Anko
Médica Despiadada
02-10-2024, 06:03 AM
El destino siempre es incierto, lo que puede ser un día agradable y lleno de novedades, se podría transformar en la peor tragedia que se haya podido vivir hasta ese punto. De igual forma, un día gris y nublado puede ser iluminado por los rayos del sol, dando paz y tranquilidad a quienes disfruten de estos acontecimientos. La monotonía siempre puede ser destronada sin previo aviso, dando lugar a nuevas experiencias, amistades, soluciones y dificultades.
Un día como cualquier otro, la joven Anko se despojaba de la calidez que le otorgaban las sábanas de su cama para comenzar con su día. Tenía que admitir que odiaba levantarse temprano, envidiando a aquellos que salían de sus habitaciones hasta el mediodía, incluso mucho más tarde, pero al final tenía que hacerlo. Su intención siempre fue ingresar a las filas de la marina y proteger a la gente de la malicia que cargaban los criminales consigo, quería evitar que alguien más pasara por lo que ella tuvo que pasar, saber que su madre había muerto producto de la crueldad de unos piratas desalmados le hacía hervir con ira, lo cual, afirmó más sus deseos de unirse a la marina.
La rutina que tomaba día a día comenzó pocos años atrás con el suceso traumático de su vida ya descrito. Pero su gusto y admiración por los espadachines provenía desde momentos más atrás. Todo comenzó cuando veía a su padre, el Teniente Koshiro, blandir con maestría y habilidad aquella arma, utilizándola para repartir justicia y castigar a los criminales por sus fechorías. Para Anko, aquel hombre era casi como un héroe y su ejemplo a seguir, soñaba con poder alcanzar esa habilidad y por ello, decidió unirse a los entrenamientos del Dojo Jigoku No Tsuno, aquel Dojo de espadachines en donde era posible aprender un estilo tan elegante, dinámico y agresivo como lo era el Santoryu.
Ese día, luego de levantarse de la cama, se arregló como siempre, con esto nos referimos a que tan solo cepilló su cabello, se lavó la cara y vistió su cuerpo con su ropa de siempre, por el ambiente en el que se crío, casi nunca fue una chica muy femenina como otras que ella conocía. Mientras las otras jóvenes buscaban verse bien y conseguir una pareja, ella prefería sudar y lastimar su cuerpo con el entrenamiento diario para dominar el estilo de los tres filos. Tras ello, arregló una mochila pequeña con algunas cosas que le pudieran ser de utilidad fuera de la seguridad de su hogar, cosas tales como un Den Den Mushi pequeño, algún botiquín, cigarros y uno que otro antídoto de calidad cuestionable creado por ella misma, nunca se sabe que puede estar al acecho en las zonas selváticas de DemonTooth, y claro, como olvidar tres Katanas ubicadas en su cintura, de una calidad decente, nada fuera de lo común, pues las necesitaría al momento de llegar al Dojo.
Al salir de su casa, dio un último vistazo a la estructura antes de girar sobre sus talones y empezar a mover sus piernas, alejándose cada vez más y más del lugar que le transmitía calma para adentrarse en las bulliciosas calles de la villa Shimotsuki. A pesar de que el día apenas comenzaba, ya se podía notar la actividad de los negocios y a múltiples transeúntes visitándolos para abastecerse de lo que necesitaran en ese momento. Algunos de los habitantes ya conocían a la joven y la saludaban con amabilidad, entregando los buenos días y siendo correspondidos por Anko con el mismo gesto. Su andar la llevaría hasta la zona portuaria de Shimotsuki, en donde varios barcos estaban atracados, también cabe destacar que otros empezaban a llevar desde la lejanía, ningún barco sospechoso por el momento.
Estar en ese puerto siempre le recordaba a aquel fatídico día, pues fue el lugar que vio el último aliento de su madre antes de fallecer, pero debía ser fuerte y estaba segura de que el tomar ese camino a diario le ayudaría a sentir que su madre la apoyaba en todo momento para cumplir su meta. Y aquí es donde la monotonía se cae a pedazos cuando mientras caminaba y observaba el horizonte de mar azul, fue interceptada por un hombre visiblemente más alto que ella, de cabellos anaranjados y una apariencia peculiar, nada común con los habitantes de la isla. Pero lo que más llano la atención de la peli marrón fue que ese hombre mencionó el Dojo donde se entrena el Santoryu.
— Santoryu… —. Dijo la joven para aclarar el nombre correcto del estilo antes de volver a hablar. — Y sí, se donde se ubica, de hecho, voy para allá. Soy una estudiante de ahí... —. Por un lado, Anko había respondido la pregunta del hombre, pero claro, no había dado indicaciones para llegar ahí. En ese momento dudó por breves instantes el tomar la posibilidad de que la acompañara, en su educación se le indicó no hablar ni juntarse con extraños, pero, por otro lado, estaba confiada en que sí algo malo pretendía, podría darle su merecido con sus tres filos. —Puedo llevarte ahí… Sígueme… —. Sin mucha dilación, Anko comenzó a avanzar sin detenerse, pero al cabo de pocos segundos se detuvo para girarse y ver al hombre. — Sí quieres, claro… Perdón por no preguntar… —. Diría algo apenada.
