Ragnheidr Grosdttir
Stormbreaker
05-10-2024, 09:54 AM
Ragn observó a Sijuh con una calma que contrastaba con la tempestad que se veía a punto de desatarse en el cuerpo de su hermana. Su mirada recorrió los movimientos calculados de ella, desde cómo se estiraba hasta la forma en que envolvía su espadón en el manto oscuro del Haki. Cualquier otro hubiera sentido un escalofrío ante la imponente presencia de Sijuh, pero él, sentado en el tronco, apenas mostró una reacción. Ni siquiera se molestó en levantarse. No había rabia en sus ojos, solo la misma distancia que siempre había mantenido con su familia. Los recuerdos de su infancia junto a sus hermanos y la naturaleza inestable de todos ellos pasaron fugazmente por su mente. Él había aprendido a vivir con esa volátil mezcla de orgullo y agresividad. Sabía que cualquier provocación, por pequeña que fuera, era suficiente para hacer estallar la violencia en su hogar. Su indiferencia hacia ellos había sido su refugio. Y ahora, más que nunca, no sentía necesidad de cambiar eso.
Con un gesto deliberado, dejó su espada, clavada en la tierra a su lado, ignorando la tensión palpable en el aire. Mientras Sijuh parecía preparada para el combate, él, sin ningún apuro, la miró de forma fija, pero con un desdén silencioso. En noruego, con una voz seca y carente de emociones. —Jeg skal ikke slåss mot deg, Sijuh. Ikke i dag, ikke noensinne. — Se le veía claramente distante. No fue un desafío, ni una súplica, sino una afirmación que cargaba toda la indiferencia que Ragn sentía. El resentimiento hacia sus hermanos, hacia esa necesidad constante de demostrar superioridad que en el fondo tanto compartía, siempre le había resultado agotador. La relación con su familia había sido tan distante como la niebla en una noche fría, siempre alrededor, pero sin tocarlo realmente. — Hvis dette er siste gang jeg ser deg, så får det være slik. — Añadió, levantándose del tronco finalmente, pero solo para tomar sus cosas y prepararse para marcharse. Su tono era final, sin espacio para preguntas o respuestas. No había odio, solo una aceptación tranquila de que, quizás, este sería el último encuentro con su hermana. Y para Ragn, eso no significaba mucho. Sin siquiera voltear a ver a Sijuh de nuevo, comenzó a caminar, con la misma calma con la que había enfrentado todo lo demás en su vida. Si ese era el fin, entonces lo aceptaba sin más.
Mientras Ragn comenzaba a alejarse, un pensamiento incómodo se le clavó en el pecho, un peso que no podía ignorar tan fácilmente. Sabía que probablemente no vería a Sijuh de nuevo, y por primera vez en años, sintió algo cercano al arrepentimiento. No por la pelea que acababa de evitar, sino por lo que había dejado sin decir. Había tantas cosas que quería contarle, aunque le resultara difícil admitirlo. Durante los últimos meses, algo había cambiado en él. Después de tantos años de vagar sin rumbo, de enfrentarse a enemigos y hermanos con la misma fría indiferencia, había encontrado algo que le devolvió una chispa de propósito. La revolución. Aquel viejo, cuya pasión por la causa había encendido en Ragn una nueva curiosidad, le había hablado de una organización que podría cambiar el mundo. De justicia, de liberar a los oprimidos. Palabras que al principio le parecieron huecas, pero que poco a poco habían encontrado eco en su interior.
