Atlas
Nowhere | Fénix
02-10-2024, 10:57 AM
No tenía claro en qué momento me había despistado tanto, pero había hecho el camino hasta allí pensando que iba junto a Masao y Camille y, de buenas a primeras, me había volteado y quienes estaban allí eran Octojin y Takahiro. No cabía la posibilidad de que se hubiesen cambiado a toda velocidad, por lo que la única alternativa era ésa: que me hubiese empanado, para variar.
Bueno, casi mejor. El tiburón nos proporcionaba una coartada inmejorable. El aspecto rudo que presentaba y el aura de vida difícil que desprendía le designaban como el mejor pirata, matón o delincuente posible, aunque la realidad fuese bien distinta. Mientras íbamos descendiendo las escaleras, me dejé ir para que el gyojin se pusiese por delante de mi posición y así exponer mi idea.
—Aquí funcionan por un código de respeto y peligrosidad. El más violento y cruel es a quien normalmente dejan hacer y deshacer. El tema está en que no es la primera vez que llega alguien aparentando ser el peor y se va calentito para casa... o no se va. En cualquier caso, si vamos diciendo por favor y pidiendo permiso van a sospechar de nosotros desde el primer momento y vamos a atraer toda la atención sobre nosotros. Hay veces en que las apariencias son lo más importante. Tal vez deberíamos fingir que somos un grupo criminal, piratas o lo que sea y que Octojin es nuestro líder. Sólo con su altura y tamaño ya debería haber muchos que ni se atrevan a tosernos y a lo mejor así podemos fingir que le hacemos la competencia al pirata. Quizás así sean ellos los que nos busquen para evitar que les quitemos tripulantes, ¿no? Eso siempre que esté por aquí, claro.
La verdad es que terminé de pensar el plan improvisado mientras íbamos descendiendo, conforme veía cómo mis compañeros bajaban escalón a escalón. Bueno, en el caso del habitante del mar sería más apropiado decir de... ¿diez en diez escalones? En cualquier caso, procuré meterme en el papel en cuanto pusimos un pie en las Cuatro Esquinas. Ponía un pie delante del otro con fingida seguridad y aplomo. Las miradas de cuantos llevaban su mala vida allí abajo no tardaron en centrarse en nosotros, cuchicheando en algunas ocasiones o quitándose de en medio en otras. Eso sí, nadie se interpuso en nuestro camino.
Desde detrás de nuestro improvisado líder, le conducía en voz baja indicándole hacia dónde debía dirigirse para efectuar nuestra estrategia. ¿Que hacía dónde? Sencillo, directamente hacia el lugar donde se forjaban las nuevas tripulaciones criminales en las Cuatro Esquinas: El Loro del Capitán. Se trataba de una tasca que llevaba allí muchísimo tiempo. Había quien decía que había sido fundada por un antiguo capitán pirata, temible y oriundo de Loguetown, que había hecho de aquel lugar su punto de retiro al dejar los mares. No había confirmación al respecto, por supuesto, pero los bucaneros daban por cierto la leyenda sobre el nacimiento del establecimiento y lo hacían suyo.
Efectivamente, en cuanto pusimos un pie dentro el aire viciado, el olor a tabaco malo, vómitos y enfermedades venéreas nos golpeó directamente en la cara. Intenté hacer un esfuerzo por no arrugar el gesto, sin tener demasiado claro si lo había conseguido o no. Nos recibió un tipo inconsciente a nuestra derecha, con el rostro ensangrentado y con una respiración débil y superficial. Parecía que alguien se había sobrepasado con quien no debía, pero no estábamos allí para eso. Una vez dentro, esperé a que mis compañeros tomasen asiento para iniciar la interpretación.
Bueno, casi mejor. El tiburón nos proporcionaba una coartada inmejorable. El aspecto rudo que presentaba y el aura de vida difícil que desprendía le designaban como el mejor pirata, matón o delincuente posible, aunque la realidad fuese bien distinta. Mientras íbamos descendiendo las escaleras, me dejé ir para que el gyojin se pusiese por delante de mi posición y así exponer mi idea.
—Aquí funcionan por un código de respeto y peligrosidad. El más violento y cruel es a quien normalmente dejan hacer y deshacer. El tema está en que no es la primera vez que llega alguien aparentando ser el peor y se va calentito para casa... o no se va. En cualquier caso, si vamos diciendo por favor y pidiendo permiso van a sospechar de nosotros desde el primer momento y vamos a atraer toda la atención sobre nosotros. Hay veces en que las apariencias son lo más importante. Tal vez deberíamos fingir que somos un grupo criminal, piratas o lo que sea y que Octojin es nuestro líder. Sólo con su altura y tamaño ya debería haber muchos que ni se atrevan a tosernos y a lo mejor así podemos fingir que le hacemos la competencia al pirata. Quizás así sean ellos los que nos busquen para evitar que les quitemos tripulantes, ¿no? Eso siempre que esté por aquí, claro.
La verdad es que terminé de pensar el plan improvisado mientras íbamos descendiendo, conforme veía cómo mis compañeros bajaban escalón a escalón. Bueno, en el caso del habitante del mar sería más apropiado decir de... ¿diez en diez escalones? En cualquier caso, procuré meterme en el papel en cuanto pusimos un pie en las Cuatro Esquinas. Ponía un pie delante del otro con fingida seguridad y aplomo. Las miradas de cuantos llevaban su mala vida allí abajo no tardaron en centrarse en nosotros, cuchicheando en algunas ocasiones o quitándose de en medio en otras. Eso sí, nadie se interpuso en nuestro camino.
Desde detrás de nuestro improvisado líder, le conducía en voz baja indicándole hacia dónde debía dirigirse para efectuar nuestra estrategia. ¿Que hacía dónde? Sencillo, directamente hacia el lugar donde se forjaban las nuevas tripulaciones criminales en las Cuatro Esquinas: El Loro del Capitán. Se trataba de una tasca que llevaba allí muchísimo tiempo. Había quien decía que había sido fundada por un antiguo capitán pirata, temible y oriundo de Loguetown, que había hecho de aquel lugar su punto de retiro al dejar los mares. No había confirmación al respecto, por supuesto, pero los bucaneros daban por cierto la leyenda sobre el nacimiento del establecimiento y lo hacían suyo.
Efectivamente, en cuanto pusimos un pie dentro el aire viciado, el olor a tabaco malo, vómitos y enfermedades venéreas nos golpeó directamente en la cara. Intenté hacer un esfuerzo por no arrugar el gesto, sin tener demasiado claro si lo había conseguido o no. Nos recibió un tipo inconsciente a nuestra derecha, con el rostro ensangrentado y con una respiración débil y superficial. Parecía que alguien se había sobrepasado con quien no debía, pero no estábamos allí para eso. Una vez dentro, esperé a que mis compañeros tomasen asiento para iniciar la interpretación.