Ragnheidr Grosdttir
Stormbreaker
05-10-2024, 06:26 AM
Ragnheidr entró al gimnasio al aire libre acompañado de Airgid, con una mezcla de emociones que lo hacían sentir fuera de lugar. La mañana seguía calurosa, y mientras caminaban hacia la recepción, se dio cuenta de que su mente divagaba, atrapada en el recuerdo del sueño que había tenido la noche anterior. En ese sueño, Nosha, la diosa de la muerte a la que tanto veneraba, le había mostrado a una mujer, una figura enigmática y poderosa que lo inquietaba profundamente. Aunque el rostro en el sueño era difuso, había algo en Airgid que lo perturbaba, una sensación de conexión, como si ella pudiera ser la mujer que había visto, esa presencia que desafiaba su idea del destino. ¿Era eso posible? Al pensar en esto, sintió un extraño hormigueo en la piel y evitó el contacto visual con la rubia. ¿Podría ser que su mente le estuviera jugando una mala pasada, o era más que eso? Algo en su ser le decía que ella representaba más de lo que parecía. No era solo su poder o su fiereza lo que lo atraía. Sentía algo más profundo, una afinidad casi espiritual, aunque luchaba por ponerle nombre a lo que realmente significaba.
Ragn, siendo un hombre de cinco metros, extremadamente musculoso y de cabellos dorados que brillaban bajo el sol, era una figura imponente incluso para un gimnasio al aire libre como aquel. Mientras ella pagaba la entrada, él permaneció a su lado, contemplando en silencio la escena. En su interior, sin embargo, algo seguía torciéndose, la incomodidad de sentir que ella podría ser la clave de algo mucho mayor. Cuando finalmente cruzaron hacia la zona de entrenamiento, notó que las miradas de los pocos presentes no podían apartarse de ellos. Él, un gigante de músculos descomunales, y ella más de lo mismo, por que lo cierto es que destacaba mucho al igual que el, llamaban la atención como si fueran de otro mundo. Pero a Ragn no le importaban los observadores, su enfoque estaba en otra cosa. Al ver las máquinas y las pesas, su rostro se endureció. Estaba acostumbrado a lidiar con fuerzas que iban mucho más allá de lo que cualquier humano promedio podría imaginar. Para él, levantar una máquina completa tenía más sentido que concentrarse en pequeños detalles como los discos que estaban dispuestos para los demás.
Airgid, por su parte, ya había comenzado a familiarizarse con las pesas del lugar. Ragn la observó de reojo mientras ella levantaba sin esfuerzo un peso de cien kilos. Para él, esos pesos eran casi insignificantes. No lo decía con arrogancia, simplemente su fuerza natural lo llevaba a ese punto. Mientras ella comentaba con una sonrisa que no estaba mal para calentar, él se acercó a las pesas más grandes, las examinó con desdén y luego las apiló casi como si fueran juguetes. Levantó varias de un solo movimiento, cargándolas sobre sus hombros como si fueran plumas. — No haberrr sufissiente aquí... — Murmuró en voz baja, dirigiendo una mirada rápida a Airgid, de nuevo evitando sostenerla por demasiado tiempo. Sabía que ella podía notar su incomodidad, pero aún no estaba listo para compartir lo que pasaba por su mente. Decidió enfocarse en el entrenamiento. Aunque las pesas del gimnasio eran demasiado ligeras para él, buscó aprovecharlas de otra manera. Usando su gran fuerza, ideó formas de incrementar la dificultad, levantaba múltiples pesas a la vez, combinándolas con movimientos rápidos que hacían que sus músculos se tensaran bajo el esfuerzo. Pero no podía evitar, de vez en cuando, lanzar una mirada fugaz a Airgid, preguntándose si ella también sentía esa conexión extraña, ese vínculo que iba más allá de lo que podían entender o poner en palabras. Sin embargo, en ese momento, era más fácil para Ragn dejar que su cuerpo hiciera lo que mejor sabía hacer, entrenar, empujar los límites de su fuerza, y olvidar, al menos por un rato, las preguntas que retumbaban en su mente.
