Tofun
El Largo
01-10-2024, 07:10 PM
Comenzaba a desarrollar una resistencia innata a las catástrofes que Ragnir causaba a mi alrededor, como quien se acostumbra al mal tiempo tras vivir años en una zona de tormentas. El gigante había aceptado el duelo sin pestañear, claro, era el tipo de "entrenamiento" que encajaba perfectamente con su físico de armario y esa personalidad tan... suya. El problema vino cuando, en medio de la taberna, decidió desenfundar sus armas. ¡Sus armas! En una taberna hecha para humanos, no para gigantes como él. Las mesas parecían hechas de cartón en comparación, y el techo... Digamos que el diseñador no previó el uso de armas de dicho tamaño.
— Por cierto, Ragnir... ¡Hip! — No pude contener mi curiosidad. — ¿Cómo son las tabernas en tu hogar? — Ya me lo imaginaba: barriles del tamaño de barcos, litros y litros de alcohol, peleas que harían temblar montañas, risas que rompen los cristales de las ventanas, y cascadas de vómito tan grandes que necesitarías una balsa para no ahogarte en ellas. ¡Joder! Si todo era como en mi cabeza, aquello era el paraíso, tenía que visitarlo.
Mientras me deleitaba con esta hermosa fantasía, la realidad volvía a golpearme, literalmente. La sangre de los desafortunados borrachos que Ragnir había aplastado sin querer comenzaba a extenderse por el suelo, dándole un toque rojo a la decoración de la taberna. Yo, como buen amigo, hice caso omiso a los daños colaterales. "Detalles", me dije. Lo que realmente me tenía intrigado era cómo, a pesar de que Ragnir estuviera blandiendo armas más grandes que el edificio ¡la gente seguía a lo suyo! ¿Acaso estas personas estaban tan acostumbradas a que se liara a lo bestia que ni siquiera parpadeaban ante la caída de medio techo?
Tenía que enfocarme. Mi objetivo era claro: quedarme en el centro de la taberna pasado el tiempo acordado. Fácil, claro, si ignorabamos el hecho de que el el centro ya estaba mi compañero. Mientras el viento fresco entraba por la nueva "ventilación" que había abierto Ragnir con su último desenfunde, escalé la pila de cuerpos que había ido apilando con sus arrebatos. Me encontraba a unos dos metros de altura, una buena posición estratégica. Él, a unos cinco metros de mí, me observaba como si yo fuera una mosca que molestaba su almuerzo.
— Venga, pues empezamos en tres, do... — Y ni acabé de contar, porque salí disparado como un cohete. Mis cortas patas no daban para más, pero estaba decidido a ganar. Salté sobre mesas, me apoyé en borrachos dormidos y esquivé taburetes voladores con una agilidad digna de alguien mucho menos ebrio que yo. Rodeé a Ragnir manteniendo una distancia segura de 3,5 metros, lo suficiente para evitar que me aplastara como a los demás.
De repente, me vino una brillante idea, o mejor dicho, se me escapó: comencé a segregar espuma de cerveza, mucha, muchísima espuma. Creé una irregular muralla de dos metros de alto que me ocultaba de su vista y que además olía a lúpulo fresco. ¡Perfecto! Ragnir podría ser grande, pero no tenía cómo ver a través de eso.
En medio de mi creación, un borracho despistado, que parecía estar peleándose con la espuma (o intentando comerla), comenzó a dar pasos torpes y tambaleantes, girando sobre sí mismo como si estuviera bailando una danza previa a la inconsciencia. Lo divertido es que su torpeza lo dirigía, inevitablemente, hacia Ragnir. En cuestión de segundos, chocaría contra él, y eso solo podía significar una cosa: caos. ¡Y a mí me encanta el caos cuando no soy el que está en el centro!
— Por cierto, Ragnir... ¡Hip! — No pude contener mi curiosidad. — ¿Cómo son las tabernas en tu hogar? — Ya me lo imaginaba: barriles del tamaño de barcos, litros y litros de alcohol, peleas que harían temblar montañas, risas que rompen los cristales de las ventanas, y cascadas de vómito tan grandes que necesitarías una balsa para no ahogarte en ellas. ¡Joder! Si todo era como en mi cabeza, aquello era el paraíso, tenía que visitarlo.
Mientras me deleitaba con esta hermosa fantasía, la realidad volvía a golpearme, literalmente. La sangre de los desafortunados borrachos que Ragnir había aplastado sin querer comenzaba a extenderse por el suelo, dándole un toque rojo a la decoración de la taberna. Yo, como buen amigo, hice caso omiso a los daños colaterales. "Detalles", me dije. Lo que realmente me tenía intrigado era cómo, a pesar de que Ragnir estuviera blandiendo armas más grandes que el edificio ¡la gente seguía a lo suyo! ¿Acaso estas personas estaban tan acostumbradas a que se liara a lo bestia que ni siquiera parpadeaban ante la caída de medio techo?
Tenía que enfocarme. Mi objetivo era claro: quedarme en el centro de la taberna pasado el tiempo acordado. Fácil, claro, si ignorabamos el hecho de que el el centro ya estaba mi compañero. Mientras el viento fresco entraba por la nueva "ventilación" que había abierto Ragnir con su último desenfunde, escalé la pila de cuerpos que había ido apilando con sus arrebatos. Me encontraba a unos dos metros de altura, una buena posición estratégica. Él, a unos cinco metros de mí, me observaba como si yo fuera una mosca que molestaba su almuerzo.
— Venga, pues empezamos en tres, do... — Y ni acabé de contar, porque salí disparado como un cohete. Mis cortas patas no daban para más, pero estaba decidido a ganar. Salté sobre mesas, me apoyé en borrachos dormidos y esquivé taburetes voladores con una agilidad digna de alguien mucho menos ebrio que yo. Rodeé a Ragnir manteniendo una distancia segura de 3,5 metros, lo suficiente para evitar que me aplastara como a los demás.
De repente, me vino una brillante idea, o mejor dicho, se me escapó: comencé a segregar espuma de cerveza, mucha, muchísima espuma. Creé una irregular muralla de dos metros de alto que me ocultaba de su vista y que además olía a lúpulo fresco. ¡Perfecto! Ragnir podría ser grande, pero no tenía cómo ver a través de eso.
En medio de mi creación, un borracho despistado, que parecía estar peleándose con la espuma (o intentando comerla), comenzó a dar pasos torpes y tambaleantes, girando sobre sí mismo como si estuviera bailando una danza previa a la inconsciencia. Lo divertido es que su torpeza lo dirigía, inevitablemente, hacia Ragnir. En cuestión de segundos, chocaría contra él, y eso solo podía significar una cosa: caos. ¡Y a mí me encanta el caos cuando no soy el que está en el centro!