Takahiro
La saeta verde
02-10-2024, 01:02 PM
Y allí se encontraba el espadachín de cabellos verdosos, cuyo semblante relajado se tensó justo en el momento en el que se aferró a sus espadas, mientras realizaba movimientos suaves y delicados con ellas. Era como si sus armas fueran una proyección de sus propias extremidades, moviéndolas con una soltura tan magistral que parecía que estaba danzando al son de los proyectiles que iba desviando. Su cuerpo se movía hacia adelante y hacia atrás, hacia un lado y hacia el otro, bloqueando y desviando cualquier objeto no identificado que tratara de derribarlos. Pasados unos segundos que parecieron eternos, todo se acabó. La lluvia de balas había terminado y todos estaban sanos y salvos. Sin embargo, pese a que sus hombres habían salido airosos, Takahiro recibió algún rasguño al desviar los ataques.
—Ha sido un placer —le respondió a Kovacs, respirando hondo y envainando sus espadas con delicadeza—. La regla número uno es que todos debemos salir sanos y salvos de esta. De nada sirve cumplir la misión si dejamos a alguno de nuestros hombres por el camino —culminó diciendo, tratando de dar ejemplo a los marines de menor rango—. Y no hace falta que seáis tan formales.
Su vista se posó sobre su propio hombro, que tenía una herida por la que brotaba algo de sangre. No era grave, pues era capaz de mover su brazo con soltura, pero si quería evitar males mayores tendría que vendarselo aunque fuera con un trozo de trapo.
—Hugo —llamó la atención del recluta—. Según su informe, usted tiene nociones de medicina básica. Véndame la herida si es tan amable y continuaremos con la misión. No quiero atraer a bestias indeseables con el hedor de mi sangre, ni tampoco insectos.
En el caso de que fuera vendado, escucharía las palabras de Hugo recomendado usar remos para ir avanzando en el camino y comprobar la profundidad del terreno, ante lo que le alabaría por su grandiosa idea. En caso de que no pudiera ser vendado, Takahiro se arrancaría un trozo de su manga y le diría a Hugo que le taponara la herida, para luego continuar con el plan de usar los remos.
—Id con cuidado —les dijo Takahiro, que se encargó de proteger la retaguardia—. Por cierto, cuando nos encontremos a los marines no daremos detalles del plan que llevamos entre manos, ¿de acuerdo? —les dijo en voz baja, pero con voz firme y seria—. No sabemos si nos pueden estar escuchando. Me es raro que un comandante, con lo que implica ser alguien de su rango, no sea capaz de salir ileso de un lugar como este. Tengo que evaluar aún varias posibilidades antes de emprender una acción concreta. Solo os pido que seáis cautelosos con lo que hacéis y decís, sobre todo aquellos que no tenéis experiencia en el campo.
Tras decir eso, propuso una formación en línea, para avanzar con cautela y tratando de no hacer ruido. Llamar la atención no estaba dentro de sus planes, aunque algo le decía que los piratas volverían a la carga más pronto que tarde; a su pesar. Finalmente, los marines llegaron a su destino: las ruinas de un viejo faro que en otra vida daría luz y esperanza a los marinos más atrevidos que buscaban tierra en las noches más oscuras. Sobre lo que fue la cúpula del faro había un marine, cuyo aspecto dejaba mucho que desear. Parecía que había estado en una guerra, pero no solo él, sino también el resto de marines que había en aquel lugar se encontraban exactamente igual.
—Somos la ayuda, sí —le respondió Takahiro, acercándose al comandante. Lo observó e intentó analizar lo mejor posible. Parecía encontrarse mentalmente mejor que sus hombres, aunque quizá fuera una simple fachada—. Yo soy el jefe de campaña, Takahiro Kenshin —se presentó, ocultando su rango. A fin de cuentas, no llevaba puesto el uniforme oficial—, y soy el encargado de llevarlos sanos y salvos a nuestra base. Dígame, ¿qué demonios ha ocurrido? —le preguntó, intrigado.
