Airgid Vanaidiam
Metalhead
05-10-2024, 12:29 PM
La sonrisa en el rostro de Airgid fue enorme cuando escuchó la conclusión de Karina, aceptando finalmente unir sus fuerzas con ellos. — ¡De puta madre! — Exclamó, sin importarle mucho las palabrotas que soltaba. Incluso, dejándose llevar por la emoción de una misión cumplida, le dio un golpecito en el hombro al hombre que se encontraba a la derecha de Karina, en un gesto de complicidad, dándole igual si era correspondido o no. Asradi dejó caer una idea sobre cómo gestionar la cuestión de la central, aunque la verdad es que Airgid prefería no meterse en esos temas de los que no controlaba tanto. Sus campos eran la carisma y la destrucción, no la organización, eso se lo dejaba a otros.
Entonces, de repente, una explosión en dirección al pueblo. Un enorme estruendo seguido por un olor... — ¡Joder! — Gritó al notar cómo ese aroma a profundo pescado podrido le entraba por la nariz. Dios mio, mira que a ella le gustaba el pescado, pero nunca había olido nada tan asqueroso, tan horrible. Se tapó la nariz, pero aún así seguía oliéndolo, ¿cómo podía ser eso posible? Aunque la explosión provenía de la ubicación del grupo C... ¿estaría todo saliendo acorde al plan? ¿Habría pasado algo? Sea como fuera, su grupo tenía otra misión que llevar a cabo ahora, una bastante esencial.
Asradi se adelantó, buscando la corriendo del río antes de que el grupo A derrumbara el embalse, dejando a Ragnheidr y a Airgid juntos. El plan era crear algún obstáculo lo suficientemente fuerte como para desviar la corriente, usarla para bloquear la ciudad del castillo, dejando así este segundo sin fuerzas que lo defiendan. Los tres contaban con fuerza y buenas habilidades para llevar la misión a buen puerto, al menos sobre el papel... Airgid se encontraba ligeramente inquieta, aún no había aprendido a manejar sus nuevos poderes todo lo bien que le gustaría, aún se sentía una novata, como si existiera un potencial que no estaba siendo capaz de sacar a la luz. No sabía si sería capaz de hacer algo lo suficientemente grande o fuerte como para ayudar a cambiar la corriente, y eso la ponía nerviosa, mordiéndose la lengua mientras se adentraba con Ragnheidr en el puerto. La gente se movía de un lado para otro, algunos porque se unían a la guerra junto a Karina, y otros simplemente buscaban un refugio en el que pasar desapercibidos. Entre todo el caos, Ragnheidr frenó frente a un anciano que encontró, solitario. Parecía tener una afinidad especial con los ancianos, el vikingo. La rubia simplemente se quedó mirándoles, observando el acercamiento, cómo finalmente ese viejecito se subía sobre el enorme cuerpo del nórdico y cómo este reanudaba la marcha usando el bastón del anciano como guía. ¿Qué estaba tramando? La mujer se olvidó por un momento de sus preocupaciones, con una sonrisa en la cara. Ragnheidr era un hombre tan... único. Incluso con aquella apariencia tan aterradora, era capaz de estrechar lazos rápidamente con casi cualquier persona, que enseguida se daban cuenta de que no era una mala persona, de que tenía un gran corazón. Era un poder especial, el de Ragn.
Continuaron corriendo, o bueno, en el caso de Airgid, saltando muy rápidamente siguiendo las indicaciones del hombre. Continuaban pasando por el puerto, por puestos y por casas, así que Airgid tuvo una idea. Seguramente iba a necesitar de mucho metal para llevar a cabo tal bloqueo, no serviría lo que llevaba encima. Así que extendió ambos brazos, uno a cada lado, y se concentró en el magnetismo a su alrededor. Convirtiéndose a sí misma en un imán, fue arrancando trozos de metal por las calles que pasaban, atrayéndolas hacia ella. Levitando alrededor de su cuerpo, sus manos y sus brazos sobre todo, acabó reuniendo un buen montón de metal que se unía a lo que ya llevaba encima. Aunque esto último esperaba no tener que usarlo en ese momento, prefería quedárselo para más adelante. Su cuerpo desprendía pequeños rayos de color amarillo que brillaban a su alrededor, incluso su cabello se erizó suavemente hacia arriba, cargado de electricidad. No pudo evitar sonreír al notar esa carga, esa sensación magnética, era adictiva.
