Hyun Yeon
Tsubaki no Ken
30-09-2024, 10:37 PM
Tus espadas se mueven incansablemente de un lado a otro, desviando proyectiles y protegiendo a tus soldados. El sonido de metal contra metal junto con la melodía de la ametralladora vomitando balas en vuestra dirección se convierte en una canción letal. Aún cuando eres alcanzado, continúas protegiendo a tus aliados y ellos no te decepcionan. Inclinándose para cubrirse de la lluvia de balas, comienzan a remar con más ímpetu. En un momento estáis fuera del ángulo de tiro de la ametralladora y, dado que nunca tuvieron ángulo de visión directo gracias a las hierbas, tardan en darse cuenta de vuestra huida.
- ¡Rápido! Por la izquierda - susurra Albert tras alzarse un momento para buscar las ruinas con su mira. Un poco más atrás, la ametralladora deja de sonar y escucháis nuevos insultos y una voz femenina que grita "¡se escapan!". Escucháis de nuevo el motor y el sonido de las ruedas, pero esta vez suenan diferente. El sonido es similar al de una muela de afilar rozando contra algo, salvando que en este paso no es piedra contra metal, sino caucho contra barro. Por el sonido dirías que no están moviéndose del sitio, aunque parecen estar intentándolo con ganas, a juzgar por los gritos.
No estáis aún fuera de peligro. Escucháis el chapoteo de botas contra el suelo inundado de la isla y el rugir de otros dos motores en puntos no tan lejano como os gustaría. Sin embargo, Joe y Hugo mantienen el ritmo con los remos, con Kovacs guiando la barca y Albert vigilando de vez en cuando los alrededores. Al cabo de un tenso minuto de desesperadas paladas, Albert dice - Es hora de buscar terreno firme. Las ruinas están ahí al lado - al escuchar eso, ambos remeros se detienen y dejan que la barca mantenga la inercia, jadeando por el cansancio. Ante la evidente ruptura de la cadena de mando Kovacs les dirige una mirada de desaprobación, pero no dice nada. A continuación se gira hacia ti, con evidente intención de hablarte - Jefe de compañía, si me permite ser sincero por un momento, me gustaría expresar mi gratitud. Nos ha sacado del peligro intactos lanzándose usted mismo al peligro. No voy a negar que considero que semejante riesgo es peligroso, le necesitamos vivo para dirigir la expedición, pero que me aspen si no me siento condenadamente feliz de haber salido de ahí sin agujeros nuevos en el cuerpo - el pomposo suboficial inclina el cuerpo a modo de reverencia, tanto como una persona puede hacer una sentado en una barca.
Los otros no tardan en sumarse a suscribir las palabras de Kovacs y agradecer que les protegieses. Mientras tanto, la barca llega junto a tierra y Hugo no tarda en coger su remo y empezar a tantear el terreno. Parece que aprovechó su experiencia previa en las marismas. Tras hundir el remo en varios puntos, dice - No es el terreno más firme, pero parece que tenías razón, jefe. Hay una capa dura bajo el barro. Nos encharcaremos las botas y ensuciaremos de fango, pero es posible avanzar por aquí. Ojo con los pies, el terreno es desigual y es posible que tropecemos si no nos andamos con ojo.
Una vez des tus instrucciones, desembarcáis y empezáis a cruzar las hierbas hacia las ruinas. Estáis tan rodeados de vegetación que apenas ves a metro y medio de ti y el fango es tan profundo que ni las botas altas impiden que entre agua en el calzado. Avanzar es lento y molesto, pero posible. Hugo recomienda (si no lo has ordenado ya) que alguno vaya delante tanteando el terreno con un remo o con algún arma u objeto largo. De esta manera, sorteáis el obstáculo hasta llegar finalmente a las ruinas del faro. Están en una zona ligeramente más elevada (apenas treinta o cuarenta centímetros, pero suficiente para que el suelo esté un poco más seco y podáis caminar con normalidad). Las ruinas no son nada del otro mundo. Cuatro paredes semiderruidas rodeadas de escombros. Encima de uno de estos escombros, en lo que parecen los restos oxidados de la cúpula del faro, hay un marine con unos prismáticos colgados del cuello y un fusil en las manos. Su uniforme está manchado de barro y sangre y su expresión es dura y su mirada inerte y desenfocada - Habéis pasado un infierno para llegar, ¿eh? El comandante está dentro.
Te das cuenta de que, ocultos entre la vegetación o parapetados tras escombros, otros marines mantienen guardia en los alrededores. Hay al menos diez a este lado de los escombros. Todos tienen esa misma mirada perdida de quien ha visto cosas que preferiría no haber visto. Por lo que sabes, llevan menos de un día en este islote. ¿Qué puede haber pasado? Una vez entras en el interior del faro, ves a otros tantos marines revisando sus armas, reposando contra la pared o charlando en voz baja mientras comparten cigarros. En medio de ellos, los galones sucios de sangre y barro atraen tu mirada hacia un marine concreto. Un hombre de pelo rubio claro y piel morena, de estatura media. Lleva un sable y una pistola al cinto y parece estar en mejor estado mental que la mayoría de los marines que has visto antes - ¿Sois nuestros refuerzos? Está visto que el cuartel de Loguetown trabaja rápido. Soy el comandante Bryan.
