Alistair
Mochuelo
01-10-2024, 12:35 AM
— Día 37 de Primavera, Año 720 —
En un mundo roto, lleno de personas dispuestas a herirte por un mínimo de comida, la diferencia entre tener poder o carecer de éste era determinante para la vida que pudieras llevar. Tanto como le pesara tener que admitirlo hasta el fondo de su corazón, contar con la capacidad para combatir había dejado de ser una comodidad para convertirse en un requisito; desde que tomó la oportunidad para escapar de las garras de ese Tenryubito... No, desde el día en que nació con un par de alas negras montadas en su espalda, había sido condenado a ser incompatible con una vida pacífica y acallada, sin tener que ver las consecuencias del conflicto. Cuán fácil sería todo si tan solo pudiera elegir una vida diferente, de lejos mas ignorante de lo que pasaba a su alrededor.
Pero tenía que admitir, solo para sus adentros... En parte agradecía tener el potencial para obtener poder. Después de todo, había nacido con el deseo de ayudar a los demás, y proteger a quien lo necesitara. Y de la misma forma en que un par de espadas podían usarse para lastimar y amedrentar a otros, no eran más que herramientas capaces también de ser un bastión para resguardar a los más débiles tras su filo. ¿De cuándo un superhéroe podía permitirse el lujo de sentarse y ver los días pasar en total inacción, esperando que alguien más hiciera su trabajo por él? Alistair no era ningún superhéroe, siquiera era un soldado de la armada revolucionaria en ese momento, sino tan solo un chico alado con aspiraciones de unirse a ellos. Por eso buscaba poder, fue a él. Fue a DemonTooth, en busca de crecimiento físico y espiritual.
Los rumores se extendían como el fuego y llegaban a los oídos de todos, incluso a los de un chico despojado de su pasado como él. Hablaban entre susurros de un estilo que había producido ecos en partes del mundo, señas de la peculiaridad que era observar a espadachines utilizando tres armas al tiempo y salir victoriosos en el proceso. Lejos de lo que el ojo inexperimentado pensaría, los espadachines del Santoryu exhibían una proeza envidiable que llegaba hasta hazañas capaces de biseccionar montañas limpiamente... Bueno, quizá eso ya era la naturaleza extravagante de pasar susurros cual teléfono roto.
El viaje hasta la isla fue... menos que agradable. Aún un paraíso comparado con los tratamientos de esclavo que recibía en el pasado, pero siempre agradecería ir en algún contenedor más espacioso que una caja repleta de equipo para pescar, presumiblemente para poner a la venta tan pronto llegaran a la isla. No podía esperar más; el Lunarian era contrabando humano para ese punto, transportado por el dueño de la embarcación a quien pagó por medio de intercambio de servicios médicos. El aroma que desprendía dejaba claro que más de una vez había sido usado para transportar carnada, y que en varias ocasiones de esas había habido accidentes que habían impregnado el aroma en cada pared del recipiente de madera. Con lo bueno que era el material para retener olores... Lo primero que hizo al arribar fue darse la mejor ducha de su vida, o las plumas de sus alas acabarían por impregnarse de ese aroma nauseabundo por días. Si tan solo hubiera tenido el dinero para pagar un taxi marítimo...
Hecho eso, su primer paso era encontrar información: Podía saber que el estilo provenía de DemonTooth, y que allí quizá daría con alguien que supiera direccionarlo mejor hacia su destino. Pero estaba buscando una aguja en un pajar, o lo que era lo mismo: Estaba buscando un dojo en una isla entera. Incluso con sus capacidades de vuelo, el tiempo que tendría que invertir en tal búsqueda no era ninguna broma. Muy por el contrario, sería una actividad tortuosa que pondría en prueba la paciencia con la que pudiera contar a su disposición.
No era tan torpe de buscar a ciegas hasta que algo cayera: Si iba a dar con cualquier lugar, lo mejor era empezar por el asentamiento mas cercano al puerto y avanzar desde allí.
Detuvo a la primera persona que se cruzó por su camino, que se moviera con suficiente soltura por el sitio como para parecer un local. Al menos tanto como sus ojos podían decirle de esas características en un completo desconocido. — ¡AH! Disculpa, ¿sabes dónde puedo encontrar el Dojo de los espadachines que usan tres espadas? San... Santo... Santoalgo, no sé. — Ni sabía bien el nombre del estilo; había escuchado tantas variaciones del mismo juego de letras que no se había molestado en memorizarlo, siendo el único denominador en común las cinco primeras letras.