Alistair
Mochuelo
05-10-2024, 05:04 AM
Sus ojos se abrieron al momento en que la desconocida pudo aclarar correctamente el nombre correcto que el Lunarian buscaba. Santoryu, el renombrado arte de las Tres Espadas. Había escuchado rumores que llamarían a los más hambrientos de poder como ratas a un queso, de hazañas que muchos considerarían imposibles si estos no fueran más que relatos pasados por boca y sin ninguna prueba. Pero un Dojo que mantenía una alta reputación no podía solo existir a base de rumores y mitos que nadie había confirmado, ¿o si? Era un caso de fé semi-ciega. Lejos de ser su primera opción, de hecho batalló mucho contra la idea de utilizar armas de filo en contra de otros, armas fabricadas con el concreto uso de acabar con vidas. Pero incluso un filo, en las manos correctas, podía servir para proteger a otros por encima de provocar daños.
— ¡Eso, Santoryu! Lo siento, mi memoria no suele ser mi punto fuerte y acabo olvidando nombres que no me repito constantemente. Por suerte, hasta ahora no ha pasado con nada demasiado importante. — Comentó en tono de broma, dejando que una carcajada corta se escapara de entre sus labios. Era un chico de psicología ligera, que no se dejaba llevar por detalles menores como ese. Verle con pena dibujada en su rostro era en extremo difícil, y triste todavía más: había que cumplir muchas pruebas y tribulaciones antes de llevarlo hasta ese punto.
— ¡AH! ¿Eres una estudiante allá? ¡Entonces perfecto! Te agradecería mil veces si pudieras mostrarme el camino, y cuatro veces más si después pudieras decirme de cualquier sitio que conozcas por los alrededores del Dojo que haga de posada. — Con eso ya había dicho un dato importante sobre sí mismo, al menos en la particular situación: No era de acá. Realmente, su extenso tiempo como esclavo prófugo le categorizaba como "pertenecer a ninguna parte". Hacía cuanto podía para sobrevivir, rascando dinero de donde pudiera para vivir el día a día, y viajando por el East Blue en busca de las personas que le entregaron la oportunidad de una vida normal. Bueno... Al menos tan normal como un marcado por los Tenryubito podía tener.
Pero las indicaciones nunca llegaron, no en la forma que él pensaba. Lejos de señalarle a dónde ir para llegar hasta el dojo, la chica en su lugar decidió guiarlo en persona al lugar del que tanto hablaba. ¡Un giro curioso! Y no le desagradaba, siempre que a ella no le molestara. — ¡No, no! Estaría más que encantado de seguirte hasta el dojo, me ayudaría mucho a evitar perderme de camino. — Respondió, dibujando una sonrisa en su rostro. — De hecho, me estás haciendo un favor gigantesco con esto, así que si puedo pagártelo de alguna manera después, házmelo saber y haré lo que pueda. — Ofreció de vuelta, un intento genuino por compensar la ayuda que le prestaba. Admitía que podría llegar mucho mas rápido si estirara las alas y echara a volar, pero ¿la verdad? Siempre le había gustado mucho más tener compañía para el camino, alguien con quien intercambiar palabras. ¡Y quizá podría aprender más del Santoryu de camino!
La siguió. Parecía que se dirigían a... ¿una de las montañas? En el camino, su mirada absorbió las vistas de una nueva cultura, completamente diferente a lo que había experimentado antes. Amplios pastizales, vidas pacíficas, un estilo extremadamente rústico para vivir... Pero que claramente encontraría mucha mas felicidad que cualquier persona en una gran ciudad, en la que todos los días pasaba algo nuevo y no precisamente bueno. Ignorantes del caos que podía cundir a su alrededor, esa era una vida plena y pacífica hasta el último día cuando su fallecimiento reclamara lo que quedara de su esencia.
— Dime, ¿los rumores del Santoryu son ciertos? — Rompió el silencio que los acompañó por algunos minutos; era una persona hiperactiva, y como tal le costaba mantener la boca cerrada siempre que la situación no ameritara discreción absoluta. Mas importante: Quería aprovechar la oportunidad de recorrer el camino hasta el Dojo para conocer más de lo que él deseaba fuera su futuro estilo.