- ¡Rápido! Por la izquierda - susurra Albert tras alzarse un momento para buscar las ruinas con su mira. Un poco más atrás, la ametralladora deja de sonar y escucháis nuevos insultos y una voz femenina que grita "¡se escapan!". Escucháis de nuevo el motor y el sonido de las ruedas, pero esta vez suenan diferente. El sonido es similar al de una muela de afilar rozando contra algo, salvando que en este paso no es piedra contra metal, sino caucho contra barro. Por el sonido dirías que no están moviéndose del sitio, aunque parecen estar intentándolo con ganas, a juzgar por los gritos.
No estáis aún fuera de peligro. Escucháis el chapoteo de botas contra el suelo inundado de la isla y el rugir de otros dos motores en puntos no tan lejano como os gustaría. Sin embargo, Joe y Hugo mantienen el ritmo con los remos, con Kovacs guiando la barca y Albert vigilando de vez en cuando los alrededores. Al cabo de un tenso minuto de desesperadas paladas, Albert dice - Es hora de buscar terreno firme. Las ruinas están ahí al lado - al escuchar eso, ambos remeros se detienen y dejan que la barca mantenga la inercia, jadeando por el cansancio. Ante la evidente ruptura de la cadena de mando Kovacs les dirige una mirada de desaprobación, pero no dice nada. A continuación se gira hacia ti, con evidente intención de hablarte - Jefe de compañía, si me permite ser sincero por un momento, me gustaría expresar mi gratitud. Nos ha sacado del peligro intactos lanzándose usted mismo al peligro. No voy a negar que considero que semejante riesgo es peligroso, le necesitamos vivo para dirigir la expedición, pero que me aspen si no me siento condenadamente feliz de haber salido de ahí sin agujeros nuevos en el cuerpo - el pomposo suboficial inclina el cuerpo a modo de reverencia, tanto como una persona puede hacer una sentado en una barca.
Los otros no tardan en sumarse a suscribir las palabras de Kovacs y agradecer que les protegieses. Mientras tanto, la barca llega junto a tierra y Hugo no tarda en coger su remo y empezar a tantear el terreno. Parece que aprovechó su experiencia previa en las marismas. Tras hundir el remo en varios puntos, dice - No es el terreno más firme, pero parece que tenías razón, jefe. Hay una capa dura bajo el barro. Nos encharcaremos las botas y ensuciaremos de fango, pero es posible avanzar por aquí. Ojo con los pies, el terreno es desigual y es posible que tropecemos si no nos andamos con ojo.
Una vez des tus instrucciones, desembarcáis y empezáis a cruzar las hierbas hacia las ruinas. Estáis tan rodeados de vegetación que apenas ves a metro y medio de ti y el fango es tan profundo que ni las botas altas impiden que entre agua en el calzado. Avanzar es lento y molesto, pero posible. Hugo recomienda (si no lo has ordenado ya) que alguno vaya delante tanteando el terreno con un remo o con algún arma u objeto largo. De esta manera, sorteáis el obstáculo hasta llegar finalmente a las ruinas del faro. Están en una zona ligeramente más elevada (apenas treinta o cuarenta centímetros, pero suficiente para que el suelo esté un poco más seco y podáis caminar con normalidad). Las ruinas no son nada del otro mundo. Cuatro paredes semiderruidas rodeadas de escombros. Encima de uno de estos escombros, en lo que parecen los restos oxidados de la cúpula del faro, hay un marine con unos prismáticos colgados del cuello y un fusil en las manos. Su uniforme está manchado de barro y sangre y su expresión es dura y su mirada inerte y desenfocada - Habéis pasado un infierno para llegar, ¿eh? El comandante está dentro.
Te das cuenta de que, ocultos entre la vegetación o parapetados tras escombros, otros marines mantienen guardia en los alrededores. Hay al menos diez a este lado de los escombros. Todos tienen esa misma mirada perdida de quien ha visto cosas que preferiría no haber visto. Por lo que sabes, llevan menos de un día en este islote. ¿Qué puede haber pasado? Una vez entras en el interior del faro, ves a otros tantos marines revisando sus armas, reposando contra la pared o charlando en voz baja mientras comparten cigarros. En medio de ellos, los galones sucios de sangre y barro atraen tu mirada hacia un marine concreto. Un hombre de pelo rubio claro y piel morena, de estatura media. Lleva un sable y una pistola al cinto y parece estar en mejor estado mental que la mayoría de los marines que has visto antes - ¿Sois nuestros refuerzos? Está visto que el cuartel de Loguetown trabaja rápido. Soy el comandante Bryan.