Octojin
El terror blanco
03-10-2024, 09:48 AM
Octojin sintió un gran alivio al escuchar las palabras de Asradi. Su suave tono y su manera de bromear lo tranquilizaban, aliviando la tensión acumulada por todo lo que acababa de suceder. Aun así, cuando la sirena le dijo que le quedaba bien el sonrojo, no pudo evitar ruborizarse aún más, hasta tal punto que seguro que un tomate y su cara no se distinguían mucho.
"¿Cómo puede decir eso tan tranquila?", pensó mientras intentaba esconder su rostro tras una mano, a modo de coña, intentando que realmente su sonrojo cesara y aquello fuera una situación algo más normal.
Cuando Asradi comenzó a prepararse, recogiendo su larga melena en una trenza, el tiburón se quedó mirándola en silencio, totalmente absorto en lo que estaba viendo. No pudo evitar quedarse embelesado ante la mirada fija de la sirena, esos ojos azules en los que sentía que podía perderse. Esos ojos... ¿Cómo lograba mirarle así, sin desviar la mirada? No podía evitar preguntárselo, sintiendo que el corazón le latía más rápido. Era como si lo analizara, lo desnudara con esa mirada tan directa. Esto lo hacía sentir tanto nervioso como curioso; la intensidad de la sirena era desconcertante y fascinante al mismo tiempo.
Cuando Asradi aceptó su mano para levantarse, Octojin le dedicó una sonrisa. La preocupación de la sirena por su herida le hizo recordar que tenía que tomárselo con calma. Aunque no era nada que le preocupase mucho, no limitaba sus movimientos así que podía continuar con su vida. Una herida más que sumar a la casi interminable lista que ya tenía.
—No te preocupes, Asradi. Soy más resistente de lo que parezco —dijo, aunque sabía que ella tenía razón; tenía que cuidarse, al menos por un tiempo. La herida en el hombro no era un chiste, y la sirena había sido lo suficientemente clara con él —. Pero por si acaso, ahora tengo a quién me proteja —finalizó, guiñando el ojo de una forma un tanto particular, pues no le salía demasiado bien ese gesto.
Ya listos, bajaron las escaleras de la posada, donde el posadero les dedicó una mirada picante. Octojin bufó internamente, mientras seguía avanzando al lado de Asradi. La manera en la que ella le plantó cara al posadero fue, como siempre, directa y firme, algo que él respetaba profundamente. Vaya carácter tenía la sirena. Aunque le gustaba al tiburón y sentía un extraño orgullo por ella, no pudo evitar pensar cómo se daría la primera pelea entre ellos. Quizá aquello no acabase muy bien. Ambos parecían tener un carácter fuerte, de los de soltar y después preguntar. Pero quizá se complementasen bien, quién sabe.
Cuando Asradi le guiñó un ojo y le habló de buscar una playa tranquila, Octojin asintió con entusiasmo. Era justo lo que necesitaban, tranquilidad después de la que se había liado en la plaza, además de la liada en su habitación, aunque aquello había sido distinto, pues, haciendo balance, había traído más cosas positivas que negativas al final. Y probablemente era una historia diferente que contar. ¿Quién se había declarado de una forma tan... extraña? Desde luego muy común no debía ser tener una historia tan particular.
—Me parece una gran idea — respondió mientras se imaginaba ya sumergiéndose en el agua —. Asar lo que cacemos o comerlo crudo, me da igual también. Si encontramos algo para hacer una fogata lo asamos, y sino pues crudo. Lo importante es que será una aventura más y, como dices, la compañía —su semblante cambió ligeramente cuando Asradi le pidió que hablara más sobre su trabajo. La pregunta le hizo recordar los días en los muelles de Loguetown y todo lo que había hecho como carpintero.
