Kensington Edaddepiedra
Kenz Edaddepiedra
03-10-2024, 08:09 PM
El despacho olía a rayos. Kenz llevaba toda la mañana esperando a que se pasase o, al menos, a que llegara el inevitable momento en que se acostumbraría, pero no había manera. El ventanuco diminuto apenas servía para ventilar el cuartucho, y solo dejaba entrar un chorrito de luz por culpa de toda la porquería que tenía el cristal. Estaba seguro de que era por el caracol. Uno no se plantea cuánto caga un caracol de metro ochenta hasta que tiene que pasar la fregona.
El bicho parecía tan aburrido como el propio Kenz. Tenía la mirada perdida clavada en el fondo blanco que colgaba sobre la pared del fondo mientras mascaba un trozo de lechuga lenta e hipnóticamente. Era repugnante. Esa hoja era ya más baba que planta, pero ahí que seguía, dale que te pego. Al menos Kenz tenía su guitarra y, aunque decir "su" quizás fuese un tanto optimista, podía entretenerse con ella. Lo malo era que el estado de ánimo del animal era contagioso, así que no conseguía más que rascar unos pocos acordes desacompasados y al azar. Además, le faltaba una cuerda; probablemente por eso la había encontrado guardada en aquel almacén viejo.
-¿Qué cómo ha acabado un tipo guapo y listo como yo en esta porquería de trabajo? -preguntó en voz alta al vacío.
No contestó, claro. Aún no estaba tan loco como para eso. Quizás para cuando acabase el día. Y eso que aquel era el trabajo bueno, la joya de la corona de su pluriempleo forzado, cuando nadie le perseguía para matarlo ni nada por el estilo.
En esos momentos se preguntaba si no sería preferible.
Las fotos de carnet eran lo peor. Eran en lo que agonizaba hora tras hora mientras llegaba o no un encargo más... dinámico. Dinámico y potencialmente mortal. "Eh, ¿quieres ver mundo y hacer amigos? ¿Vivir aventuras y ligar con chicas?" Y vaya si había querido... Putos recursos humanos. Jamás debió de alistarse. Fiarse de ellos siempre era un error. Y lo más increíble era que él ni siquiera hacía nada. El caracol guiñaba un ojo y hacía solo las fotos. Kenz se limitaba a decirle a la gente que se sentase y a hacer una plétora de avioncitos de papel que ya atestaban el suelo.
Marines... A Kenz le habían caído simpáticos hasta que le tocó ese puesto. Y encima el que entraba ahora era otro tío. ¿Dónde estaban las marines chicas? Si hubiese querido ver solo a gordos y feos se habría quedado en su casa.
-Siéntate, no sonrías y cuidado con la baba -le dijo sin dejar de mirar esa mancha del techo con forma de teta-. La foto sale por el caparazón y...
El bicho parecía tan aburrido como el propio Kenz. Tenía la mirada perdida clavada en el fondo blanco que colgaba sobre la pared del fondo mientras mascaba un trozo de lechuga lenta e hipnóticamente. Era repugnante. Esa hoja era ya más baba que planta, pero ahí que seguía, dale que te pego. Al menos Kenz tenía su guitarra y, aunque decir "su" quizás fuese un tanto optimista, podía entretenerse con ella. Lo malo era que el estado de ánimo del animal era contagioso, así que no conseguía más que rascar unos pocos acordes desacompasados y al azar. Además, le faltaba una cuerda; probablemente por eso la había encontrado guardada en aquel almacén viejo.
-¿Qué cómo ha acabado un tipo guapo y listo como yo en esta porquería de trabajo? -preguntó en voz alta al vacío.
No contestó, claro. Aún no estaba tan loco como para eso. Quizás para cuando acabase el día. Y eso que aquel era el trabajo bueno, la joya de la corona de su pluriempleo forzado, cuando nadie le perseguía para matarlo ni nada por el estilo.
En esos momentos se preguntaba si no sería preferible.
Las fotos de carnet eran lo peor. Eran en lo que agonizaba hora tras hora mientras llegaba o no un encargo más... dinámico. Dinámico y potencialmente mortal. "Eh, ¿quieres ver mundo y hacer amigos? ¿Vivir aventuras y ligar con chicas?" Y vaya si había querido... Putos recursos humanos. Jamás debió de alistarse. Fiarse de ellos siempre era un error. Y lo más increíble era que él ni siquiera hacía nada. El caracol guiñaba un ojo y hacía solo las fotos. Kenz se limitaba a decirle a la gente que se sentase y a hacer una plétora de avioncitos de papel que ya atestaban el suelo.
Marines... A Kenz le habían caído simpáticos hasta que le tocó ese puesto. Y encima el que entraba ahora era otro tío. ¿Dónde estaban las marines chicas? Si hubiese querido ver solo a gordos y feos se habría quedado en su casa.
-Siéntate, no sonrías y cuidado con la baba -le dijo sin dejar de mirar esa mancha del techo con forma de teta-. La foto sale por el caparazón y...
Lo siguiente, que ya ni recordaba qué iba a ser, se lo comió un bostezo. Putas fotos de carnet.