Asradi
Völva
03-10-2024, 03:36 PM
Si había algo que le gustaba en demasía, era escuchar hablar a la gente. Ella no era tampoco muy habladora, quizás, pero sí que disfrutaba escuchando a los demás. Ya fuese por simple desahogo de ellos o por escuchar historias de otros lugares. Así pues, Asradi estaba totalmente entretenida y atenta mientras Octojin, que caminaba a su lado, le expresaba no solo su visto bueno por ir a cazar algo y luego disfrutar de dicha comida en una playa tranquila, sin nadie que les molestase. O, peor aún, les juzgase. Si no también el escucharle hablar sobre la carpintería. La trata de las maderas no era algo sencillo. Ella había tallado alguna vez. Pero cosas muy pequeñas y muy burdas o rudimentarias. No era buena en eso.
Una sonrisa fue asomándose en los labios de la sirena mientras caminaba a su lado. Cuando él se aproximó más a ella, Asradi hizo también un poco lo propio. Su mano apenas rozó la contraria. Un gesto sutil, suave, casi fantasmagórico, que dejaba esa sensación de vacío y jugueteo al mismo tiempo. Lo estaba haciendo un poco a propósito para ver cómo reaccionaba. Era tan tímido para algunas cosas, según estaba notando, en ese cuerpo tan grande, que era hasta tierno.
— Claro que ganabas. Si eras igual de fuerte que ahora, siendo un niño, y hacías las mejores espadas de madera, ya jugabas con ventaja. — No pudo evitar reírse de manera muy suave, imaginando todo aquello. Si ya Octojin era terriblemente grande ahora, de niño tendría que haber resaltado también. — Seguro que eras una monada.
No lo decía por mal, quizás solo un poquito para picarle, pero lo disfrutaba enormemente dentro del respeto y del cariño que sentía por el escualo.
— Suena bien. Además, tienes unas buenas manos. Y no solo eso... — Le miró de reojo, aunque teniendo que alzar ligeramente el mentón para poder contemplarle a los ojos, debido a la diferencia de alturas entre ambos. — Se nota que te gusta ayudar a la gente. No todos pueden decir lo mismo.
Sobre todo teniendo en cuenta todos los perjuicios que había entre gyojins y humanos. Por ambas partes, en realidad. Pero también era bueno ver que se hacían esfuerzos por limar esas asperezas. En ese aspecto, estaba orgullosa de Octojin, aunque no se lo dijese.
— Por lo que cuentas, es algo trabajoso, pero tienes un buen físico. — Le dió una palmadita suave en los músculos. ¡Benditos músculos! — Y, aunque sea cansado, si para ti es satisfactorio y te gusta, entonces tienes mi total apoyo y respeto. Siempre disfruta con lo que hagas.
Fue una sonrisa la que le regaló a Octojin. En una mezcla de orgullo por lo que estaba haciendo y de admiración también. Pero esa expresión se tornó a una de avergonzada sorpresa cuando, de repente, le dijo que tenía algo para ella. Para que se acordase siempre de él. Las mejillas de Asradi se colorearon ligeramente y ella desvió la mirada.
— Me he acordado más de una vez de ti, que lo sepas... — Murmuró con un ligero halo de timidez, aunque sería perfectamente audible para su acompañante. — Pero... Gracias. Y no creo que sea una tontería. Para mi no lo es.
En ese momento, no dijo nada más, pero no era necesario. Estaba terriblemente halagada y no sabía muy bien que decir, sobre todo ante esa confesión. Sí era verdad que no solía tener pelos en la lengua durante la mayor parte del tiempo. Pero cuando se trataba de decir lo que sentía, de otra manera, le costaba a veces más. Por desgracia, solía ser bastante cerrada en cuanto a sus sentimientos para no terminar dañada de alguna manera. Por eso, durante eses segundos posteriores de silencio, lo único que hizo fue buscar la mano de Octojin y enredar ligeramente un par de dedos en los contrarios. En el más completo de los silencios.
Al menos, hasta que esta vez fue él quien se interesó por ella. Por lo que hacía. Por fortuna, había tenido tiempo de recuperarse de ese acceso de vergüenza repentino.
— En medicina, sobre todo. — Le respondió, pues era también algo que el escualo había visto. — Vengo de una estirpe de curanderas y por ahora soy la última generación de ellas. — No le dijo que, simplemente, se había tenido que ir. O, más bien... Que había tenido que aceptar ciertas cosas para que los suyos estuviesen a salvo.
Asradi se mordisqueó un poco el labio inferior. El secreto que se ocultaba, impreso, en su espalda. No podía contárselo, no todavía. Sabía que, de alguna manera u otra, lo terminaría metiendo en un problema más gordo. Y Octojin no se merecía tal cosa.
De todas maneras, no estaba dispuesta a que ese día se arruinase, así que apartó tales funestos pensamientos de su cabeza.
— Me gusta viajar para aprender cosas nuevas, conocer gente y costumbres de otras razas. Creo que eso sirve también para que no nos tengan tanto prejuicio por ser gyojins. Y no tenérselo nosotros a ellos. — No tanto, al menos, en cuanto a los humanos. — Me sirve también para aprender medicina de otros lugares, y poder mejorar.
