Octojin
El terror blanco
02-10-2024, 10:03 AM
(Última modificación: 02-10-2024, 10:06 AM por Octojin.)
Octojin sintió el malestar en el tono de Airgid cuando la levantó y se se la puso en los hombros. Lo cierto es que él mismo había notado que quizá había sido demasiado brusco, aunque la queja de la humana no iba ciertamente por ahí. Realmente era una queja en general, no tanto por el movimiento sino por lo que éste significaba, que parecía ponerla en una posición de debilidad que no le gustaba nada a la rubia. Aunque pronto le agradeció, eso sí, empleando un tono mucho más bajo. Aquello le hizo ver de nuevo lo orgullosa que era. Y, realmente, aquello le hizo sonreír internamente; la humana tenía una fortaleza y determinación que él encontraba fascinante y que había formado parte de su vida durante mucho tiempo. No queriendo que se sintiera incómoda, giró un poco sobre sí mismo mientras caminaba a una velocidad tranquila, para que ella pudiera ver mejor lo que había a su alrededor desde su altura, con el fin de localizar una salida cercana o una taberna donde refrescarse.
Mientras giraba, vio cómo ella señalaba una dirección, indicando el distrito industrial. La salida no parecía lejana, pero tardarían unos minutos en llegar, eso sin duda.
—Me parece bien, eso suena a una buena zona —dijo con una risa grave —.Tabernas de batalla, ¿eh? Cuanto más grasienta esté la puerta al entrar, mejor es la comida que sirven. Seguro encontramos algo decente. Aún recuerdo la última a la que fui. Al entrar el suelo estaba pegajoso, tanto que caminar era un reto. Parecían arenas movedizas, de verdad. El cocinero tenía las uñas amarillas y bastante largas, y el pelo super grasiento y sucio. Fueron las mejores albóndigas que probé en mi vida.
Aquello era una trola como una catedral. No había existido ese sitio, o al menos no había sido visitado por el gyojin. Sí que había usado distintas vivencias de varios sitios de mala muerte que había visitado y las había unido en una. Como coger lo peor de cada taberna que había visitado. Pero intentó indagar si la humana era tan escrupulosa como orgullosa. Había notado cómo su tripa crujía cada vez que hablaban de comida... ¿Lo haría también en aquella ocasión? ¿O tendría sus limites?
Con paso firme, Octojin se dirigió hacia la zona señalada. Mientras caminaban, observaba con atención su entorno. La multitud de metales y restos de basura hacían que el paisaje perdiese un poco de belleza. Pero el tiburón seguía viendo algo interesante en él. Cada vez que veía algún trozo de metal con potencial para ser usado por la rubia le daba un par de golpecitos con la palma de la mano a la altura de la espinilla. Si bien no tenía ni idea de cómo trabajaría la humana, le parecía divertido llamar su atención e interesarse por su trabajo. Seguro que al tercer o cuarto golpe la humana ya estaba hasta las narices, pero él siguió ahí, indagando con esos golpecitos. El peaje de ejercer de taxi, supongo.
Entonces, la chica pidió permiso para continuar haciendo más preguntas, algo que sin duda le sacó una gran sonrisa al tiburón, que se contuvo la risa. Y encima le había bautizado como Octimus. ¿A qué vendría el el mote? ¿Quizá sería una mezcla entre su nombre y zumo? Había visto esos carteles de un tipo bastante musculoso que defendía a su primo y, aparentemente, estaba tan fuerte por beber un zumo. ¿O sería una mezcla entre su nombre y la palabra humus? Aquello tampoco tenía mucho sentido, pero viniendo de la humana cualquier cosa podía ser.
En cualquier caso, toda esa sucesión de hechos le pareció bastante graciosa. Hacía unos minutos había lanzado una batería de preguntas que por poco le tiran al suelo, y ahora preguntaba si podía hacer alguna. El escualo dejó pasar un par de segundos, y tras ello se decidió a responder. Lo cierto es que le gustaban las preguntas de la humana. Lanzaba todo sin tapujos, y a veces aquello hacía pensar en cosas que generalmente el habitante del mar no le daba importancia. O algunas que creía olvidadas. En cualquier caso, no estaba de más pensar y reflexionar sobre ciertos temas de vez en cuando. Abrir los ojos ante lo que venía, y aprovecharía la inquietud de la rubia para ello.
—Claro que puedes preguntar —le dijo, con un tono sereno—. No te preocupes por agobiarme. Pero piensa antes las preguntas, lánzalas de dos en dos, o como mucho tres del tirón, porque sino se quedarán en el aire. Soy todo oídos. Aunque... Antes de tus preguntas, iré yo con una —dijo aquello último con cierto recochineo, intentando picarla de nuevo—. Dime, Airgid, ¿sueles ir mucho al distrito industrial?
Lo cierto es que se estaban acercando ya. El distrito industrial tenía un aire rudo y un tanto abandonado. Grandes edificios de ladrillo, muchas veces cubiertos de hollín y suciedad, se alzaban alrededor, con chimeneas de metal expulsando nubes de humo gris que se alzaban hacia el cielo. El ruido de máquinas y martillos resonaba a lo lejos, y el olor del aceite y del hierro le recordaba a los muelles, aunque con un toque más urbano. Por el camino se cruzaron con trabajadores que, al ver al tiburón llevando a la humana en sus hombros, alzaban una ceja y continuaban con lo suyo, demasiado acostumbrados a la variedad de personajes que pasaban por allí, se imaginó el gyojin. Aunque bien visto, debía ser una estampa curiosa, cuanto menos.
