Balagus
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01-10-2024, 01:48 AM
Nadie respondió a las bravatas de Scarface. Ni a sus órdenes. Ni a la llamada a sus hombres. Nada, salvo la grave y gutural voz de un oni, retumbando como si fuera un enorme y arcaico instrumento tribal, cantando una vieja tonada de piratas.
Silver le había enseñado a Balagus aquella pequeña pieza hacía algún tiempo. Le había dicho que, cuando las más grandes tripulaciones piratas la cantaban en el pasado, sus capitanes se reunían, y hasta los marineros y cazarrecompensas más aguerridos y poderosos temblaban de miedo. El contramaestre siempre creyó que su capitán se la había inventado un día, pero allí… allí, entre toda la niebla, después de lo que acababan de vivir, algo resonaba entre las notas con un sentimiento poderoso e innegable.
El gigantón apareció de entre la niebla, caminando por el trémulo puente tendido con pasos firmes, sin apartar su penetrante mirada del pretencioso “capitán” del navío. Silver se unió al canto sin dudarlo, y su salvaje compañero pudo sentir cómo, de alguna manera, incluso los naufragios a su alrededor resonaban con la canción, formando un coro fantasmal de crujidos y lamentos, al fin ajusticiados.
Le ardían las manos, necesitaría ser tratado de nuevo por Marvolath. Sus brazos y piernas estaban acalambrados y entumecidos por los golpes propinados y por el esfuerzo natatorio. Sin embargo, sus ojos, brillantes como dos pedazos de fulgurante ámbar, se negaban a apartarse del último enemigo que, en su opinión, quedaba en aquel barco.
La canción terminó. Le habían acorralado. Estaba aterrado. Su espada se hundió superficialmente en el brazo del oni, movimiento que fue respondido rápidamente con una enorme manaza aferrando a Scarface por la cara, levantándole en el aire como si apenas pesara, e ignorando el dolor de sus palmas. Balagus miró un momento al doctor: había deducido ya que su inesperado aliado tenía ciertos reparos a la hora de cercenar vidas, y por ello quería hacerle saber, a su silenciosa y significativa manera, que no habría salvación para tal despropósito de hombre. Luego, miró a su Silver.
- ¿Qué ordena hacer con él, capitán? – Fue toda la pregunta que hizo, simple, carente de ceremonia, y al mismo tiempo tan lúgubre y funesta.
Fuera lo que decidieran, Balagus no opuso ninguna queja. Y, cuando se hubieron deshecho de él, el oni se dedicó a deambular un rato por la cubierta sin rumbo fijo. A veces echaba una mirada al cadáver de la bestia, admirando su fuerza y majestuosidad, aun muerta, y preguntándose una vez más a qué sabría, y cómo podría cocinarla. A veces, sus ojos se paseaban por la borda, y por los cadáveres y los restos de los pobres diablos que habían perdido su vida allí. Y entonces la vio.
Una calavera, más grande y angulosa de lo normal, a la que le faltaba la mitad inferior. La calavera de un oni sin cuernos. Balagus no tenía claro cómo había acabado allí, ni cómo había perdido la carne y los ojos tan rápido. Pero tampoco lo pensó mucho. No le importaba, realmente. Con reverencia, se arrodilló frente a aquel único recordatorio, lo tomó con una mano, y posó su frente en la gruesa pared del cráneo.
- Aka’Magosh, Malakus. – Susurró, con profundo sentimiento, volviendo a invocar una palabra de gran agradecimiento de la lengua de sus ancestros. – Tus padres te esperan orgullosos, guerrero. –
Sus ojos se esforzaron en derramar una única lágrima solitaria, corriendo por su mejilla derecha hasta perderse en su barba. Hacía mucho que creía sus lacrimales secos, su llantos apagados y ahogados. Aquel viejo esclavo redimido como guerrero parecía haberle convencido de lo contrario.
Y, sin previo aviso, la nave empezó a moverse. El gran mástil que había acabado con la bestia se hundió en las profundidades, llevándose la vieja y castigada hacha con él. Balagus la vio escaparse, con una mezcla de lamento y de orgullo. Había sido su primera arma desde que escapó de su cruel cautiverio, le había acompañado a través de docenas de cacerías y escaramuzas, y ciertamente, merecía una jubilación acorde con la proeza que había logrado.
