Asradi
Völva
30-09-2024, 04:23 PM
La reacción de Octojin a su indiscreta pregunta había arrancado una risa divertida a la sirena. No pretendía molestarle o que se sintiese muy incómodo. Y tampoco lo había hecho por mal, pero es que era terriblemente adorable cuando se ponía así. Tan grandullón y tan tímido. Definitivamente, le encantaba esa faceta, tenía que reconocerlo. La ducha le había sentado a lo grande. Le hacía falta para destensar los músculos y quitarse todo el polvo del camino, así como la sangre del costado. Tras haberse tratado la herida, había salido luego del baño.
Y había notado un tanto azorado o raro a Octojin, asi que no dudó en acercarse a él tras haber formulado la pregunta.
— ¿Estás seguro? — La preocupación que se mostraba en el rostro de Asradi era genuina. Hasta que escuchó el mal que aquejaba al varón. — ¿Te han herido en el abdomen, acaso? — Ella solo había visto, a primera instancia, la del hombro, porque parecía ser la más llamativa.
Intentó echar un vistazo, pero ya para ese momento, Octojin se había puesto en pie y se había dirigido a la ducha. La sirena exhaló un suspiro, un poco frustrado. O, más bien, preocupado, y siguió al gyojin con la mirada hasta que la puerta del baño se cerró, dejándole con ese runrun en la cabeza. No solo eso, sino también esa sensación cálida que ella misma tenía en el pecho. La compañía de Octojin, para ella, era harto agradable. Se sentía cómoda y confiada a su lado. Simplemente sentía que podía bajar la guardia sin tener que preocuparse de absolutamente nada más. Mientras su cabeza era un hervidero de cuestiones, preparaba los utensilios para comenzar a tratar la herida del escualo. Y, de paso, esperaba poder revisarle el abdomen, si antes se había quejado de dolor.
De vez en cuando le escuchaba canturrear al otro lado de la puerta, y eso arrancó una risita en la sirena. Claro que no iba a juzgar sus dotes de canto ni mucho menos. Además, se notaba que, de alguna manera, Octojin lo estaba disfrutando. Y ella también, las cosas como eran. Físicamente, le gustaba mucho ese gyojin, aunque nunca se había parado a pensar antes en ese tipo de cuestiones. Pero no era imbécil, y tenía ojos en la cara. Colocó un par de rollos de venda sobre la cama y, a su lado, un bote de pasta desinfectante, de un color verde parduzco que, seguramente, Octojin reconociese de aquel tiempo donde habían pasado ese tiempo en la selva. Donde se lo había encontrado cubierto en fiebre a causa de aquel veneno. El recordar aquello le revolvió las entrañas. Por unos momentos había creído que el gyojin no lo contaba.
Por fortuna, no había sido así.
— Ah, ya saliste. Ven, vamos a... — Todo lo que Asradi tenía pensado pronunciar se quedó en la nada en cuanto vió salir a Octojin con tan solo... una toalla cubriéndole de cintura para abajo. Sin poder evitarlo, y casi en automático, los ojos de la sirena fueron viajando por aquella portentosa anatomía esculpida, literalmente, por los mares. Los músculos marcados, la aleta dorsal y las protuberancias que, afiladas, se enmarcaban en sus brazos. Notó un inmediato calor en las mejillas que no fue capaz ni de disimular.
Asradi carraspeó, apartando la mirada casi como si quemase, intentando centrarse en los útiles que había desperdigado un poco por la cama. Sintió el cambio de peso en el colchón cuando Octojin se sentó.
— Decidí detenerme para descansar un poco. — Murmuró, mientras era ella la que, ahora, se acomodaba “de pie” frente a la cama. O, más bien, frente a Octojin. Pasó delicada y cuidadosamente las manos por la herida que el escualo tenía en el hombro. Por fortuna, el disparo de la ballesta no había causado grandes daños, pero esa herida tenía que ser tratada. — Voy a tener que darte puntos, Octo. Cerrará mejor.
Miró de reojo al gyojin cuando le dijo esto. No le estaba pidiendo permiso, pero sí le anunciaba el procedimiento que seguiría. Lo primero que hizo fue comenzar a limpiar alrededor y a desinfectar. Eso tenía que estar listo antes de clavar la aguja y pasar el hilo.
