rocket tuviera una clara línea de ataque. Si el plan funcionaba, ambos saldrían con vida y podrían obtener las respuestas que buscaban.
Por un momento, todo se mantuvo en una calma inquietante. El único sonido era el eco de las olas golpeando suavemente contra las maderas envejecidas del muelle. Pero de pronto, esa quietud se rompió con pasos suaves, casi imperceptibles, avanzando desde las sombras.
Cuatro figuras emergieron desde la penumbra, moviéndose como fantasmas entre los almacenes abandonados. Se mantenían en las sombras, pero la luz de la luna revelaba lo suficiente. Un grupo de matones, vestidos con ropas desgastadas, cubiertos con capas que ocultaban sus rostros. Cada uno de ellos llevaba algún tipo de arma visible: cuchillos largos, porras, e incluso uno portaba una cadena que sonaba a su paso.
Los secuestradores se movían con una confianza fría, como si hubieran hecho esto muchas veces antes. Sus ojos recorrían el callejón hasta que, finalmente, uno de ellos divisó la figura encorvada de Dharkel, vestido como un mendigo indefenso. El líder del grupo, un hombre alto y corpulento, levantó la mano para que sus compañeros se detuvieran. Observó la situación por un momento, evaluando a su presa sin mostrar demasiada preocupación.
— Ahí está… parece que tenemos uno más para la redada de esta semana —murmuró, lo suficientemente bajo para que sus compañeros lo escucharan, pero no Dharkel.
Los matones se separaron en formación, dos de ellos avanzando lentamente por el callejón, mientras que los otros dos se quedaron detrás, vigilando las salidas. El líder se acercó un poco más, con una sonrisa torcida en su rostro. El secuestro estaba a punto de comenzar.
Desde su posición detrás de las cajas, Rocket lo podía observar todo con una precisión milimétrica. Sus sentidos, ahora agudizados por el Haki, captaban la presencia de aquellos hombres. Aunque aún no podía distinguir emociones o detalles específicos, sabía que su instinto no le había fallado: los secuestradores estaban allí. A través del visor de su rifle, evaluaba el terreno. Estaba cerca de Dharkel, listo para actuar, pero debía moverse con cautela y precisión.
Cada uno de sus dedos estaba tensado, listo para disparar, pero aguardando el momento exacto. El primer disparo sería importante, pero quizás precipitarse les haría huir. Su mirada encontró al que parecía ser líder del grupo, quién con breves indicaciones controlaba la situación.
Dharkel, por su parte, había notado el cambio en el ambiente. Los susurros, las sombras moviéndose con una dirección específica... Había llegado el momento. Con su katana y el pequeño cuchillo ocultos entre los harapos, aguardó, preparado para cuando los secuestradores hicieran su primer movimiento.
Uno de los matones se acercó a él, con una sonrisa burlona, y le lanzó una mirada de desprecio.
— Vamos, no nos lo pongas difícil. Ya sabes lo que toca —dijo, extendiendo la mano hacia él, como si fuera una simple formalidad. A los ojos de este hombre, Dharkel no era más que otro mendigo, otra presa fácil.
Pero el espadachín sabría que el juego no había hecho más que comenzar. Su misión era no solo ser el cebo, sino también crear la distracción necesaria para que Rocket tuviera una clara línea de ataque. Si el plan funcionaba, ambos saldrían con vida y podrían obtener las respuestas que buscaban.