Tenía que esperar a que le respondiera. Sus superiores le habían mandado apresarlo y llevarlo al cuartel, pero Takahiro era consciente de que no podía hacer eso por las malas y menos con sus hombres allí. Lo más coherente sería tratar de tomar el mando de la situación, pero abordaría eso en función de lo que le explicara el marine. El peliverde solía tener buen olfato para las situaciones que no encajaban en lo que él consideraba lógico, y aquella era una de esas situaciones.
—Ha sido un placer —le respondió a Kovacs, respirando hondo y envainando sus espadas con delicadeza—. La regla número uno es que todos debemos salir sanos y salvos de esta. De nada sirve cumplir la misión si dejamos a alguno de nuestros hombres por el camino —culminó diciendo, tratando de dar ejemplo a los marines de menor rango—. Y no hace falta que seáis tan formales.
Su vista se posó sobre su propio hombro, que tenía una herida por la que brotaba algo de sangre. No era grave, pues era capaz de mover su brazo con soltura, pero si quería evitar males mayores tendría que vendarselo aunque fuera con un trozo de trapo.
—Hugo —llamó la atención del recluta—. Según su informe, usted tiene nociones de medicina básica. Véndame la herida si es tan amable y continuaremos con la misión. No quiero atraer a bestias indeseables con el hedor de mi sangre, ni tampoco insectos.
En el caso de que fuera vendado, escucharía las palabras de Hugo recomendado usar remos para ir avanzando en el camino y comprobar la profundidad del terreno, ante lo que le alabaría por su grandiosa idea. En caso de que no pudiera ser vendado, Takahiro se arrancaría un trozo de su manga y le diría a Hugo que le taponara la herida, para luego continuar con el plan de usar los remos.
—Id con cuidado —les dijo Takahiro, que se encargó de proteger la retaguardia—. Por cierto, cuando nos encontremos a los marines no daremos detalles del plan que llevamos entre manos, ¿de acuerdo? —les dijo en voz baja, pero con voz firme y seria—. No sabemos si nos pueden estar escuchando. Me es raro que un comandante, con lo que implica ser alguien de su rango, no sea capaz de salir ileso de un lugar como este. Tengo que evaluar aún varias posibilidades antes de emprender una acción concreta. Solo os pido que seáis cautelosos con lo que hacéis y decís, sobre todo aquellos que no tenéis experiencia en el campo.
Tras decir eso, propuso una formación en línea, para avanzar con cautela y tratando de no hacer ruido. Llamar la atención no estaba dentro de sus planes, aunque algo le decía que los piratas volverían a la carga más pronto que tarde; a su pesar. Finalmente, los marines llegaron a su destino: las ruinas de un viejo faro que en otra vida daría luz y esperanza a los marinos más atrevidos que buscaban tierra en las noches más oscuras. Sobre lo que fue la cúpula del faro había un marine, cuyo aspecto dejaba mucho que desear. Parecía que había estado en una guerra, pero no solo él, sino también el resto de marines que había en aquel lugar se encontraban exactamente igual.
—Somos la ayuda, sí —le respondió Takahiro, acercándose al comandante. Lo observó e intentó analizar lo mejor posible. Parecía encontrarse mentalmente mejor que sus hombres, aunque quizá fuera una simple fachada—. Yo soy el jefe de campaña, Takahiro Kenshin —se presentó, ocultando su rango. A fin de cuentas, no llevaba puesto el uniforme oficial—, y soy el encargado de llevarlos sanos y salvos a nuestra base. Dígame, ¿qué demonios ha ocurrido? —le preguntó, intrigado.
Tenía que esperar a que le respondiera. Sus superiores le habían mandado apresarlo y llevarlo al cuartel, pero Takahiro era consciente de que no podía hacer eso por las malas y menos con sus hombres allí. Lo más coherente sería tratar de tomar el mando de la situación, pero abordaría eso en función de lo que le explicara el marine. El peliverde solía tener buen olfato para las situaciones que no encajaban en lo que él consideraba lógico, y aquella era una de esas situaciones.