Percival Höllenstern
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03-10-2024, 05:56 PM
La tormenta comenzó como un susurro en el horizonte, apenas perceptible a lo lejos. Illiasbabel, con su cigarro humeante en los labios, olfateó el aire, sintiendo el cambio. El viento arreció, y las primeras gotas de lluvia hicieron eco en la cubierta del barco. El viejo cazador se adelantó a la situación con su experiencia, murmurando con calma y advirtiendo a los demás sobre la tormenta inminente. La niebla, espesa como un velo, envolvía la embarcación, creando un escenario en el que la visibilidad era nula.
Mientras Illiasbabel se dirigía al puente de mando, la cubierta del barco se agitaba bajo la embestida de las olas. Shy, en su rincón, maldecía la lluvia, su bufanda a medio tejer, empapándose con cada segundo que pasaba. Con un gruñido de frustración, guardó sus herramientas y se dispuso a ayudar a quienes lo necesitaran, arrastrándose entre los escombros, sosteniéndose de cuerdas y tablas sueltas, consciente de que, para él, una caída al mar sería una condena segura.
Yoshiro, por su parte, se mantenía firme en la bodega. Con sus herramientas en mano, reforzaba las zonas más débiles de la nave, asegurando que no sucumbieran al peso del océano. Su cuerpo, endurecido por años de entrenamiento, apenas vacilaba ante el retumbar de los truenos y el rugido del viento. Las gotas golpeaban su piel como cuchillas, pero él solo tenía en mente mantener el barco intacto.
La niebla, sin embargo, no era natural. Se movía, viva, densa, como si algo más se ocultara tras ella. Los marineros en cubierta comenzaron a murmurar entre ellos, nerviosos, pero concentrados en mantener las velas firmes y el timón bajo control. Entonces, algo crujió, un sonido gutural que hizo eco en medio de la tormenta.
De repente, las aguas bajo el casco comenzaron a agitarse de manera irregular. Las olas ya no eran las únicas culpables de la inestabilidad del barco. Desde la niebla, siluetas oscuras comenzaron a emerger, acercándose lentamente, apenas visibles entre los bancos blanquecinos que rodeaban el barco. No eran fantasmas, sino piratas. Piratas silenciosos y despiadados, moviéndose como sombras en medio de la tormenta.
El ataque vino sin aviso. Cuerdas con ganchos se clavaron en las barandillas de la nave, tirando con fuerza, y pronto los Corsarios de la Niebla estaban a bordo. Decenas de figuras sombrías, envueltas en capas empapadas y con las miradas ocultas bajo sus capuchas, invadieron el barco. Los marineros intentaron resistir, pero el enemigo era implacable.
Entre ellos, tres figuras destacaban sobre el resto. Comandaban a los piratas con una precisión aterradora, moviéndose por la cubierta con destreza letal.
La primera era una mujer alta y delgada, su piel blanca como la luna y su cabello negro cayendo hasta su cintura. De nombre Erzsébet, y su mirada, fría y vacía, parecía atravesar el alma de quien se cruzara en su camino. Empuñaba dos sables curvos, y con cada movimiento, cortaba el aire con la gracia de una bailarina macabra.
El segundo era un hombre corpulento, más grande que cualquiera a bordo, con cicatrices recorriendo su rostro y torso. Su nombre era Drustan, y portaba un enorme hacha de guerra que blandía con una fuerza descomunal. Su risa gutural resonaba por encima de la tormenta, mientras derribaba a cualquiera que intentara detenerlo, su piel bronceada brillando con la lluvia que caía sobre él y dejaban su enorme maraña de pelo largo y frondoso caer como si de un perro asilvestrado fuera.
El último, un joven pálido y enjuto, apenas visible entre la niebla, se llamaba Sylas. Su rostro estaba cubierto por una máscara de metal, dejando entrever solo sus ojos oscuros y penetrantes. En sus manos sostenía una larga lanza, que movía con una velocidad fulminante, atacando desde las sombras, apenas dejando tiempo a sus enemigos para reaccionar antes de ser atravesados.