Un día como cualquier otro, la joven Anko se despojaba de la calidez que le otorgaban las sábanas de su cama para comenzar con su día. Tenía que admitir que odiaba levantarse temprano, envidiando a aquellos que salían de sus habitaciones hasta el mediodía, incluso mucho más tarde, pero al final tenía que hacerlo. Su intención siempre fue ingresar a las filas de la marina y proteger a la gente de la malicia que cargaban los criminales consigo, quería evitar que alguien más pasara por lo que ella tuvo que pasar, saber que su madre había muerto producto de la crueldad de unos piratas desalmados le hacía hervir con ira, lo cual, afirmó más sus deseos de unirse a la marina.
La rutina que tomaba día a día comenzó pocos años atrás con el suceso traumático de su vida ya descrito. Pero su gusto y admiración por los espadachines provenía desde momentos más atrás. Todo comenzó cuando veía a su padre, el Teniente Koshiro, blandir con maestría y habilidad aquella arma, utilizándola para repartir justicia y castigar a los criminales por sus fechorías. Para Anko, aquel hombre era casi como un héroe y su ejemplo a seguir, soñaba con poder alcanzar esa habilidad y por ello, decidió unirse a los entrenamientos del Dojo Jigoku No Tsuno, aquel Dojo de espadachines en donde era posible aprender un estilo tan elegante, dinámico y agresivo como lo era el Santoryu.
Ese día, luego de levantarse de la cama, se arregló como siempre, con esto nos referimos a que tan solo cepilló su cabello, se lavó la cara y vistió su cuerpo con su ropa de siempre, por el ambiente en el que se crío, casi nunca fue una chica muy femenina como otras que ella conocía. Mientras las otras jóvenes buscaban verse bien y conseguir una pareja, ella prefería sudar y lastimar su cuerpo con el entrenamiento diario para dominar el estilo de los tres filos. Tras ello, arregló una mochila pequeña con algunas cosas que le pudieran ser de utilidad fuera de la seguridad de su hogar, cosas tales como un Den Den Mushi pequeño, algún botiquín, cigarros y uno que otro antídoto de calidad cuestionable creado por ella misma, nunca se sabe que puede estar al acecho en las zonas selváticas de DemonTooth, y claro, como olvidar tres Katanas ubicadas en su cintura, de una calidad decente, nada fuera de lo común, pues las necesitaría al momento de llegar al Dojo.
Al salir de su casa, dio un último vistazo a la estructura antes de girar sobre sus talones y empezar a mover sus piernas, alejándose cada vez más y más del lugar que le transmitía calma para adentrarse en las bulliciosas calles de la villa Shimotsuki. A pesar de que el día apenas comenzaba, ya se podía notar la actividad de los negocios y a múltiples transeúntes visitándolos para abastecerse de lo que necesitaran en ese momento. Algunos de los habitantes ya conocían a la joven y la saludaban con amabilidad, entregando los buenos días y siendo correspondidos por Anko con el mismo gesto. Su andar la llevaría hasta la zona portuaria de Shimotsuki, en donde varios barcos estaban atracados, también cabe destacar que otros empezaban a llevar desde la lejanía, ningún barco sospechoso por el momento.
Estar en ese puerto siempre le recordaba a aquel fatídico día, pues fue el lugar que vio el último aliento de su madre antes de fallecer, pero debía ser fuerte y estaba segura de que el tomar ese camino a diario le ayudaría a sentir que su madre la apoyaba en todo momento para cumplir su meta. Y aquí es donde la monotonía se cae a pedazos cuando mientras caminaba y observaba el horizonte de mar azul, fue interceptada por un hombre visiblemente más alto que ella, de cabellos anaranjados y una apariencia peculiar, nada común con los habitantes de la isla. Pero lo que más llano la atención de la peli marrón fue que ese hombre mencionó el Dojo donde se entrena el Santoryu.
— Santoryu… —. Dijo la joven para aclarar el nombre correcto del estilo antes de volver a hablar. — Y sí, se donde se ubica, de hecho, voy para allá. Soy una estudiante de ahí... —. Por un lado, Anko había respondido la pregunta del hombre, pero claro, no había dado indicaciones para llegar ahí. En ese momento dudó por breves instantes el tomar la posibilidad de que la acompañara, en su educación se le indicó no hablar ni juntarse con extraños, pero, por otro lado, estaba confiada en que sí algo malo pretendía, podría darle su merecido con sus tres filos. —Puedo llevarte ahí… Sígueme… —. Sin mucha dilación, Anko comenzó a avanzar sin detenerse, pero al cabo de pocos segundos se detuvo para girarse y ver al hombre. — Sí quieres, claro… Perdón por no preguntar… —. Diría algo apenada.