Silver
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05-10-2024, 07:38 PM
El callejón junto a la vieja taberna estaba sumido en una penumbra perpetua, donde la luz del día apenas lograba filtrarse entre los muros decrépitos y las pilas de escombros. El olor a basura y alcohol rancio impregnaba el aire, mientras el silencio era roto solo por el goteo distante de algún desagüe. Marvolath avanzó con paso firme, apoyado en su bastón, manteniendo la calma aunque sus sentidos estaban alerta.
El médico no había tardado mucho en llegar al lugar, guiado por la sangre que manchaba el suelo. Al entrar en el callejón, su voz resonó clara en el espacio cerrado. El eco de sus palabras se apagó rápidamente, y por unos momentos, el silencio regresó al callejón. Pero Marvolath sabía que no estaba solo. A medida que sus ojos se acostumbraban a la oscuridad, notó un movimiento en las sombras. Unos pasos pesados resonaron en el fondo del callejón, y pronto, tres figuras emergieron, bloqueándole el camino.
Eran hombres corpulentos, con ropas desgastadas y manchadas por el trabajo duro. Sus rostros mostraban sonrisas torcidas, como si la sola presencia del pequeño mediano les hubiera divertido. Uno de ellos, con una cicatriz en la mejilla y un vendaje en la mano, fue el primero en hablar.
—Vaya, vaya... ¿así que eres el médico que anda metiendo las narices donde no debe? —dijo el hombre, dando un paso al frente—. Te hemos visto correr hacia aquí. ¿Qué pasa, crees que puedes con nosotros?
Otro de los matones, un tipo más bajo pero robusto, le dio una palmada en el hombro al de la cicatriz.
—Ya te lo dije, lo mandaron para jodernos el negocio —comentó en voz alta, con una sonrisa socarrona—. Y ahora que está aquí, mejor nos aseguramos de que no moleste más.
El tercer hombre, más joven, se mantenía en silencio, pero no tardó en sacar un cuchillo algo oxidado de su cinturón, mostrándolo con desprecio hacia Marvolath.
—Nos llevamos las hierbas para asegurarnos de que nadie más mejore por aquí —dijo el de la cicatriz, mientras avanzaba lentamente—. Y tú... bueno, también te vamos a tener que "cuidar". No queremos que andes curando a nadie más. Nadie los necesita sanos, ¿verdad?
Los tres hombres empezaron a rodear a Marvolath, avanzando con paso seguro, confiados en que el médico no representaba una amenaza. Pero la mirada de Marvolath seguía fija, imperturbable, sujeta al bastón que ahora parecía más un ancla que un mero apoyo. El silencio del callejón se quebró con el sonido de botas arrastrándose por la piedra, y el aire se tensó en cuestión de segundos.
El médico no había tardado mucho en llegar al lugar, guiado por la sangre que manchaba el suelo. Al entrar en el callejón, su voz resonó clara en el espacio cerrado. El eco de sus palabras se apagó rápidamente, y por unos momentos, el silencio regresó al callejón. Pero Marvolath sabía que no estaba solo. A medida que sus ojos se acostumbraban a la oscuridad, notó un movimiento en las sombras. Unos pasos pesados resonaron en el fondo del callejón, y pronto, tres figuras emergieron, bloqueándole el camino.
Eran hombres corpulentos, con ropas desgastadas y manchadas por el trabajo duro. Sus rostros mostraban sonrisas torcidas, como si la sola presencia del pequeño mediano les hubiera divertido. Uno de ellos, con una cicatriz en la mejilla y un vendaje en la mano, fue el primero en hablar.
—Vaya, vaya... ¿así que eres el médico que anda metiendo las narices donde no debe? —dijo el hombre, dando un paso al frente—. Te hemos visto correr hacia aquí. ¿Qué pasa, crees que puedes con nosotros?
Otro de los matones, un tipo más bajo pero robusto, le dio una palmada en el hombro al de la cicatriz.
—Ya te lo dije, lo mandaron para jodernos el negocio —comentó en voz alta, con una sonrisa socarrona—. Y ahora que está aquí, mejor nos aseguramos de que no moleste más.
El tercer hombre, más joven, se mantenía en silencio, pero no tardó en sacar un cuchillo algo oxidado de su cinturón, mostrándolo con desprecio hacia Marvolath.
—Nos llevamos las hierbas para asegurarnos de que nadie más mejore por aquí —dijo el de la cicatriz, mientras avanzaba lentamente—. Y tú... bueno, también te vamos a tener que "cuidar". No queremos que andes curando a nadie más. Nadie los necesita sanos, ¿verdad?
Los tres hombres empezaron a rodear a Marvolath, avanzando con paso seguro, confiados en que el médico no representaba una amenaza. Pero la mirada de Marvolath seguía fija, imperturbable, sujeta al bastón que ahora parecía más un ancla que un mero apoyo. El silencio del callejón se quebró con el sonido de botas arrastrándose por la piedra, y el aire se tensó en cuestión de segundos.