— Y también pensé que podría hacer algo de turisteo. — Continuó con la conversación que se había iniciado, mientras se esmeraba en el tratamiento de él. Por inercia, la parte baja de su abdomen rozaba, de vez en cuando, con las rodillas del grandullón, cada vez que Asradi se movía para seguir tratándole la herida. Eso provocó también que, por inercia, también la toalla que portaba el macho se moviese ligeramente. — Pero al final todo se torció. Quizás lo intente mañana o así, cuando las cosas se calmen un poco.
Aunque no estaba segura, pues después de la pelea que se había suscitado, podrían reconocerla. Asradi suspiró. Tras terminar con el tratamiento inicial, se separó un poco para tomar el hilo y la aguja que tenía en una cajita, ya desinfectada la primera.
— ¿Te sigue doliendo el estómago? — Preguntó.
Y, por inercia, la mirada de Asradi descendió hacia dicha zona. Pero por algún motivo, algo le llamó la atención.
— . . . — Las mejillas de la sirena comenzaron a ponerse todavía más rojas. De hecho, se le habían sonrojado un tanto hasta las orejas, de forma graciosa y adorable.
La toalla que Octojin tenía para cubrir sus partes masculinas, se había abierto y movido de tal forma que... Bueno, quizás mostrase más de lo que el habitante del mar quisiese o fuese consciente de ello. Y ahí lo estaba viendo ella, en casi todo su esplendor.
”¡Por las barbas de Neptuno! ¿Cómo es posible el tamaño de... de...”
Los ojos azules de la sirena estaban abiertos de par en par. Lo peor de todo no era eso, sino que también se estaba imaginando el otro portento. ¡Porque los tiburones tienen dos! ¡DOS! Por puro instinto, su aleta caudal se agitó un poco y se tuvo que obligar a apartar la mirada de allí, casi como si le diesen un bofetón. La parte graciosa del asunto es que terminó mirando directamente a los ojos oscuros del escualo. Como si hubiese visto un fantasma.
O dos.
Asradi carraspeó un poco. A ver, no era precisamente tan tímida, pero eso no se lo esperaba para nada. ¿Y ahora qué hacía? ¿Le movía ella la toalla? ¿Le avisaba? ¿Seguía con lo suyo? No, no podía seguir con lo suyo tan tranquilamente cuando en su cabeza todavía tenía esa imagen mental. Quizás si se lo decía directamente, sería bochornoso para Octojin. Pero temía agarrar la punta de la toalla y rozar de más sin pretenderlo. Y entonces todo sería peor.
Así que lo único que se le ocurrió fue darle un par de señales visuales. Mirando hacia la toalla y hacia él un par de veces. A ver si se daba de cuenta.
Ella estaba tan roja como un pez beta.
Y había notado un tanto azorado o raro a Octojin, asi que no dudó en acercarse a él tras haber formulado la pregunta.
— ¿Estás seguro? — La preocupación que se mostraba en el rostro de Asradi era genuina. Hasta que escuchó el mal que aquejaba al varón. — ¿Te han herido en el abdomen, acaso? — Ella solo había visto, a primera instancia, la del hombro, porque parecía ser la más llamativa.
Intentó echar un vistazo, pero ya para ese momento, Octojin se había puesto en pie y se había dirigido a la ducha. La sirena exhaló un suspiro, un poco frustrado. O, más bien, preocupado, y siguió al gyojin con la mirada hasta que la puerta del baño se cerró, dejándole con ese runrun en la cabeza. No solo eso, sino también esa sensación cálida que ella misma tenía en el pecho. La compañía de Octojin, para ella, era harto agradable. Se sentía cómoda y confiada a su lado. Simplemente sentía que podía bajar la guardia sin tener que preocuparse de absolutamente nada más. Mientras su cabeza era un hervidero de cuestiones, preparaba los utensilios para comenzar a tratar la herida del escualo. Y, de paso, esperaba poder revisarle el abdomen, si antes se había quejado de dolor.
De vez en cuando le escuchaba canturrear al otro lado de la puerta, y eso arrancó una risita en la sirena. Claro que no iba a juzgar sus dotes de canto ni mucho menos. Además, se notaba que, de alguna manera, Octojin lo estaba disfrutando. Y ella también, las cosas como eran. Físicamente, le gustaba mucho ese gyojin, aunque nunca se había parado a pensar antes en ese tipo de cuestiones. Pero no era imbécil, y tenía ojos en la cara. Colocó un par de rollos de venda sobre la cama y, a su lado, un bote de pasta desinfectante, de un color verde parduzco que, seguramente, Octojin reconociese de aquel tiempo donde habían pasado ese tiempo en la selva. Donde se lo había encontrado cubierto en fiebre a causa de aquel veneno. El recordar aquello le revolvió las entrañas. Por unos momentos había creído que el gyojin no lo contaba.