El oni se dirigió hacia la popa, esperando encontrar allí a su capitán, dirigiendo lo que quedaba del Hope. Sin embargo, grande fue su sorpresa cuando vio que no era sino Bronz, al que daban por muerto, quien llevaba el timón mientras cantaba entre trago y trago. Tragos al aire, a juzgar por el contenido de la botella.
Aunque parecía más un loco o un borracho balbuceando y escupiendo reflexiones que sólo a él le parecerían lógicas y profundas, algo hizo que Balagus se quedara mirándole, casi como entendiera cada una de sus palabras, como si pesaran poderosamente en él. Cuando le miró y, claramente, se refirió a él, el gigantón sólo pudo bajar la mirada hacia el cráneo recuperado, y responder con un silencioso asentimiento.
Luego se refirió a los demás, y luego… desapareció con la niebla. Por alguna razón, aquello no le importunó en absoluto al contramaestre: había visto demasiado aquel día como para ponerse a tratar de razonarlo todo, y se encontraba demasiado cansado como para darle más trabajo a su cerebro del que su cuerpo tenía por delante. Tras adentrarse en la bodega, sacó una buena cantidad de aparejos de pesca y arrastre de ballenas, y se puso a afianzar a la enorme criatura para no perderla por el camino. Todavía tenía los ganchos en la mano, cuando se dirigió hacia Marvolath, que pasaba cerca.
- Creo que lo mejor será que me ocupe yo del barco después de asegurar a este pequeñín, ¿no crees? Además, alguien tendrá que limpiar la cubierta. –
Dejó escapar una única, breve y sonora carcajada de sorna con su comentario final, mientras su mente pivotaba entre las posibilidades de aprender los secretos de la carpintería, y así arreglar los puñeteros marcos de las puertas para no tener que agacharse por ellos, y la calavera que había dejado limpiando y desinfectándose en la cocina. Una calavera que siempre llevaría en su enorme cinturón, como recordatorio de la lección aprendida aquel día. Como honra a un viejo amigo.
Silver le había enseñado a Balagus aquella pequeña pieza hacía algún tiempo. Le había dicho que, cuando las más grandes tripulaciones piratas la cantaban en el pasado, sus capitanes se reunían, y hasta los marineros y cazarrecompensas más aguerridos y poderosos temblaban de miedo. El contramaestre siempre creyó que su capitán se la había inventado un día, pero allí… allí, entre toda la niebla, después de lo que acababan de vivir, algo resonaba entre las notas con un sentimiento poderoso e innegable.
El gigantón apareció de entre la niebla, caminando por el trémulo puente tendido con pasos firmes, sin apartar su penetrante mirada del pretencioso “capitán” del navío. Silver se unió al canto sin dudarlo, y su salvaje compañero pudo sentir cómo, de alguna manera, incluso los naufragios a su alrededor resonaban con la canción, formando un coro fantasmal de crujidos y lamentos, al fin ajusticiados.
Le ardían las manos, necesitaría ser tratado de nuevo por Marvolath. Sus brazos y piernas estaban acalambrados y entumecidos por los golpes propinados y por el esfuerzo natatorio. Sin embargo, sus ojos, brillantes como dos pedazos de fulgurante ámbar, se negaban a apartarse del último enemigo que, en su opinión, quedaba en aquel barco.
La canción terminó. Le habían acorralado. Estaba aterrado. Su espada se hundió superficialmente en el brazo del oni, movimiento que fue respondido rápidamente con una enorme manaza aferrando a Scarface por la cara, levantándole en el aire como si apenas pesara, e ignorando el dolor de sus palmas. Balagus miró un momento al doctor: había deducido ya que su inesperado aliado tenía ciertos reparos a la hora de cercenar vidas, y por ello quería hacerle saber, a su silenciosa y significativa manera, que no habría salvación para tal despropósito de hombre. Luego, miró a su Silver.