La ironía le arrancó una sonrisa amarga. Su hermana, la feroz e indomable Sijuh, ya estaba dentro de esa revolución, formando parte de algo más grande que ellos dos, algo más grande que su violenta familia. Y él, que ahora estaba dispuesto a probar su suerte dentro de esa misma causa, no había sido capaz de decírselo. Tal vez porque no quería que ella lo viera como el mismo muchacho perdido de antes. O quizás porque, en el fondo, sabía que compartir algo tan personal con ella sería un signo de vulnerabilidad que no se permitiría. Pero había querido hacerlo. Por primera vez en mucho tiempo, Ragn deseó que su hermana viera el cambio en él, que supiera que no todo se trataba de fuerza o de quién era más talentoso con la espada. Que había algo más que estaba buscando, algo más profundo que el poder o la violencia. Y, aunque le costaba admitirlo, había algo de esa vieja relación con Sijuh que tal vez no estaba dispuesto a dejar ir por completo. Aún le quedaba un atisbo de lazos familiares, por más desgastados que estuvieran.
Con un gesto deliberado, dejó su espada, clavada en la tierra a su lado, ignorando la tensión palpable en el aire. Mientras Sijuh parecía preparada para el combate, él, sin ningún apuro, la miró de forma fija, pero con un desdén silencioso. En noruego, con una voz seca y carente de emociones. —Jeg skal ikke slåss mot deg, Sijuh. Ikke i dag, ikke noensinne. — Se le veía claramente distante. No fue un desafío, ni una súplica, sino una afirmación que cargaba toda la indiferencia que Ragn sentía. El resentimiento hacia sus hermanos, hacia esa necesidad constante de demostrar superioridad que en el fondo tanto compartía, siempre le había resultado agotador. La relación con su familia había sido tan distante como la niebla en una noche fría, siempre alrededor, pero sin tocarlo realmente. — Hvis dette er siste gang jeg ser deg, så får det være slik. — Añadió, levantándose del tronco finalmente, pero solo para tomar sus cosas y prepararse para marcharse. Su tono era final, sin espacio para preguntas o respuestas. No había odio, solo una aceptación tranquila de que, quizás, este sería el último encuentro con su hermana. Y para Ragn, eso no significaba mucho. Sin siquiera voltear a ver a Sijuh de nuevo, comenzó a caminar, con la misma calma con la que había enfrentado todo lo demás en su vida. Si ese era el fin, entonces lo aceptaba sin más.
Mientras Ragn comenzaba a alejarse, un pensamiento incómodo se le clavó en el pecho, un peso que no podía ignorar tan fácilmente. Sabía que probablemente no vería a Sijuh de nuevo, y por primera vez en años, sintió algo cercano al arrepentimiento. No por la pelea que acababa de evitar, sino por lo que había dejado sin decir. Había tantas cosas que quería contarle, aunque le resultara difícil admitirlo. Durante los últimos meses, algo había cambiado en él. Después de tantos años de vagar sin rumbo, de enfrentarse a enemigos y hermanos con la misma fría indiferencia, había encontrado algo que le devolvió una chispa de propósito. La revolución. Aquel viejo, cuya pasión por la causa había encendido en Ragn una nueva curiosidad, le había hablado de una organización que podría cambiar el mundo. De justicia, de liberar a los oprimidos. Palabras que al principio le parecieron huecas, pero que poco a poco habían encontrado eco en su interior.
La ironía le arrancó una sonrisa amarga. Su hermana, la feroz e indomable Sijuh, ya estaba dentro de esa revolución, formando parte de algo más grande que ellos dos, algo más grande que su violenta familia. Y él, que ahora estaba dispuesto a probar su suerte dentro de esa misma causa, no había sido capaz de decírselo. Tal vez porque no quería que ella lo viera como el mismo muchacho perdido de antes. O quizás porque, en el fondo, sabía que compartir algo tan personal con ella sería un signo de vulnerabilidad que no se permitiría. Pero había querido hacerlo. Por primera vez en mucho tiempo, Ragn deseó que su hermana viera el cambio en él, que supiera que no todo se trataba de fuerza o de quién era más talentoso con la espada. Que había algo más que estaba buscando, algo más profundo que el poder o la violencia. Y, aunque le costaba admitirlo, había algo de esa vieja relación con Sijuh que tal vez no estaba dispuesto a dejar ir por completo. Aún le quedaba un atisbo de lazos familiares, por más desgastados que estuvieran.