— He escuchado muchas cosas al respecto, y aunque admito que no soy muy inclinado a... acabar con vidas, mi curiosidad me hace querer descubrir si alguna vez han entrenado gente capaz de hacer las ridiculeces que se susurran de voz a voz. "Ridiculeces" intencionado de la mejor forma posible, claro; es un poco difícil tragarse que alguien pueda partir una montaña con una espada, por bueno que sea. — Sus dudas eran genuinas, y aunque no pretendía retroceder por ninguna circunstancia, las cosas que había escuchado se sentían dilatadas y sobredimensionadas hasta el punto de haber nacido en el mundo mental de un pequeño con un exceso de imaginación. ¡En uno decían que un espadachin del Santoryu le había prendido fuego a su oponente solo con la fricción de su espada! — Descuida, mi decisión es final sin importar la respuesta que sea. Sea o no una exageración, estoy en esto hasta el final. Pero me gustaría tener una clara idea de qué esperar al final de mi entrenamiento, más si lo doy todo en el proceso. —
— ¡Eso, Santoryu! Lo siento, mi memoria no suele ser mi punto fuerte y acabo olvidando nombres que no me repito constantemente. Por suerte, hasta ahora no ha pasado con nada demasiado importante. — Comentó en tono de broma, dejando que una carcajada corta se escapara de entre sus labios. Era un chico de psicología ligera, que no se dejaba llevar por detalles menores como ese. Verle con pena dibujada en su rostro era en extremo difícil, y triste todavía más: había que cumplir muchas pruebas y tribulaciones antes de llevarlo hasta ese punto.
— ¡AH! ¿Eres una estudiante allá? ¡Entonces perfecto! Te agradecería mil veces si pudieras mostrarme el camino, y cuatro veces más si después pudieras decirme de cualquier sitio que conozcas por los alrededores del Dojo que haga de posada. — Con eso ya había dicho un dato importante sobre sí mismo, al menos en la particular situación: No era de acá. Realmente, su extenso tiempo como esclavo prófugo le categorizaba como "pertenecer a ninguna parte". Hacía cuanto podía para sobrevivir, rascando dinero de donde pudiera para vivir el día a día, y viajando por el East Blue en busca de las personas que le entregaron la oportunidad de una vida normal. Bueno... Al menos tan normal como un marcado por los Tenryubito podía tener.
Pero las indicaciones nunca llegaron, no en la forma que él pensaba. Lejos de señalarle a dónde ir para llegar hasta el dojo, la chica en su lugar decidió guiarlo en persona al lugar del que tanto hablaba. ¡Un giro curioso! Y no le desagradaba, siempre que a ella no le molestara. — ¡No, no! Estaría más que encantado de seguirte hasta el dojo, me ayudaría mucho a evitar perderme de camino. — Respondió, dibujando una sonrisa en su rostro. — De hecho, me estás haciendo un favor gigantesco con esto, así que si puedo pagártelo de alguna manera después, házmelo saber y haré lo que pueda. — Ofreció de vuelta, un intento genuino por compensar la ayuda que le prestaba. Admitía que podría llegar mucho mas rápido si estirara las alas y echara a volar, pero ¿la verdad? Siempre le había gustado mucho más tener compañía para el camino, alguien con quien intercambiar palabras. ¡Y quizá podría aprender más del Santoryu de camino!
La siguió. Parecía que se dirigían a... ¿una de las montañas? En el camino, su mirada absorbió las vistas de una nueva cultura, completamente diferente a lo que había experimentado antes. Amplios pastizales, vidas pacíficas, un estilo extremadamente rústico para vivir... Pero que claramente encontraría mucha mas felicidad que cualquier persona en una gran ciudad, en la que todos los días pasaba algo nuevo y no precisamente bueno. Ignorantes del caos que podía cundir a su alrededor, esa era una vida plena y pacífica hasta el último día cuando su fallecimiento reclamara lo que quedara de su esencia.
— Dime, ¿los rumores del Santoryu son ciertos? — Rompió el silencio que los acompañó por algunos minutos; era una persona hiperactiva, y como tal le costaba mantener la boca cerrada siempre que la situación no ameritara discreción absoluta. Mas importante: Quería aprovechar la oportunidad de recorrer el camino hasta el Dojo para conocer más de lo que él deseaba fuera su futuro estilo.
— He escuchado muchas cosas al respecto, y aunque admito que no soy muy inclinado a... acabar con vidas, mi curiosidad me hace querer descubrir si alguna vez han entrenado gente capaz de hacer las ridiculeces que se susurran de voz a voz. "Ridiculeces" intencionado de la mejor forma posible, claro; es un poco difícil tragarse que alguien pueda partir una montaña con una espada, por bueno que sea. — Sus dudas eran genuinas, y aunque no pretendía retroceder por ninguna circunstancia, las cosas que había escuchado se sentían dilatadas y sobredimensionadas hasta el punto de haber nacido en el mundo mental de un pequeño con un exceso de imaginación. ¡En uno decían que un espadachin del Santoryu le había prendido fuego a su oponente solo con la fricción de su espada! — Descuida, mi decisión es final sin importar la respuesta que sea. Sea o no una exageración, estoy en esto hasta el final. Pero me gustaría tener una clara idea de qué esperar al final de mi entrenamiento, más si lo doy todo en el proceso. —