El caos se desató por completo. El barco temblaba, ahora no solo por la tormenta, sino por el asalto de los Corsarios de la Niebla, comandados por esos tres letales jinetes del caos. La tripulación luchaba contra los invasores, pero con cada instante que pasaba, la neblina se espesaba más, y las posibilidades de escapar se reducían al mínimo.
¿Qué harían nuestros protagonistas?
Mientras Illiasbabel se dirigía al puente de mando, la cubierta del barco se agitaba bajo la embestida de las olas. Shy, en su rincón, maldecía la lluvia, su bufanda a medio tejer, empapándose con cada segundo que pasaba. Con un gruñido de frustración, guardó sus herramientas y se dispuso a ayudar a quienes lo necesitaran, arrastrándose entre los escombros, sosteniéndose de cuerdas y tablas sueltas, consciente de que, para él, una caída al mar sería una condena segura.
Yoshiro, por su parte, se mantenía firme en la bodega. Con sus herramientas en mano, reforzaba las zonas más débiles de la nave, asegurando que no sucumbieran al peso del océano. Su cuerpo, endurecido por años de entrenamiento, apenas vacilaba ante el retumbar de los truenos y el rugido del viento. Las gotas golpeaban su piel como cuchillas, pero él solo tenía en mente mantener el barco intacto.
La niebla, sin embargo, no era natural. Se movía, viva, densa, como si algo más se ocultara tras ella. Los marineros en cubierta comenzaron a murmurar entre ellos, nerviosos, pero concentrados en mantener las velas firmes y el timón bajo control. Entonces, algo crujió, un sonido gutural que hizo eco en medio de la tormenta.
De repente, las aguas bajo el casco comenzaron a agitarse de manera irregular. Las olas ya no eran las únicas culpables de la inestabilidad del barco. Desde la niebla, siluetas oscuras comenzaron a emerger, acercándose lentamente, apenas visibles entre los bancos blanquecinos que rodeaban el barco. No eran fantasmas, sino piratas. Piratas silenciosos y despiadados, moviéndose como sombras en medio de la tormenta.
El ataque vino sin aviso. Cuerdas con ganchos se clavaron en las barandillas de la nave, tirando con fuerza, y pronto los Corsarios de la Niebla estaban a bordo. Decenas de figuras sombrías, envueltas en capas empapadas y con las miradas ocultas bajo sus capuchas, invadieron el barco. Los marineros intentaron resistir, pero el enemigo era implacable.
Entre ellos, tres figuras destacaban sobre el resto. Comandaban a los piratas con una precisión aterradora, moviéndose por la cubierta con destreza letal.
La primera era una mujer alta y delgada, su piel blanca como la luna y su cabello negro cayendo hasta su cintura. De nombre Erzsébet, y su mirada, fría y vacía, parecía atravesar el alma de quien se cruzara en su camino. Empuñaba dos sables curvos, y con cada movimiento, cortaba el aire con la gracia de una bailarina macabra.
El segundo era un hombre corpulento, más grande que cualquiera a bordo, con cicatrices recorriendo su rostro y torso. Su nombre era Drustan, y portaba un enorme hacha de guerra que blandía con una fuerza descomunal. Su risa gutural resonaba por encima de la tormenta, mientras derribaba a cualquiera que intentara detenerlo, su piel bronceada brillando con la lluvia que caía sobre él y dejaban su enorme maraña de pelo largo y frondoso caer como si de un perro asilvestrado fuera.
El último, un joven pálido y enjuto, apenas visible entre la niebla, se llamaba Sylas. Su rostro estaba cubierto por una máscara de metal, dejando entrever solo sus ojos oscuros y penetrantes. En sus manos sostenía una larga lanza, que movía con una velocidad fulminante, atacando desde las sombras, apenas dejando tiempo a sus enemigos para reaccionar antes de ser atravesados.
El caos se desató por completo. El barco temblaba, ahora no solo por la tormenta, sino por el asalto de los Corsarios de la Niebla, comandados por esos tres letales jinetes del caos. La tripulación luchaba contra los invasores, pero con cada instante que pasaba, la neblina se espesaba más, y las posibilidades de escapar se reducían al mínimo.
¿Qué harían nuestros protagonistas?