Asradi
Völva
01-10-2024, 01:09 PM
Asradi se mantuvo en silencio, contemplando el lugar mientras su mirada se iba arrastrando por cada esquina, visualizando cada aparato abandonado y la gente que ya se estaba yendo al haberse terminado la competición. Por unos segundos echó un vistazo de reojo a Ragnheidr y luego no pudo evitar soltar un suspiro. Habían llegado tarde. Y, no solo eso, sino que se habían perdido vidas por el camino Por decisión de ellos. No habían conseguido ni una cosa ni la otra. Lo mejor que podían hacer ahora, a ojos de la sirena, era irse y pensar en todo lo que había sucedido. Para que no se volviese a repetir, al menos.
Lo que Asradi no se esperó, bajo ningún concepto, fue la repentina reacción que tuvo el grandullón. Aunque había notado esa ira silente en los ojos del rubio, la sirena creyó que se contendría. Que lo entendería de alguna manera. Pero no fue así.
— ¡Ragn! — Llamó, intentando contenerle. Pero ya era tarde.
Demasiado tarde.
Para cuando Asradi intentó acortar distancias, no pudo hacerlo. De inmediato el gas emanado por el hombre de cinco metros la rodeó a ella también. No la estaba tocando, ni tan siquiera rozando, pero la estaba conteniendo ahí, como una jaula peligrosa e invisible al mismo tiempo. En su fuero interno, la pelinegra era consciente de que Ragn jamás le haría daño. No de manera voluntaria o consciente. Y de que esa era su forma, quizás errada, de protegerla de lo que sí le estaba haciendo al resto de la gente.
— ¡Ragn, detente, ellos no tienen la culpa! — Había guardado silencio al principio, pero no podía aprobar aquello. No cuando veía como su amigo se estaba perdiendo. O, al menos, esa era la sensación que le estaba dando.
Ya solo veía a la gente caer inconsciente al suelo. Asradi esperaba que, al menos, no estuviesen muertos. Que, dentro de ese momento de locura, Ragn estuviese teniendo un poco de piedad, por decirlo de alguna manera. La sirena seguía con la mirada todo lo que estaba sucediendo, con una mezcla de preocupación y temor. No porque algo le sucediese a ella, sino por esa gente que no tenía culpa.
Y todavía más por Ragn.
Solo cuando todo terminó, y todo quedó en silencio, fue que decidió arriesgarse a aproximarse, ahora que el rubio había tomado ya una forma más consistente. La que ella conocía. Cuando cruzaron las miradas, Asradi pudo contemplar toda la ira que embargaba a su amigo, pero también algo más. Esa nostalgia, esa tristeza. Y ese sentimiento de no saber como gestionar esas emociones. Podría regañarle, podría decirle que eso había sido exagerado e innecesario.
Y lo era en verdad.
Los ojos azules de ella barrieron el lugar, contemplando a los cuerpos caídos. No estaban muertos, por suerte. Sí inconscientes, algunos algo quemados por el tipo de gas, pero vivos al fin y al cabo.
— Ragn... — Murmuró, cuando su mirada volvió a cruzarse con la del mencionado.
Podría decirle mil y una cosas. Pero no lo hizo.
En silencio se acercó a él, quedando justo al frente del imponente hombre. Asradi no le miraba con miedo. Le miraba con comprensión. Ni tan siquiera con lástima. Un suspiro se escapó de entre sus labios.
Y le abrazó. Rodeó la cintura de Ragn apoyando la frente en el abdomen del mismo. Por la diferencia de alturas, era hasta donde le llegaba. Pero esperaba que, con eso, supiese que no estaba solo.
Lo que Asradi no se esperó, bajo ningún concepto, fue la repentina reacción que tuvo el grandullón. Aunque había notado esa ira silente en los ojos del rubio, la sirena creyó que se contendría. Que lo entendería de alguna manera. Pero no fue así.
— ¡Ragn! — Llamó, intentando contenerle. Pero ya era tarde.
Demasiado tarde.
Para cuando Asradi intentó acortar distancias, no pudo hacerlo. De inmediato el gas emanado por el hombre de cinco metros la rodeó a ella también. No la estaba tocando, ni tan siquiera rozando, pero la estaba conteniendo ahí, como una jaula peligrosa e invisible al mismo tiempo. En su fuero interno, la pelinegra era consciente de que Ragn jamás le haría daño. No de manera voluntaria o consciente. Y de que esa era su forma, quizás errada, de protegerla de lo que sí le estaba haciendo al resto de la gente.
— ¡Ragn, detente, ellos no tienen la culpa! — Había guardado silencio al principio, pero no podía aprobar aquello. No cuando veía como su amigo se estaba perdiendo. O, al menos, esa era la sensación que le estaba dando.
Ya solo veía a la gente caer inconsciente al suelo. Asradi esperaba que, al menos, no estuviesen muertos. Que, dentro de ese momento de locura, Ragn estuviese teniendo un poco de piedad, por decirlo de alguna manera. La sirena seguía con la mirada todo lo que estaba sucediendo, con una mezcla de preocupación y temor. No porque algo le sucediese a ella, sino por esa gente que no tenía culpa.
Y todavía más por Ragn.
Solo cuando todo terminó, y todo quedó en silencio, fue que decidió arriesgarse a aproximarse, ahora que el rubio había tomado ya una forma más consistente. La que ella conocía. Cuando cruzaron las miradas, Asradi pudo contemplar toda la ira que embargaba a su amigo, pero también algo más. Esa nostalgia, esa tristeza. Y ese sentimiento de no saber como gestionar esas emociones. Podría regañarle, podría decirle que eso había sido exagerado e innecesario.
Y lo era en verdad.
Los ojos azules de ella barrieron el lugar, contemplando a los cuerpos caídos. No estaban muertos, por suerte. Sí inconscientes, algunos algo quemados por el tipo de gas, pero vivos al fin y al cabo.
— Ragn... — Murmuró, cuando su mirada volvió a cruzarse con la del mencionado.
Podría decirle mil y una cosas. Pero no lo hizo.
En silencio se acercó a él, quedando justo al frente del imponente hombre. Asradi no le miraba con miedo. Le miraba con comprensión. Ni tan siquiera con lástima. Un suspiro se escapó de entre sus labios.
Y le abrazó. Rodeó la cintura de Ragn apoyando la frente en el abdomen del mismo. Por la diferencia de alturas, era hasta donde le llegaba. Pero esperaba que, con eso, supiese que no estaba solo.