Por fortuna, no había sido así.
— Ah, ya saliste. Ven, vamos a... — Todo lo que Asradi tenía pensado pronunciar se quedó en la nada en cuanto vió salir a Octojin con tan solo... una toalla cubriéndole de cintura para abajo. Sin poder evitarlo, y casi en automático, los ojos de la sirena fueron viajando por aquella portentosa anatomía esculpida, literalmente, por los mares. Los músculos marcados, la aleta dorsal y las protuberancias que, afiladas, se enmarcaban en sus brazos. Notó un inmediato calor en las mejillas que no fue capaz ni de disimular.
Asradi carraspeó, apartando la mirada casi como si quemase, intentando centrarse en los útiles que había desperdigado un poco por la cama. Sintió el cambio de peso en el colchón cuando Octojin se sentó.
— Decidí detenerme para descansar un poco. — Murmuró, mientras era ella la que, ahora, se acomodaba “de pie” frente a la cama. O, más bien, frente a Octojin. Pasó delicada y cuidadosamente las manos por la herida que el escualo tenía en el hombro. Por fortuna, el disparo de la ballesta no había causado grandes daños, pero esa herida tenía que ser tratada. — Voy a tener que darte puntos, Octo. Cerrará mejor.
Miró de reojo al gyojin cuando le dijo esto. No le estaba pidiendo permiso, pero sí le anunciaba el procedimiento que seguiría. Lo primero que hizo fue comenzar a limpiar alrededor y a desinfectar. Eso tenía que estar listo antes de clavar la aguja y pasar el hilo.
— Y también pensé que podría hacer algo de turisteo. — Continuó con la conversación que se había iniciado, mientras se esmeraba en el tratamiento de él. Por inercia, la parte baja de su abdomen rozaba, de vez en cuando, con las rodillas del grandullón, cada vez que Asradi se movía para seguir tratándole la herida. Eso provocó también que, por inercia, también la toalla que portaba el macho se moviese ligeramente. — Pero al final todo se torció. Quizás lo intente mañana o así, cuando las cosas se calmen un poco.
Aunque no estaba segura, pues después de la pelea que se había suscitado, podrían reconocerla. Asradi suspiró. Tras terminar con el tratamiento inicial, se separó un poco para tomar el hilo y la aguja que tenía en una cajita, ya desinfectada la primera.
— ¿Te sigue doliendo el estómago? — Preguntó.
Y, por inercia, la mirada de Asradi descendió hacia dicha zona. Pero por algún motivo, algo le llamó la atención.
— . . . — Las mejillas de la sirena comenzaron a ponerse todavía más rojas. De hecho, se le habían sonrojado un tanto hasta las orejas, de forma graciosa y adorable.
La toalla que Octojin tenía para cubrir sus partes masculinas, se había abierto y movido de tal forma que... Bueno, quizás mostrase más de lo que el habitante del mar quisiese o fuese consciente de ello. Y ahí lo estaba viendo ella, en casi todo su esplendor.
”¡Por las barbas de Neptuno! ¿Cómo es posible el tamaño de... de...”
Los ojos azules de la sirena estaban abiertos de par en par. Lo peor de todo no era eso, sino que también se estaba imaginando el otro portento. ¡Porque los tiburones tienen dos! ¡DOS! Por puro instinto, su aleta caudal se agitó un poco y se tuvo que obligar a apartar la mirada de allí, casi como si le diesen un bofetón. La parte graciosa del asunto es que terminó mirando directamente a los ojos oscuros del escualo. Como si hubiese visto un fantasma.
O dos.
Asradi carraspeó un poco. A ver, no era precisamente tan tímida, pero eso no se lo esperaba para nada. ¿Y ahora qué hacía? ¿Le movía ella la toalla? ¿Le avisaba? ¿Seguía con lo suyo? No, no podía seguir con lo suyo tan tranquilamente cuando en su cabeza todavía tenía esa imagen mental. Quizás si se lo decía directamente, sería bochornoso para Octojin. Pero temía agarrar la punta de la toalla y rozar de más sin pretenderlo. Y entonces todo sería peor.
Así que lo único que se le ocurrió fue darle un par de señales visuales. Mirando hacia la toalla y hacia él un par de veces. A ver si se daba de cuenta.
Ella estaba tan roja como un pez beta.