— Pues sí, soy carpintero —dijo, mientras caminaban por las callejuelas hacia la salida de la ciudad —. Empecé hace años, jugando en la calle con madera. Se me daba bastante bien darle forma y hacer juguetes. Siempre tenía las mejores espadas de la Isla Gyojin, y a veces no me dejaban jugar porque siempre ganaba. Y así fui moviéndome y ganándome la vida con ello. He de decir que no me resultó muy difícil —hizo una pausa en la que se acercó un poco a ella, aunque sin atreverse a poner su mano sobre su hombro—. En los muelles de Loguetown pedí trabajo hace unos días. Al principio, solo me dejaban hacer reparaciones sencillas: arreglar un par de tablas, reforzar un mástil... Pero poco a poco fui ganándome la confianza de los trabajadores y empecé a construir barcos desde cero. Es una tarea super satisfactoria, aunque cansa bastante, la verdad. Es un trabajo muy físico para el cual no vale cualquiera —mientras hablaba, su rostro mostraba una mezcla de nostalgia y orgullo.
—Construir barcos es lo que más me gusta. Escoger la madera correcta, cortar cada pieza a medida, asegurarse de que el casco sea resistente y no tenga fugas... Es un trabajo duro, pero cuando ves el barco terminado y sabes que podrá surcar los mares... No hay nada igual —continuó, perdiéndose un poco en sus recuerdos. Se sentía orgulloso de su trabajo, y compartirlo con Asradi le hacía sentir que la sirena estaba conociendo una parte importante de él.
Se detuvo un momento cuando casi habían llegado al muelle, como si reflexionara sobre lo que iba a decir a continuación.
—Pero aunque me encante hacer barcos, también construyo cosas más pequeñas. Muebles, por ejemplo. Hice un par de sillas y una mesa para una taberna en la ciudad, justo a la que te quería llevar. El tabernero siempre me reserva esa mesa, porque dice que es más resistente que las demás, y yo peso lo mío —comentó a la par que se tocaba el estómago, haciendo ver que su peso era bastante superior a la media—. Me gusta pensar que mis manos pueden crear cosas útiles, que sirvan a los demás. Que puedo crearles algo que les ayude en su día a día. Además, te tengo algo reservado. Cuando acabemos, si quieres, volvemos a la habitación y te lo doy. Es una tontería, pero así siempre te acordarás de mi— mientras hablaba, posó su mirada de reojo para ver la reacción de la pelinegra. Su expresión tras ello se suavizó.
Mientras seguían caminando, Octojin decidió cambiar de tema, recordando su propuesta anterior, mientras llegaban cerca del agua del muelle y la inmersión parecía cada vez más cercana.
—Y dime, ¿qué haces en tu tiempo libre? ¿Qué es en lo que más inviertes tu tiempo?
"¿Cómo puede decir eso tan tranquila?", pensó mientras intentaba esconder su rostro tras una mano, a modo de coña, intentando que realmente su sonrojo cesara y aquello fuera una situación algo más normal.
Cuando Asradi comenzó a prepararse, recogiendo su larga melena en una trenza, el tiburón se quedó mirándola en silencio, totalmente absorto en lo que estaba viendo. No pudo evitar quedarse embelesado ante la mirada fija de la sirena, esos ojos azules en los que sentía que podía perderse. Esos ojos... ¿Cómo lograba mirarle así, sin desviar la mirada? No podía evitar preguntárselo, sintiendo que el corazón le latía más rápido. Era como si lo analizara, lo desnudara con esa mirada tan directa. Esto lo hacía sentir tanto nervioso como curioso; la intensidad de la sirena era desconcertante y fascinante al mismo tiempo.
Cuando Asradi aceptó su mano para levantarse, Octojin le dedicó una sonrisa. La preocupación de la sirena por su herida le hizo recordar que tenía que tomárselo con calma. Aunque no era nada que le preocupase mucho, no limitaba sus movimientos así que podía continuar con su vida. Una herida más que sumar a la casi interminable lista que ya tenía.
—No te preocupes, Asradi. Soy más resistente de lo que parezco —dijo, aunque sabía que ella tenía razón; tenía que cuidarse, al menos por un tiempo. La herida en el hombro no era un chiste, y la sirena había sido lo suficientemente clara con él —. Pero por si acaso, ahora tengo a quién me proteja —finalizó, guiñando el ojo de una forma un tanto particular, pues no le salía demasiado bien ese gesto.
