Octojin
El terror blanco
02-10-2024, 08:45 AM
La aguja atravesó la piel de su hombro con una punzada aguda y certera. Octojin cerró los ojos y se mordió el labio para no quejarse, sintiendo un ardor que le recorrió el brazo como un relámpago. Asradi estaba siendo cuidadosa, pero el dolor era inevitable, como un zarpazo que se retorcía bajo su piel cada vez que ella tiraba del hilo. Aunque en peores se había visto, claro. El escualo respiró profundamente, concentrándose en el sonido del roce de la aguja y el hilo en su carne para evitar perder la compostura. No podía hacerlo. No en aquella situación, al menos.
Se había mentalizado para aguantar el tratamiento, por eso decidió no mirar. Solo se centró en las palabras de la sirena mientras hablaba, asintiendo de vez en cuando para demostrar que la escuchaba. Pero cuando Asradi cambió de tema y le preguntó si le dolía el estómago, abrió los ojos. Aquello merecía una respuesta más elaborada y, que quizá, debía cambiar el rumbo según fuese formulándola.
Fue entonces cuando la vio. La sirena estaba frente a él, pero algo había cambiado. Tenía las mejillas sonrojadas y parecía inquieta, como si tuviese calor o hubiese visto algo que la incomodara. Lo que más desconcertó al tiburón fueron las extrañas señales que Asradi estaba haciendo, moviendo los ojos de un lado a otro, mirando primero hacia él y luego hacia abajo. ¿Qué estaba intentando decirle?
Octojin ladeó la cabeza, totalmente confuso. Seguía sin entender qué le quería comunicar. Creyó que formaba parte de un juego, e intentó verle la gracia, pero es que no la tenía. Habían estado hablando hasta hacía unos segundos, y ahora aquellas señas le desconcertaron totalmente. Hasta que, finalmente, decidió seguir su mirada hacia su propio cuerpo en busca de qué era lo que estaba ocurriendo. Al hacerlo, su semblante se tornó en un estado de horror y vergüenza que le recorrió por completo. La toalla que había atado en su cintura se había abierto, y ahí estaba, mostrando sus partes íntimas sin ningún tipo de pudor ni conocimiento. Permaneció un par de segundos, quizá tres, mirando la apertura de la toalla sin saber cómo reaccionar.
Un torbellino de pensamientos se desató en su cabeza. ¿¡Cómo había podido pasar!? ¿Cómo no se había dado cuenta? Con el rostro completamente pálido y sus ojos abiertos como platos, Octojin se quedó paralizado por un instante, sintiéndose completamente destruido por dentro. Toda la dignidad que había intentado mantener se había esfumado. Un continuo esfuerzo trabajando por parecer normal, por intentar integrarse con la sirena, se acababan de ir al garete por un descuido desafortunado.
Con un movimiento ágil y torpe, se giró rápidamente, intentando cubrirse. Al hacerlo, cogió la ropa que había preparado previamente, dispuesto a salir corriendo de la habitación para arreglar aquel desastre. Sin embargo, la fortuna no estaba de su lado. La toalla cayó al suelo, y mientras intentaba cubrirse, tropezó con ella. El tiburón perdió el equilibrio y cayó de bruces al suelo, dejando su enorme cuerpo completamente expuesto por unos segundos. La situación se volvía más ridícula por momentos. Con un gruñido, comenzó a gatear hacia la puerta del baño, tratando de alejarse lo más rápido posible, aunque no hacía más que empeorar las cosas. Aquello sin duda sería una imagen poco digna de él, pero ya no podía hacer nada más.
Al entrar al baño, se detuvo, mirando la madera con expresión de desesperación. ¿Qué demonios había pasado? El bochorno lo envolvía como una niebla densa. Tomó unos segundos para analizar el desastre que acababa de ocurrir, pensando que aquello no podía ponerse peor.