- ¿Qué ordena hacer con él, capitán? – Fue toda la pregunta que hizo, simple, carente de ceremonia, y al mismo tiempo tan lúgubre y funesta.
Fuera lo que decidieran, Balagus no opuso ninguna queja. Y, cuando se hubieron deshecho de él, el oni se dedicó a deambular un rato por la cubierta sin rumbo fijo. A veces echaba una mirada al cadáver de la bestia, admirando su fuerza y majestuosidad, aun muerta, y preguntándose una vez más a qué sabría, y cómo podría cocinarla. A veces, sus ojos se paseaban por la borda, y por los cadáveres y los restos de los pobres diablos que habían perdido su vida allí. Y entonces la vio.
Una calavera, más grande y angulosa de lo normal, a la que le faltaba la mitad inferior. La calavera de un oni sin cuernos. Balagus no tenía claro cómo había acabado allí, ni cómo había perdido la carne y los ojos tan rápido. Pero tampoco lo pensó mucho. No le importaba, realmente. Con reverencia, se arrodilló frente a aquel único recordatorio, lo tomó con una mano, y posó su frente en la gruesa pared del cráneo.
- Aka’Magosh, Malakus. – Susurró, con profundo sentimiento, volviendo a invocar una palabra de gran agradecimiento de la lengua de sus ancestros. – Tus padres te esperan orgullosos, guerrero. –
Sus ojos se esforzaron en derramar una única lágrima solitaria, corriendo por su mejilla derecha hasta perderse en su barba. Hacía mucho que creía sus lacrimales secos, su llantos apagados y ahogados. Aquel viejo esclavo redimido como guerrero parecía haberle convencido de lo contrario.
Y, sin previo aviso, la nave empezó a moverse. El gran mástil que había acabado con la bestia se hundió en las profundidades, llevándose la vieja y castigada hacha con él. Balagus la vio escaparse, con una mezcla de lamento y de orgullo. Había sido su primera arma desde que escapó de su cruel cautiverio, le había acompañado a través de docenas de cacerías y escaramuzas, y ciertamente, merecía una jubilación acorde con la proeza que había logrado.
El oni se dirigió hacia la popa, esperando encontrar allí a su capitán, dirigiendo lo que quedaba del Hope. Sin embargo, grande fue su sorpresa cuando vio que no era sino Bronz, al que daban por muerto, quien llevaba el timón mientras cantaba entre trago y trago. Tragos al aire, a juzgar por el contenido de la botella.
Aunque parecía más un loco o un borracho balbuceando y escupiendo reflexiones que sólo a él le parecerían lógicas y profundas, algo hizo que Balagus se quedara mirándole, casi como entendiera cada una de sus palabras, como si pesaran poderosamente en él. Cuando le miró y, claramente, se refirió a él, el gigantón sólo pudo bajar la mirada hacia el cráneo recuperado, y responder con un silencioso asentimiento.
Luego se refirió a los demás, y luego… desapareció con la niebla. Por alguna razón, aquello no le importunó en absoluto al contramaestre: había visto demasiado aquel día como para ponerse a tratar de razonarlo todo, y se encontraba demasiado cansado como para darle más trabajo a su cerebro del que su cuerpo tenía por delante. Tras adentrarse en la bodega, sacó una buena cantidad de aparejos de pesca y arrastre de ballenas, y se puso a afianzar a la enorme criatura para no perderla por el camino. Todavía tenía los ganchos en la mano, cuando se dirigió hacia Marvolath, que pasaba cerca.
- Creo que lo mejor será que me ocupe yo del barco después de asegurar a este pequeñín, ¿no crees? Además, alguien tendrá que limpiar la cubierta. –
Dejó escapar una única, breve y sonora carcajada de sorna con su comentario final, mientras su mente pivotaba entre las posibilidades de aprender los secretos de la carpintería, y así arreglar los puñeteros marcos de las puertas para no tener que agacharse por ellos, y la calavera que había dejado limpiando y desinfectándose en la cocina. Una calavera que siempre llevaría en su enorme cinturón, como recordatorio de la lección aprendida aquel día. Como honra a un viejo amigo.