Ya listos, bajaron las escaleras de la posada, donde el posadero les dedicó una mirada picante. Octojin bufó internamente, mientras seguía avanzando al lado de Asradi. La manera en la que ella le plantó cara al posadero fue, como siempre, directa y firme, algo que él respetaba profundamente. Vaya carácter tenía la sirena. Aunque le gustaba al tiburón y sentía un extraño orgullo por ella, no pudo evitar pensar cómo se daría la primera pelea entre ellos. Quizá aquello no acabase muy bien. Ambos parecían tener un carácter fuerte, de los de soltar y después preguntar. Pero quizá se complementasen bien, quién sabe.
Cuando Asradi le guiñó un ojo y le habló de buscar una playa tranquila, Octojin asintió con entusiasmo. Era justo lo que necesitaban, tranquilidad después de la que se había liado en la plaza, además de la liada en su habitación, aunque aquello había sido distinto, pues, haciendo balance, había traído más cosas positivas que negativas al final. Y probablemente era una historia diferente que contar. ¿Quién se había declarado de una forma tan... extraña? Desde luego muy común no debía ser tener una historia tan particular.
—Me parece una gran idea — respondió mientras se imaginaba ya sumergiéndose en el agua —. Asar lo que cacemos o comerlo crudo, me da igual también. Si encontramos algo para hacer una fogata lo asamos, y sino pues crudo. Lo importante es que será una aventura más y, como dices, la compañía —su semblante cambió ligeramente cuando Asradi le pidió que hablara más sobre su trabajo. La pregunta le hizo recordar los días en los muelles de Loguetown y todo lo que había hecho como carpintero.
— Pues sí, soy carpintero —dijo, mientras caminaban por las callejuelas hacia la salida de la ciudad —. Empecé hace años, jugando en la calle con madera. Se me daba bastante bien darle forma y hacer juguetes. Siempre tenía las mejores espadas de la Isla Gyojin, y a veces no me dejaban jugar porque siempre ganaba. Y así fui moviéndome y ganándome la vida con ello. He de decir que no me resultó muy difícil —hizo una pausa en la que se acercó un poco a ella, aunque sin atreverse a poner su mano sobre su hombro—. En los muelles de Loguetown pedí trabajo hace unos días. Al principio, solo me dejaban hacer reparaciones sencillas: arreglar un par de tablas, reforzar un mástil... Pero poco a poco fui ganándome la confianza de los trabajadores y empecé a construir barcos desde cero. Es una tarea super satisfactoria, aunque cansa bastante, la verdad. Es un trabajo muy físico para el cual no vale cualquiera —mientras hablaba, su rostro mostraba una mezcla de nostalgia y orgullo.
—Construir barcos es lo que más me gusta. Escoger la madera correcta, cortar cada pieza a medida, asegurarse de que el casco sea resistente y no tenga fugas... Es un trabajo duro, pero cuando ves el barco terminado y sabes que podrá surcar los mares... No hay nada igual —continuó, perdiéndose un poco en sus recuerdos. Se sentía orgulloso de su trabajo, y compartirlo con Asradi le hacía sentir que la sirena estaba conociendo una parte importante de él.
Se detuvo un momento cuando casi habían llegado al muelle, como si reflexionara sobre lo que iba a decir a continuación.
—Pero aunque me encante hacer barcos, también construyo cosas más pequeñas. Muebles, por ejemplo. Hice un par de sillas y una mesa para una taberna en la ciudad, justo a la que te quería llevar. El tabernero siempre me reserva esa mesa, porque dice que es más resistente que las demás, y yo peso lo mío —comentó a la par que se tocaba el estómago, haciendo ver que su peso era bastante superior a la media—. Me gusta pensar que mis manos pueden crear cosas útiles, que sirvan a los demás. Que puedo crearles algo que les ayude en su día a día. Además, te tengo algo reservado. Cuando acabemos, si quieres, volvemos a la habitación y te lo doy. Es una tontería, pero así siempre te acordarás de mi— mientras hablaba, posó su mirada de reojo para ver la reacción de la pelinegra. Su expresión tras ello se suavizó.
Mientras seguían caminando, Octojin decidió cambiar de tema, recordando su propuesta anterior, mientras llegaban cerca del agua del muelle y la inmersión parecía cada vez más cercana.
—Y dime, ¿qué haces en tu tiempo libre? ¿Qué es en lo que más inviertes tu tiempo?