Se incorporó lentamente y se giró hacia la pared. Luego, sin decir palabra, golpeó suavemente su cabeza contra ella, como si estuviera escenificando el monumental error que acababa de cometer. Después de ese breve momento de autocrítica, agarró los pantalones y se los puso rápidamente, cubriendo su cuerpo al fin.
Completamente avergonzado, salió del baño y se volvió hacia Asradi. Caminó de vuelta a la cama y se sentó, evitando mirarla a los ojos, sintiéndose más pequeño de lo que jamás había imaginado, y en una situación que nunca hubiese podido pensar que se daría. En la cama, con una sirena al lado que había visto sus genitales por error —y no solo eso, había visto todo su cuerpo al desnudo, realmente—, y con un dolor de estómago desconocido, mientras intentaba recomponerse sin saber cómo y con una herida que no sabía ni si estaba completamente tratada. Un día para olvidar, desde luego.
—Lo siento —murmuró, con una voz llena de remordimiento—. Estaba tan concentrado en no sentir dolor que no me di cuenta de que... Bueno, de eso. Pensé que estabas jugando a algo, luego que me pedías una toalla, y después ya vi los... En fin. Que lo siento mucho.
Se quedó en silencio un momento, mordiéndose el interior del labio antes de añadir, casi en un susurro y sin realmente querer pronunciarlo unas palabras que, después de salir de su boca, le hicieron sentir una tremenda tristeza.
—Entendería si decides irte... Esto ha sido muy incómodo. Pero te prometo que no era mi intención —dijo mientras posaba las manos sobre sus rodillas, mirando al suelo—. Últimamente no sé qué me pasa, de verdad. Todo me sale mal, voy a desayunar y se quema el desayuno, elijo un perfume y resulta ser el peor de la tienda, estoy a solas con la sirena que me gusta y la cago, y encima acabo de darme cuenta de que hoy es Miércoles, y los Miércoles cierran el asador de Jim, que es donde te iba a llevar a probar la carne.
Espera... ¿Había dicho qué? Vaya arrebato de sinceridad se acababa de marcar el escualo. Sin duda aquel día no se le olvidaría en mucho tiempo. Y lo peor es que no se había dado cuenta de lo que había dicho, así que se limitó a mirar a los ojos a la sirena, buscando una respuesta a todo. Aunque lo que más le dolía era no poder llevarla al asador de Jim. Al menos de lo que era consciente que había dicho.
Se había mentalizado para aguantar el tratamiento, por eso decidió no mirar. Solo se centró en las palabras de la sirena mientras hablaba, asintiendo de vez en cuando para demostrar que la escuchaba. Pero cuando Asradi cambió de tema y le preguntó si le dolía el estómago, abrió los ojos. Aquello merecía una respuesta más elaborada y, que quizá, debía cambiar el rumbo según fuese formulándola.
Fue entonces cuando la vio. La sirena estaba frente a él, pero algo había cambiado. Tenía las mejillas sonrojadas y parecía inquieta, como si tuviese calor o hubiese visto algo que la incomodara. Lo que más desconcertó al tiburón fueron las extrañas señales que Asradi estaba haciendo, moviendo los ojos de un lado a otro, mirando primero hacia él y luego hacia abajo. ¿Qué estaba intentando decirle?
Octojin ladeó la cabeza, totalmente confuso. Seguía sin entender qué le quería comunicar. Creyó que formaba parte de un juego, e intentó verle la gracia, pero es que no la tenía. Habían estado hablando hasta hacía unos segundos, y ahora aquellas señas le desconcertaron totalmente. Hasta que, finalmente, decidió seguir su mirada hacia su propio cuerpo en busca de qué era lo que estaba ocurriendo. Al hacerlo, su semblante se tornó en un estado de horror y vergüenza que le recorrió por completo. La toalla que había atado en su cintura se había abierto, y ahí estaba, mostrando sus partes íntimas sin ningún tipo de pudor ni conocimiento. Permaneció un par de segundos, quizá tres, mirando la apertura de la toalla sin saber cómo reaccionar.