Iba por detrás del rubio, y en una de estas el tío tiró una caja llena de fruta que rodó por el suelo y que alertaron a la mujer rápidamente. — ¡HOSTIA PUTA! — Gritó antes de dar un salto, lo más alto que pudo, para esquivar esas dichosas y asquerosas frutas. Gracias a dios, fue más que suficiente para no tener que pisar ninguna de ellas. Igualmente, si no se trataba de contacto directo con la piel no le habría pasado nada, pero Airgid les había tomado ya una manía indescriptible. Resopló con alivio al ver que ya había pasado el peligro, cómo no había perdido la concentración y seguía manteniendo su montón de metal con ella, intacto, y cómo cada vez se acercaban más al agua.
Llegaron entonces al pequeño desvío que el anciano les había señalado, parecía un lugar perfecto para construir algo, algo que funcionase como bloqueo para redirigir el agua. Ragnheidr dejó bajar al ancianito de su hombro, y éste les dio las gracias, dejando sobre ellos la pesada carga de transformarse en "héroes". La mujer le sonrió. — ¡Gracias, abuelo! ¡Ten cuidadito de vuelta! — Era tan graciosete, andando con su bastoncito. Ragnheidr empezó a talar árboles y a usar los troncos para darle forma al bloqueo. Llegaba el momento de la verdad. Con todo el metal reunido alrededor de su cuerpo, Airgid se acercó al desvío. Lo reunió todo en un mismo punto, levitando frente a ella, y comenzo a tratar de darle forma. No era nada complejo ni demasiado elaborado, simplemente planchas de metal que poder colocar frente a la madera para ayudar a que el agua se redirigiera hacia el lugar adecuado. En ese momento, sonó su den den mushi de nuevo. Manteniendo la concentración en las tablas de metal, descolgó el caracol y volvió a escuchar la voz de Tofun, indicándole que el embalse estaba a punto de reventar. — ¡DADLE CAÑA! ¡Estamos preparados! — Gritó ella antes de colgar de nuevo. Se le dibujó una sonrisa y terminó de colocar el metal en su sitio. Las tablas no eran demasiado gruesas, pero sí eran largas como para poder abarcar la zona. Junto con la madera reunida por Ragn y el poder acuático de Asradi... solo quedaba desear que fuera suficiente. — ¡Ragn, ya viene el agua! — Avisó a su compañero a gritos. Esperaba que Asradi no se encontrara lo suficientemente lejos, no sabía exactamente donde estaba, pero Airgid confiaba en sus habilidades, confiaba en que sería de las más útiles en aquella ocasión, así que decidió no preocuparse por ella. Sabía lo que se hacía.
Entonces, de repente, una explosión en dirección al pueblo. Un enorme estruendo seguido por un olor... — ¡Joder! — Gritó al notar cómo ese aroma a profundo pescado podrido le entraba por la nariz. Dios mio, mira que a ella le gustaba el pescado, pero nunca había olido nada tan asqueroso, tan horrible. Se tapó la nariz, pero aún así seguía oliéndolo, ¿cómo podía ser eso posible? Aunque la explosión provenía de la ubicación del grupo C... ¿estaría todo saliendo acorde al plan? ¿Habría pasado algo? Sea como fuera, su grupo tenía otra misión que llevar a cabo ahora, una bastante esencial.
Asradi se adelantó, buscando la corriendo del río antes de que el grupo A derrumbara el embalse, dejando a Ragnheidr y a Airgid juntos. El plan era crear algún obstáculo lo suficientemente fuerte como para desviar la corriente, usarla para bloquear la ciudad del castillo, dejando así este segundo sin fuerzas que lo defiendan. Los tres contaban con fuerza y buenas habilidades para llevar la misión a buen puerto, al menos sobre el papel... Airgid se encontraba ligeramente inquieta, aún no había aprendido a manejar sus nuevos poderes todo lo bien que le gustaría, aún se sentía una novata, como si existiera un potencial que no estaba siendo capaz de sacar a la luz. No sabía si sería capaz de hacer algo lo suficientemente grande o fuerte como para ayudar a cambiar la corriente, y eso la ponía nerviosa, mordiéndose la lengua mientras se adentraba con Ragnheidr en el puerto. La gente se movía de un lado para otro, algunos porque se unían a la guerra junto a Karina, y otros simplemente buscaban un refugio en el que pasar desapercibidos. Entre todo el caos, Ragnheidr frenó frente a un anciano que encontró, solitario. Parecía tener una afinidad especial con los ancianos, el vikingo. La rubia simplemente se quedó mirándoles, observando el acercamiento, cómo finalmente ese viejecito se subía sobre el enorme cuerpo del nórdico y cómo este reanudaba la marcha usando el bastón del anciano como guía. ¿Qué estaba tramando? La mujer se olvidó por un momento de sus preocupaciones, con una sonrisa en la cara. Ragnheidr era un hombre tan... único. Incluso con aquella apariencia tan aterradora, era capaz de estrechar lazos rápidamente con casi cualquier persona, que enseguida se daban cuenta de que no era una mala persona, de que tenía un gran corazón. Era un poder especial, el de Ragn.