En el gimnasio al aire libre, donde Ragnheidr y Airgid entrenaban, no había demasiada gente, pero entre los pocos presentes, destacaba un joven de unos veintitantos años que observaba la escena con una mezcla de curiosidad y desdén. Era un tipo de estatura media, alrededor de 1.75 metros, de complexión atlética y musculatura bien trabajada, aunque no descomunal. Su cabello oscuro estaba cortado en un estilo moderno, y su rostro mostraba confianza, casi arrogancia. Llevaba una camiseta ajustada que resaltaba sus músculos y unos pantalones cortos de deporte, claramente orgulloso de su físico. Se notaba que era habitual del gimnasio y que, probablemente, estaba acostumbrado a ser uno de los más fuertes allí... hasta que llegó Ragn. El contraste entre ambos era abrumador. El chico miraba con incredulidad cómo el gigante rubio levantaba las pesas como si fueran de juguete. Se sentía ligeramente ofendido, como si la presencia de Ragn desafiara su dominio en ese pequeño rincón del mundo. Decidió acercarse, con una sonrisa que pretendía ser relajada pero que escondía cierta competitividad. — Ey, grandullón. — Dijo, alzando la voz para llamar la atención de Ragnheidr, quien estaba apilando varias pesas al mismo tiempo. — ¿Te crees que por ser grande puedes monopolizar todo el equipo? Algunos de nosotros también necesitamos entrenar. — Se reía. El tono del chico era una mezcla entre broma y desafío, como si buscara picar al gigante de alguna manera. Se cruzó de brazos, destacando sus propios músculos mientras observaba a Ragn, esperando una respuesta.
Ragnheidr, sin embargo, apenas le dirigió una mirada. Desde su perspectiva, el joven era insignificante, no solo en términos de tamaño, sino también en cuanto a presencia. Para alguien como Ragn, acostumbrado a manejar fuerzas colosales y a entrenar con pesos que sobrepasaban por mucho lo que ese chico podría imaginar, las palabras del joven apenas lograban registrarse en su mente. Ni siquiera era una cuestión de arrogancia, era simplemente que el comentario le parecía irrelevante. — Seguirrr usando. — Comentó Ragn en un tono profundo, sin molestarse en detener su entrenamiento o dar más explicaciones. Para él, el chico era como una molestia pasajera, algo que no requería más que una mínima respuesta. El joven, irritado por la falta de atención, dio un paso hacia adelante, intentando imponer su presencia. — Escucha, no estoy pidiendo mucho. Solo quiero un poco de espacio para entrenar. No sé si en tu pueblo es normal acaparar todo, pero aquí compartimos las cosas. — Aunque el tono del chico se mantenía relajado, sus palabras empezaban a adquirir un tinte más desafiante. Ragn, sin detenerse en su rutina, simplemente lo ignoró. El tamaño y la fuerza del chico no le resultaban una amenaza ni un obstáculo. De hecho, al no prestarle verdadera atención, trataba al joven como si fuera poco más que una hormiga, alguien cuya existencia no afectaba su día a día. Era como si, para Ragn, el chico ni siquiera estuviera en la misma liga, no había ni competitividad ni maldad en su actitud, solo una indiferencia total hacia alguien que consideraba irrelevante en el gran esquema de las cosas.
El chico, frustrado por no recibir la reacción que esperaba, apretó los dientes y se dio media vuelta, murmurando algo entre dientes. Quizás no era buena idea enfrentarse a alguien que medía cinco metros y cuyo cuerpo era prácticamente una montaña de músculo. Aunque él mismo se consideraba fuerte, ahora era consciente de que estaba jugando en una liga completamente diferente.
Ragn, siendo un hombre de cinco metros, extremadamente musculoso y de cabellos dorados que brillaban bajo el sol, era una figura imponente incluso para un gimnasio al aire libre como aquel. Mientras ella pagaba la entrada, él permaneció a su lado, contemplando en silencio la escena. En su interior, sin embargo, algo seguía torciéndose, la incomodidad de sentir que ella podría ser la clave de algo mucho mayor. Cuando finalmente cruzaron hacia la zona de entrenamiento, notó que las miradas de los pocos presentes no podían apartarse de ellos. Él, un gigante de músculos descomunales, y ella más de lo mismo, por que lo cierto es que destacaba mucho al igual que el, llamaban la atención como si fueran de otro mundo. Pero a Ragn no le importaban los observadores, su enfoque estaba en otra cosa. Al ver las máquinas y las pesas, su rostro se endureció. Estaba acostumbrado a lidiar con fuerzas que iban mucho más allá de lo que cualquier humano promedio podría imaginar. Para él, levantar una máquina completa tenía más sentido que concentrarse en pequeños detalles como los discos que estaban dispuestos para los demás.