Se silenció un par de segundos, como buscando las palabras correctas. Antes de sonreírle con sinceridad.
— En realidad, me encantaría ayudar a la gente, en general. Aunque no sea mucho, poner mi propio granito de arena ante las injusticias que hay en el mundo. — No solo para los de su especie, sino para los verdaderos inocentes en general.
Una sonrisa fue asomándose en los labios de la sirena mientras caminaba a su lado. Cuando él se aproximó más a ella, Asradi hizo también un poco lo propio. Su mano apenas rozó la contraria. Un gesto sutil, suave, casi fantasmagórico, que dejaba esa sensación de vacío y jugueteo al mismo tiempo. Lo estaba haciendo un poco a propósito para ver cómo reaccionaba. Era tan tímido para algunas cosas, según estaba notando, en ese cuerpo tan grande, que era hasta tierno.
— Claro que ganabas. Si eras igual de fuerte que ahora, siendo un niño, y hacías las mejores espadas de madera, ya jugabas con ventaja. — No pudo evitar reírse de manera muy suave, imaginando todo aquello. Si ya Octojin era terriblemente grande ahora, de niño tendría que haber resaltado también. — Seguro que eras una monada.
No lo decía por mal, quizás solo un poquito para picarle, pero lo disfrutaba enormemente dentro del respeto y del cariño que sentía por el escualo.
— Suena bien. Además, tienes unas buenas manos. Y no solo eso... — Le miró de reojo, aunque teniendo que alzar ligeramente el mentón para poder contemplarle a los ojos, debido a la diferencia de alturas entre ambos. — Se nota que te gusta ayudar a la gente. No todos pueden decir lo mismo.
Sobre todo teniendo en cuenta todos los perjuicios que había entre gyojins y humanos. Por ambas partes, en realidad. Pero también era bueno ver que se hacían esfuerzos por limar esas asperezas. En ese aspecto, estaba orgullosa de Octojin, aunque no se lo dijese.
— Por lo que cuentas, es algo trabajoso, pero tienes un buen físico. — Le dió una palmadita suave en los músculos. ¡Benditos músculos! — Y, aunque sea cansado, si para ti es satisfactorio y te gusta, entonces tienes mi total apoyo y respeto. Siempre disfruta con lo que hagas.
Fue una sonrisa la que le regaló a Octojin. En una mezcla de orgullo por lo que estaba haciendo y de admiración también. Pero esa expresión se tornó a una de avergonzada sorpresa cuando, de repente, le dijo que tenía algo para ella. Para que se acordase siempre de él. Las mejillas de Asradi se colorearon ligeramente y ella desvió la mirada.
— Me he acordado más de una vez de ti, que lo sepas... — Murmuró con un ligero halo de timidez, aunque sería perfectamente audible para su acompañante. — Pero... Gracias. Y no creo que sea una tontería. Para mi no lo es.
En ese momento, no dijo nada más, pero no era necesario. Estaba terriblemente halagada y no sabía muy bien que decir, sobre todo ante esa confesión. Sí era verdad que no solía tener pelos en la lengua durante la mayor parte del tiempo. Pero cuando se trataba de decir lo que sentía, de otra manera, le costaba a veces más. Por desgracia, solía ser bastante cerrada en cuanto a sus sentimientos para no terminar dañada de alguna manera. Por eso, durante eses segundos posteriores de silencio, lo único que hizo fue buscar la mano de Octojin y enredar ligeramente un par de dedos en los contrarios. En el más completo de los silencios.
Al menos, hasta que esta vez fue él quien se interesó por ella. Por lo que hacía. Por fortuna, había tenido tiempo de recuperarse de ese acceso de vergüenza repentino.
— En medicina, sobre todo. — Le respondió, pues era también algo que el escualo había visto. — Vengo de una estirpe de curanderas y por ahora soy la última generación de ellas. — No le dijo que, simplemente, se había tenido que ir. O, más bien... Que había tenido que aceptar ciertas cosas para que los suyos estuviesen a salvo.
Asradi se mordisqueó un poco el labio inferior. El secreto que se ocultaba, impreso, en su espalda. No podía contárselo, no todavía. Sabía que, de alguna manera u otra, lo terminaría metiendo en un problema más gordo. Y Octojin no se merecía tal cosa.
De todas maneras, no estaba dispuesta a que ese día se arruinase, así que apartó tales funestos pensamientos de su cabeza.
— Me gusta viajar para aprender cosas nuevas, conocer gente y costumbres de otras razas. Creo que eso sirve también para que no nos tengan tanto prejuicio por ser gyojins. Y no tenérselo nosotros a ellos. — No tanto, al menos, en cuanto a los humanos. — Me sirve también para aprender medicina de otros lugares, y poder mejorar.
Se silenció un par de segundos, como buscando las palabras correctas. Antes de sonreírle con sinceridad.
— En realidad, me encantaría ayudar a la gente, en general. Aunque no sea mucho, poner mi propio granito de arena ante las injusticias que hay en el mundo. — No solo para los de su especie, sino para los verdaderos inocentes en general.