Mientras recorrían las calles empedradas, Octojin se perdió en sus pensamientos. Pensaba en las particularidades de la joven, en la curiosidad con la que lo miraba y la energía que irradiaba. Suspiró levemente. Había algo en ella que le intriga demasiado. Era joven, ruidosa, y un poco testaruda, pero también tenía una autenticidad que le agradaba. Un cóctel difícil de digerir, ciertamente, y que lo más normal es que no gustase al tiburón, pero por alguna razón, le llamaba la atención.
Mientras giraba, vio cómo ella señalaba una dirección, indicando el distrito industrial. La salida no parecía lejana, pero tardarían unos minutos en llegar, eso sin duda.
—Me parece bien, eso suena a una buena zona —dijo con una risa grave —.Tabernas de batalla, ¿eh? Cuanto más grasienta esté la puerta al entrar, mejor es la comida que sirven. Seguro encontramos algo decente. Aún recuerdo la última a la que fui. Al entrar el suelo estaba pegajoso, tanto que caminar era un reto. Parecían arenas movedizas, de verdad. El cocinero tenía las uñas amarillas y bastante largas, y el pelo super grasiento y sucio. Fueron las mejores albóndigas que probé en mi vida.
Aquello era una trola como una catedral. No había existido ese sitio, o al menos no había sido visitado por el gyojin. Sí que había usado distintas vivencias de varios sitios de mala muerte que había visitado y las había unido en una. Como coger lo peor de cada taberna que había visitado. Pero intentó indagar si la humana era tan escrupulosa como orgullosa. Había notado cómo su tripa crujía cada vez que hablaban de comida... ¿Lo haría también en aquella ocasión? ¿O tendría sus limites?
Con paso firme, Octojin se dirigió hacia la zona señalada. Mientras caminaban, observaba con atención su entorno. La multitud de metales y restos de basura hacían que el paisaje perdiese un poco de belleza. Pero el tiburón seguía viendo algo interesante en él. Cada vez que veía algún trozo de metal con potencial para ser usado por la rubia le daba un par de golpecitos con la palma de la mano a la altura de la espinilla. Si bien no tenía ni idea de cómo trabajaría la humana, le parecía divertido llamar su atención e interesarse por su trabajo. Seguro que al tercer o cuarto golpe la humana ya estaba hasta las narices, pero él siguió ahí, indagando con esos golpecitos. El peaje de ejercer de taxi, supongo.
Entonces, la chica pidió permiso para continuar haciendo más preguntas, algo que sin duda le sacó una gran sonrisa al tiburón, que se contuvo la risa. Y encima le había bautizado como Octimus. ¿A qué vendría el el mote? ¿Quizá sería una mezcla entre su nombre y zumo? Había visto esos carteles de un tipo bastante musculoso que defendía a su primo y, aparentemente, estaba tan fuerte por beber un zumo. ¿O sería una mezcla entre su nombre y la palabra humus? Aquello tampoco tenía mucho sentido, pero viniendo de la humana cualquier cosa podía ser.
En cualquier caso, toda esa sucesión de hechos le pareció bastante graciosa. Hacía unos minutos había lanzado una batería de preguntas que por poco le tiran al suelo, y ahora preguntaba si podía hacer alguna. El escualo dejó pasar un par de segundos, y tras ello se decidió a responder. Lo cierto es que le gustaban las preguntas de la humana. Lanzaba todo sin tapujos, y a veces aquello hacía pensar en cosas que generalmente el habitante del mar no le daba importancia. O algunas que creía olvidadas. En cualquier caso, no estaba de más pensar y reflexionar sobre ciertos temas de vez en cuando. Abrir los ojos ante lo que venía, y aprovecharía la inquietud de la rubia para ello.
—Claro que puedes preguntar —le dijo, con un tono sereno—. No te preocupes por agobiarme. Pero piensa antes las preguntas, lánzalas de dos en dos, o como mucho tres del tirón, porque sino se quedarán en el aire. Soy todo oídos. Aunque... Antes de tus preguntas, iré yo con una —dijo aquello último con cierto recochineo, intentando picarla de nuevo—. Dime, Airgid, ¿sueles ir mucho al distrito industrial?
Lo cierto es que se estaban acercando ya. El distrito industrial tenía un aire rudo y un tanto abandonado. Grandes edificios de ladrillo, muchas veces cubiertos de hollín y suciedad, se alzaban alrededor, con chimeneas de metal expulsando nubes de humo gris que se alzaban hacia el cielo. El ruido de máquinas y martillos resonaba a lo lejos, y el olor del aceite y del hierro le recordaba a los muelles, aunque con un toque más urbano. Por el camino se cruzaron con trabajadores que, al ver al tiburón llevando a la humana en sus hombros, alzaban una ceja y continuaban con lo suyo, demasiado acostumbrados a la variedad de personajes que pasaban por allí, se imaginó el gyojin. Aunque bien visto, debía ser una estampa curiosa, cuanto menos.
Mientras recorrían las calles empedradas, Octojin se perdió en sus pensamientos. Pensaba en las particularidades de la joven, en la curiosidad con la que lo miraba y la energía que irradiaba. Suspiró levemente. Había algo en ella que le intriga demasiado. Era joven, ruidosa, y un poco testaruda, pero también tenía una autenticidad que le agradaba. Un cóctel difícil de digerir, ciertamente, y que lo más normal es que no gustase al tiburón, pero por alguna razón, le llamaba la atención.