Airgid, por su parte, ya había comenzado a familiarizarse con las pesas del lugar. Ragn la observó de reojo mientras ella levantaba sin esfuerzo un peso de cien kilos. Para él, esos pesos eran casi insignificantes. No lo decía con arrogancia, simplemente su fuerza natural lo llevaba a ese punto. Mientras ella comentaba con una sonrisa que no estaba mal para calentar, él se acercó a las pesas más grandes, las examinó con desdén y luego las apiló casi como si fueran juguetes. Levantó varias de un solo movimiento, cargándolas sobre sus hombros como si fueran plumas. — No haberrr sufissiente aquí... — Murmuró en voz baja, dirigiendo una mirada rápida a Airgid, de nuevo evitando sostenerla por demasiado tiempo. Sabía que ella podía notar su incomodidad, pero aún no estaba listo para compartir lo que pasaba por su mente. Decidió enfocarse en el entrenamiento. Aunque las pesas del gimnasio eran demasiado ligeras para él, buscó aprovecharlas de otra manera. Usando su gran fuerza, ideó formas de incrementar la dificultad, levantaba múltiples pesas a la vez, combinándolas con movimientos rápidos que hacían que sus músculos se tensaran bajo el esfuerzo. Pero no podía evitar, de vez en cuando, lanzar una mirada fugaz a Airgid, preguntándose si ella también sentía esa conexión extraña, ese vínculo que iba más allá de lo que podían entender o poner en palabras. Sin embargo, en ese momento, era más fácil para Ragn dejar que su cuerpo hiciera lo que mejor sabía hacer, entrenar, empujar los límites de su fuerza, y olvidar, al menos por un rato, las preguntas que retumbaban en su mente.
En el gimnasio al aire libre, donde Ragnheidr y Airgid entrenaban, no había demasiada gente, pero entre los pocos presentes, destacaba un joven de unos veintitantos años que observaba la escena con una mezcla de curiosidad y desdén. Era un tipo de estatura media, alrededor de 1.75 metros, de complexión atlética y musculatura bien trabajada, aunque no descomunal. Su cabello oscuro estaba cortado en un estilo moderno, y su rostro mostraba confianza, casi arrogancia. Llevaba una camiseta ajustada que resaltaba sus músculos y unos pantalones cortos de deporte, claramente orgulloso de su físico. Se notaba que era habitual del gimnasio y que, probablemente, estaba acostumbrado a ser uno de los más fuertes allí... hasta que llegó Ragn. El contraste entre ambos era abrumador. El chico miraba con incredulidad cómo el gigante rubio levantaba las pesas como si fueran de juguete. Se sentía ligeramente ofendido, como si la presencia de Ragn desafiara su dominio en ese pequeño rincón del mundo. Decidió acercarse, con una sonrisa que pretendía ser relajada pero que escondía cierta competitividad. — Ey, grandullón. — Dijo, alzando la voz para llamar la atención de Ragnheidr, quien estaba apilando varias pesas al mismo tiempo. — ¿Te crees que por ser grande puedes monopolizar todo el equipo? Algunos de nosotros también necesitamos entrenar. — Se reía. El tono del chico era una mezcla entre broma y desafío, como si buscara picar al gigante de alguna manera. Se cruzó de brazos, destacando sus propios músculos mientras observaba a Ragn, esperando una respuesta.
Ragnheidr, sin embargo, apenas le dirigió una mirada. Desde su perspectiva, el joven era insignificante, no solo en términos de tamaño, sino también en cuanto a presencia. Para alguien como Ragn, acostumbrado a manejar fuerzas colosales y a entrenar con pesos que sobrepasaban por mucho lo que ese chico podría imaginar, las palabras del joven apenas lograban registrarse en su mente. Ni siquiera era una cuestión de arrogancia, era simplemente que el comentario le parecía irrelevante. — Seguirrr usando. — Comentó Ragn en un tono profundo, sin molestarse en detener su entrenamiento o dar más explicaciones. Para él, el chico era como una molestia pasajera, algo que no requería más que una mínima respuesta. El joven, irritado por la falta de atención, dio un paso hacia adelante, intentando imponer su presencia. — Escucha, no estoy pidiendo mucho. Solo quiero un poco de espacio para entrenar. No sé si en tu pueblo es normal acaparar todo, pero aquí compartimos las cosas. — Aunque el tono del chico se mantenía relajado, sus palabras empezaban a adquirir un tinte más desafiante. Ragn, sin detenerse en su rutina, simplemente lo ignoró. El tamaño y la fuerza del chico no le resultaban una amenaza ni un obstáculo. De hecho, al no prestarle verdadera atención, trataba al joven como si fuera poco más que una hormiga, alguien cuya existencia no afectaba su día a día. Era como si, para Ragn, el chico ni siquiera estuviera en la misma liga, no había ni competitividad ni maldad en su actitud, solo una indiferencia total hacia alguien que consideraba irrelevante en el gran esquema de las cosas.
El chico, frustrado por no recibir la reacción que esperaba, apretó los dientes y se dio media vuelta, murmurando algo entre dientes. Quizás no era buena idea enfrentarse a alguien que medía cinco metros y cuyo cuerpo era prácticamente una montaña de músculo. Aunque él mismo se consideraba fuerte, ahora era consciente de que estaba jugando en una liga completamente diferente.