Un torbellino de pensamientos se desató en su cabeza. ¿¡Cómo había podido pasar!? ¿Cómo no se había dado cuenta? Con el rostro completamente pálido y sus ojos abiertos como platos, Octojin se quedó paralizado por un instante, sintiéndose completamente destruido por dentro. Toda la dignidad que había intentado mantener se había esfumado. Un continuo esfuerzo trabajando por parecer normal, por intentar integrarse con la sirena, se acababan de ir al garete por un descuido desafortunado.
Con un movimiento ágil y torpe, se giró rápidamente, intentando cubrirse. Al hacerlo, cogió la ropa que había preparado previamente, dispuesto a salir corriendo de la habitación para arreglar aquel desastre. Sin embargo, la fortuna no estaba de su lado. La toalla cayó al suelo, y mientras intentaba cubrirse, tropezó con ella. El tiburón perdió el equilibrio y cayó de bruces al suelo, dejando su enorme cuerpo completamente expuesto por unos segundos. La situación se volvía más ridícula por momentos. Con un gruñido, comenzó a gatear hacia la puerta del baño, tratando de alejarse lo más rápido posible, aunque no hacía más que empeorar las cosas. Aquello sin duda sería una imagen poco digna de él, pero ya no podía hacer nada más.
Al entrar al baño, se detuvo, mirando la madera con expresión de desesperación. ¿Qué demonios había pasado? El bochorno lo envolvía como una niebla densa. Tomó unos segundos para analizar el desastre que acababa de ocurrir, pensando que aquello no podía ponerse peor.
Se incorporó lentamente y se giró hacia la pared. Luego, sin decir palabra, golpeó suavemente su cabeza contra ella, como si estuviera escenificando el monumental error que acababa de cometer. Después de ese breve momento de autocrítica, agarró los pantalones y se los puso rápidamente, cubriendo su cuerpo al fin.
Completamente avergonzado, salió del baño y se volvió hacia Asradi. Caminó de vuelta a la cama y se sentó, evitando mirarla a los ojos, sintiéndose más pequeño de lo que jamás había imaginado, y en una situación que nunca hubiese podido pensar que se daría. En la cama, con una sirena al lado que había visto sus genitales por error —y no solo eso, había visto todo su cuerpo al desnudo, realmente—, y con un dolor de estómago desconocido, mientras intentaba recomponerse sin saber cómo y con una herida que no sabía ni si estaba completamente tratada. Un día para olvidar, desde luego.
—Lo siento —murmuró, con una voz llena de remordimiento—. Estaba tan concentrado en no sentir dolor que no me di cuenta de que... Bueno, de eso. Pensé que estabas jugando a algo, luego que me pedías una toalla, y después ya vi los... En fin. Que lo siento mucho.
Se quedó en silencio un momento, mordiéndose el interior del labio antes de añadir, casi en un susurro y sin realmente querer pronunciarlo unas palabras que, después de salir de su boca, le hicieron sentir una tremenda tristeza.
—Entendería si decides irte... Esto ha sido muy incómodo. Pero te prometo que no era mi intención —dijo mientras posaba las manos sobre sus rodillas, mirando al suelo—. Últimamente no sé qué me pasa, de verdad. Todo me sale mal, voy a desayunar y se quema el desayuno, elijo un perfume y resulta ser el peor de la tienda, estoy a solas con la sirena que me gusta y la cago, y encima acabo de darme cuenta de que hoy es Miércoles, y los Miércoles cierran el asador de Jim, que es donde te iba a llevar a probar la carne.
Espera... ¿Había dicho qué? Vaya arrebato de sinceridad se acababa de marcar el escualo. Sin duda aquel día no se le olvidaría en mucho tiempo. Y lo peor es que no se había dado cuenta de lo que había dicho, así que se limitó a mirar a los ojos a la sirena, buscando una respuesta a todo. Aunque lo que más le dolía era no poder llevarla al asador de Jim. Al menos de lo que era consciente que había dicho.