Continuaron corriendo, o bueno, en el caso de Airgid, saltando muy rápidamente siguiendo las indicaciones del hombre. Continuaban pasando por el puerto, por puestos y por casas, así que Airgid tuvo una idea. Seguramente iba a necesitar de mucho metal para llevar a cabo tal bloqueo, no serviría lo que llevaba encima. Así que extendió ambos brazos, uno a cada lado, y se concentró en el magnetismo a su alrededor. Convirtiéndose a sí misma en un imán, fue arrancando trozos de metal por las calles que pasaban, atrayéndolas hacia ella. Levitando alrededor de su cuerpo, sus manos y sus brazos sobre todo, acabó reuniendo un buen montón de metal que se unía a lo que ya llevaba encima. Aunque esto último esperaba no tener que usarlo en ese momento, prefería quedárselo para más adelante. Su cuerpo desprendía pequeños rayos de color amarillo que brillaban a su alrededor, incluso su cabello se erizó suavemente hacia arriba, cargado de electricidad. No pudo evitar sonreír al notar esa carga, esa sensación magnética, era adictiva.
Iba por detrás del rubio, y en una de estas el tío tiró una caja llena de fruta que rodó por el suelo y que alertaron a la mujer rápidamente. — ¡HOSTIA PUTA! — Gritó antes de dar un salto, lo más alto que pudo, para esquivar esas dichosas y asquerosas frutas. Gracias a dios, fue más que suficiente para no tener que pisar ninguna de ellas. Igualmente, si no se trataba de contacto directo con la piel no le habría pasado nada, pero Airgid les había tomado ya una manía indescriptible. Resopló con alivio al ver que ya había pasado el peligro, cómo no había perdido la concentración y seguía manteniendo su montón de metal con ella, intacto, y cómo cada vez se acercaban más al agua.
Llegaron entonces al pequeño desvío que el anciano les había señalado, parecía un lugar perfecto para construir algo, algo que funcionase como bloqueo para redirigir el agua. Ragnheidr dejó bajar al ancianito de su hombro, y éste les dio las gracias, dejando sobre ellos la pesada carga de transformarse en "héroes". La mujer le sonrió. — ¡Gracias, abuelo! ¡Ten cuidadito de vuelta! — Era tan graciosete, andando con su bastoncito. Ragnheidr empezó a talar árboles y a usar los troncos para darle forma al bloqueo. Llegaba el momento de la verdad. Con todo el metal reunido alrededor de su cuerpo, Airgid se acercó al desvío. Lo reunió todo en un mismo punto, levitando frente a ella, y comenzo a tratar de darle forma. No era nada complejo ni demasiado elaborado, simplemente planchas de metal que poder colocar frente a la madera para ayudar a que el agua se redirigiera hacia el lugar adecuado. En ese momento, sonó su den den mushi de nuevo. Manteniendo la concentración en las tablas de metal, descolgó el caracol y volvió a escuchar la voz de Tofun, indicándole que el embalse estaba a punto de reventar. — ¡DADLE CAÑA! ¡Estamos preparados! — Gritó ella antes de colgar de nuevo. Se le dibujó una sonrisa y terminó de colocar el metal en su sitio. Las tablas no eran demasiado gruesas, pero sí eran largas como para poder abarcar la zona. Junto con la madera reunida por Ragn y el poder acuático de Asradi... solo quedaba desear que fuera suficiente. — ¡Ragn, ya viene el agua! — Avisó a su compañero a gritos. Esperaba que Asradi no se encontrara lo suficientemente lejos, no sabía exactamente donde estaba, pero Airgid confiaba en sus habilidades, confiaba en que sería de las más útiles en aquella ocasión, así que decidió no preocuparse por ella. Sabía lo que se hacía.