Silver D. Syxel
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03-10-2024, 12:18 AM
El fuego seguía extendiendose tras las cortinas, y el caos se desataba por todo el recinto. Los gritos de los guardias que intentaban contener las llamas se mezclaban con el estruendo lejano de la destrucción que Balagus estaba causando. El suelo temblaba bajo los pies de Syxel, mientras su compañero hacía pedazos la sala principal, desatando su furia contra cualquier noble o soldado que intentara detenerlo. No podía perder el tiempo.
El capitán se movía entre las jaulas con determinación, forzando una cerradura tras otra, mientras hablaba a los prisioneros con voz firme, tratando de calmarlos y alentarlos. Pero la situación no era fácil. Mientras algunos esclavos le devolvían la mirada con un atisbo de esperanza, otros estaban dominados por el miedo.
—Solo quiero ayudaros —repitió Syxel, abriendo la puerta de una de las jaulas y moviéndose con rapidez hacia la siguiente. Sabía lo que era estar en su lugar. Podía ver en sus ojos el mismo miedo que él había sentido, la desesperación de estar atrapado en un destino que no les daba opción más que morir o vivir encadenados.
Pero uno de los prisioneros no lo vio así. Un hombre se acercó y, con voz temblorosa, pero llena de severidad, replicó. Luego se apartó, tomando asiento en la esquina más alejada de la jaula. Sus palabras pesaban en el ambiente. Silver no pudo evitar sentir un nudo en el estómago. Entendía su miedo. Él mismo había estado en ese lugar, encadenado y humillado, con el deseo de escapar apagado por la realidad de que un solo movimiento en falso significaba la muerte.
—Lo comprendo, —dijo el capitán, aunque sus palabras sonaban duras incluso para sus propios oídos—. Pero a veces la libertad vale ese riesgo. Yo también estuve donde estáis ahora, y lo sé bien... Pero os aseguro que morir luchando por vuestra libertad será mejor que vivir un día más como esclavos. Luchamos para cambiar nuestro destino.
Al llegar a la siguiente jaula, Syxel comenzó a trabajar en la cerradura cuando una mano se posó sobre la puerta. Una mujer delgada, pero con una mirada llena de determinación, detuvo el movimiento, silenciando el chirrido de las bisagras. Sus ojos lo miraban con dureza, pero también con algo que no había visto en los otros: una chispa de esperanza.
Syxel sostuvo la mirada de la mujer. Ella no buscaba consuelo, solo la verdad. Y Silver no podía mentir. La situación era difícil, peligrosa. Solo estaban él y Balagus, en medio del caos que habían creado, sin un barco de respaldo ni refuerzos esperándoles. Pero no podía fallarles. No ahora.
—No te mentiré. No tengo todas las respuestas, —comenzó, hablando con honestidad—. No tenemos un ejército detrás de nosotros ni un barco esperándonos. Solo estamos mi compañero y yo. Pero estamos aquí, ahora. Y lucharemos hasta el final para que tengáis una oportunidad.
Hizo una pausa, mirando a los otros esclavos que escuchaban en silencio.
—Si estáis dispuestos a intentarlo, os prometo que no os dejaré atrás. No sé qué nos espera más allá de estos muros, pero os aseguro que hacer frente a esta maldita situación será mejor que seguir viviendo como esclavos.
Los ojos de la mujer no se apartaron de los suyos. Silver hablaba desde la experiencia, desde las cicatrices de su pasado. Sabía que no había garantías, pero también sabía que merecía la pena intentarlo.
—Es vuestra decisión, pero si estáis dispuestos a luchar por vuestra libertad, no dejaré que os arrebaten esa oportunidad.
Con una última mirada firme, el capitán volvió su atención al collar explosivo que llevaba uno de los esclavos. Empezó a examinar el mecanismo, buscando la forma de abrirlo. Sabía que era arriesgado, pero no había vuelta atrás. Si no lograba forzarlo, necesitaría encontrar a alguien que tuviera las llaves.
El capitán se movía entre las jaulas con determinación, forzando una cerradura tras otra, mientras hablaba a los prisioneros con voz firme, tratando de calmarlos y alentarlos. Pero la situación no era fácil. Mientras algunos esclavos le devolvían la mirada con un atisbo de esperanza, otros estaban dominados por el miedo.
—Solo quiero ayudaros —repitió Syxel, abriendo la puerta de una de las jaulas y moviéndose con rapidez hacia la siguiente. Sabía lo que era estar en su lugar. Podía ver en sus ojos el mismo miedo que él había sentido, la desesperación de estar atrapado en un destino que no les daba opción más que morir o vivir encadenados.
Pero uno de los prisioneros no lo vio así. Un hombre se acercó y, con voz temblorosa, pero llena de severidad, replicó. Luego se apartó, tomando asiento en la esquina más alejada de la jaula. Sus palabras pesaban en el ambiente. Silver no pudo evitar sentir un nudo en el estómago. Entendía su miedo. Él mismo había estado en ese lugar, encadenado y humillado, con el deseo de escapar apagado por la realidad de que un solo movimiento en falso significaba la muerte.
—Lo comprendo, —dijo el capitán, aunque sus palabras sonaban duras incluso para sus propios oídos—. Pero a veces la libertad vale ese riesgo. Yo también estuve donde estáis ahora, y lo sé bien... Pero os aseguro que morir luchando por vuestra libertad será mejor que vivir un día más como esclavos. Luchamos para cambiar nuestro destino.
Al llegar a la siguiente jaula, Syxel comenzó a trabajar en la cerradura cuando una mano se posó sobre la puerta. Una mujer delgada, pero con una mirada llena de determinación, detuvo el movimiento, silenciando el chirrido de las bisagras. Sus ojos lo miraban con dureza, pero también con algo que no había visto en los otros: una chispa de esperanza.
Syxel sostuvo la mirada de la mujer. Ella no buscaba consuelo, solo la verdad. Y Silver no podía mentir. La situación era difícil, peligrosa. Solo estaban él y Balagus, en medio del caos que habían creado, sin un barco de respaldo ni refuerzos esperándoles. Pero no podía fallarles. No ahora.
—No te mentiré. No tengo todas las respuestas, —comenzó, hablando con honestidad—. No tenemos un ejército detrás de nosotros ni un barco esperándonos. Solo estamos mi compañero y yo. Pero estamos aquí, ahora. Y lucharemos hasta el final para que tengáis una oportunidad.
Hizo una pausa, mirando a los otros esclavos que escuchaban en silencio.
—Si estáis dispuestos a intentarlo, os prometo que no os dejaré atrás. No sé qué nos espera más allá de estos muros, pero os aseguro que hacer frente a esta maldita situación será mejor que seguir viviendo como esclavos.
Los ojos de la mujer no se apartaron de los suyos. Silver hablaba desde la experiencia, desde las cicatrices de su pasado. Sabía que no había garantías, pero también sabía que merecía la pena intentarlo.
—Es vuestra decisión, pero si estáis dispuestos a luchar por vuestra libertad, no dejaré que os arrebaten esa oportunidad.
Con una última mirada firme, el capitán volvió su atención al collar explosivo que llevaba uno de los esclavos. Empezó a examinar el mecanismo, buscando la forma de abrirlo. Sabía que era arriesgado, pero no había vuelta atrás. Si no lograba forzarlo, necesitaría encontrar a alguien que tuviera las llaves.