Percival Höllenstern
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02-10-2024, 04:32 AM
—Siempre hay un joven insensato dispuesto a lanzarse a un juego que no alcanza a entender —espetó el Capitán Belmonte, su tono impregnado de una ironía amarga, como si hablara no solo a Byron, sino a una audiencia invisible que compartía su desprecio por los imprudentes. El viento del puerto privado de la Marina susurraba a su alrededor, levantando el aroma salado del mar, pero el capitán se mantenía imperturbable. Su imponente figura proyectaba una sombra larga bajo la luz del atardecer, cada línea de su uniforme impecable, reflejando la disciplina y autoridad de un hombre que rara vez dejaba lugar a la duda.
El capitán permanecía erguido, como si fuera una estatua esculpida en hierro, cada palabra que pronunciaba cargada de un peso que hacía vibrar el aire a su alrededor. Observaba a Byron con una mirada implacable, esa clase de mirada que hacía que los hombres más valientes reconsideraran sus opciones. No había necesidad de elevar la voz; su mera presencia era suficiente para infundir respeto, o, en el caso de Byron, una inquietud creciente.
—Tu barco, el Duck Duck Go nº1, ha sido requisado por la Marina —declaró, como si el hecho de tomar posesión de los bienes ajenos fuera un mero trámite rutinario en su día—. Está bajo mi control, y si quieres volver a verlo, tendrás que demostrar tu utilidad.
El tono de Belmonte era cortante, cada palabra medida con precisión, como si hablara a un subordinado que había cometido un error imperdonable. Aunque la conversación parecía ser una simple transacción, la presión que ejercía sobre Byron era palpable, como el peso de una tormenta inminente.
—Hay una partida privada que se llevará a cabo en el Casino Missile —continuó el marine, observando la reacción de Byron con ojos calculadores—. Una sala oculta, tras un cartel que solo aquellos con suficiente influencia conocen. En esa partida se apuesta más que dinero. Un maletín rojo estará en juego, un objeto que me pertenece. — musitó en un tono más apto para interiores que para el puerto que se podía divisar alrededor de ellos.
El capitán dio un paso hacia adelante, su voz resonando con una mezcla de amenaza y promesa.
—Ese maletín es mi objetivo, y tú, muchacho, serás mi herramienta para obtenerlo. Infiltrarás esa partida, participarás en el juego y ganarás. Deberás salir de allí con el maletín en tus manos, o de lo contrario, perderás algo mucho más valioso que tu barco.— continuó el marine mientras se pasaba los dedos por la afinada punta de uno de sus bigotes de zorro.
La brisa marina agitaba levemente su capa, pero Belmonte no se movía, ni siquiera parpadeaba. Sus ojos seguían fijos en Byron, estudiándolo con una paciencia calculada, como si disfrutara anticipando su respuesta.
—No estoy ofreciéndote una elección —añadió con un tono que dejaba claro que la conversación no era una negociación—. El Duck Duck Go nº1 te será devuelto solo si haces lo que te he ordenado. Hazlo bien, y podrás volver a navegar con tus camaradas. Hazlo mal... y el barco será el menor de tus problemas—. comentó en forma de sentencia como un juez y verdugo.
El silencio que siguió a sus palabras fue aún más pesado que el tono de la conversación. El puerto parecía detenerse por un instante, como si incluso las olas del mar se retuvieran en su constante ritmo, algo antes de reanudar su tono usual y los cuchicheos que pronto comenzaron a abundar. La decisión pendía sobre Byron como una guillotina, pero Belmonte no mostró signo alguno de preocupación. Para él, todo ya estaba decidido.
Con un leve movimiento de la cabeza, el capitán se giró ligeramente, señalando hacia el horizonte donde las luces del casino comenzaban a encenderse en la distancia.
—Será mejor que comiences a prepararte.
El capitán permanecía erguido, como si fuera una estatua esculpida en hierro, cada palabra que pronunciaba cargada de un peso que hacía vibrar el aire a su alrededor. Observaba a Byron con una mirada implacable, esa clase de mirada que hacía que los hombres más valientes reconsideraran sus opciones. No había necesidad de elevar la voz; su mera presencia era suficiente para infundir respeto, o, en el caso de Byron, una inquietud creciente.
—Tu barco, el Duck Duck Go nº1, ha sido requisado por la Marina —declaró, como si el hecho de tomar posesión de los bienes ajenos fuera un mero trámite rutinario en su día—. Está bajo mi control, y si quieres volver a verlo, tendrás que demostrar tu utilidad.
El tono de Belmonte era cortante, cada palabra medida con precisión, como si hablara a un subordinado que había cometido un error imperdonable. Aunque la conversación parecía ser una simple transacción, la presión que ejercía sobre Byron era palpable, como el peso de una tormenta inminente.
—Hay una partida privada que se llevará a cabo en el Casino Missile —continuó el marine, observando la reacción de Byron con ojos calculadores—. Una sala oculta, tras un cartel que solo aquellos con suficiente influencia conocen. En esa partida se apuesta más que dinero. Un maletín rojo estará en juego, un objeto que me pertenece. — musitó en un tono más apto para interiores que para el puerto que se podía divisar alrededor de ellos.
El capitán dio un paso hacia adelante, su voz resonando con una mezcla de amenaza y promesa.
—Ese maletín es mi objetivo, y tú, muchacho, serás mi herramienta para obtenerlo. Infiltrarás esa partida, participarás en el juego y ganarás. Deberás salir de allí con el maletín en tus manos, o de lo contrario, perderás algo mucho más valioso que tu barco.— continuó el marine mientras se pasaba los dedos por la afinada punta de uno de sus bigotes de zorro.
La brisa marina agitaba levemente su capa, pero Belmonte no se movía, ni siquiera parpadeaba. Sus ojos seguían fijos en Byron, estudiándolo con una paciencia calculada, como si disfrutara anticipando su respuesta.
—No estoy ofreciéndote una elección —añadió con un tono que dejaba claro que la conversación no era una negociación—. El Duck Duck Go nº1 te será devuelto solo si haces lo que te he ordenado. Hazlo bien, y podrás volver a navegar con tus camaradas. Hazlo mal... y el barco será el menor de tus problemas—. comentó en forma de sentencia como un juez y verdugo.
El silencio que siguió a sus palabras fue aún más pesado que el tono de la conversación. El puerto parecía detenerse por un instante, como si incluso las olas del mar se retuvieran en su constante ritmo, algo antes de reanudar su tono usual y los cuchicheos que pronto comenzaron a abundar. La decisión pendía sobre Byron como una guillotina, pero Belmonte no mostró signo alguno de preocupación. Para él, todo ya estaba decidido.
Con un leve movimiento de la cabeza, el capitán se giró ligeramente, señalando hacia el horizonte donde las luces del casino comenzaban a encenderse en la distancia.
—Será mejor que comiences a prepararte.