Galhard
Gal
05-10-2024, 09:11 PM
El sol comenzaba a filtrarse a través de las hojas de los grandes árboles que rodeaban la Isla Kilombo. Galhard abrió los ojos con dificultad, sintiendo el peso de la noche anterior aún sobre sus hombros. La boda de Tofun y Gertrudiz había sido una celebración desbordante, cargada de risas, bailes y mucha más bebida de la que esperaba. Ahora, tumbado en la arena suave que rodeaba el campamento improvisado, su cuerpo le recordaba con cada músculo adolorido que había exagerado en la celebración.
—Uf… —murmuró, llevándose una mano a la cabeza, donde una punzada de dolor le recordaba las rondas interminables de brindis.
Se incorporó lentamente, apoyando las manos en el suelo para no perder el equilibrio. A su alrededor, los restos de la fiesta aún eran visibles: sillas volcadas, vasos y platos desperdigados, y un par de figuras aún dormidas bajo las sombras de los árboles. Kilombo, con su ambiente salvaje pero tranquilo, había sido el escenario perfecto para la boda de Tofun y Gertrudiz, y Galhard había disfrutado más de lo que pensaba que haría.
A lo lejos, el suave murmullo del mar llegaba a sus oídos, ayudándole a despejarse poco a poco. Se levantó y, aunque sus piernas protestaron un poco al principio, comenzó a caminar hacia la playa, donde el agua cristalina parecía invitarle a refrescarse.
Mientras avanzaba por la arena, los recuerdos de la noche anterior volvieron en flashes. La risa contagiosa de Tofun mientras levantaba a Gertrudiz en el aire tras el primer baile. Los amigos de Kilombo, todos con una jarra en la mano, brindando por la felicidad de los recién casados. Asradi haciéndolo sonrojar frente a todo el grupo con alguna broma sobre lo bien que le quedaba el traje de la ceremonia.
Pero más que nada, recordaba el aire de camaradería que había impregnado la boda. La isla, que en su momento había sido el escenario de pruebas y desafíos, ahora era un lugar de celebración, un refugio temporal donde todos habían dejado sus preocupaciones a un lado.
Llegó a la orilla y se inclinó para mojarse la cara. El agua fresca era justo lo que necesitaba para despejar su mente y comenzar a sentirse como él mismo otra vez. Con el rostro goteando, se enderezó y miró hacia el horizonte, donde el sol ascendía lentamente, tiñendo el cielo de tonos naranjas y dorados.
—Quizás exageré un poco anoche —se dijo en voz baja, permitiéndose una sonrisa.
A pesar de la resaca y el cansancio, había algo satisfactorio en la calma de esa mañana. La boda había sido un éxito, y aunque Galhard no era del tipo que solía relajarse completamente en estos eventos, había sentido una verdadera conexión con todos los presentes. Era un recordatorio de que, en medio de sus responsabilidades y misiones, momentos como este eran necesarios.
De pie en la orilla, mientras el sol seguía su ascenso, Galhard sintió que la tranquilidad de la mañana lavaba cualquier remanente de la noche anterior. Sabía que pronto tendría que volver a sus deberes, pero por ahora, este momento de paz era suficiente.
—Uf… —murmuró, llevándose una mano a la cabeza, donde una punzada de dolor le recordaba las rondas interminables de brindis.
Se incorporó lentamente, apoyando las manos en el suelo para no perder el equilibrio. A su alrededor, los restos de la fiesta aún eran visibles: sillas volcadas, vasos y platos desperdigados, y un par de figuras aún dormidas bajo las sombras de los árboles. Kilombo, con su ambiente salvaje pero tranquilo, había sido el escenario perfecto para la boda de Tofun y Gertrudiz, y Galhard había disfrutado más de lo que pensaba que haría.
A lo lejos, el suave murmullo del mar llegaba a sus oídos, ayudándole a despejarse poco a poco. Se levantó y, aunque sus piernas protestaron un poco al principio, comenzó a caminar hacia la playa, donde el agua cristalina parecía invitarle a refrescarse.
Mientras avanzaba por la arena, los recuerdos de la noche anterior volvieron en flashes. La risa contagiosa de Tofun mientras levantaba a Gertrudiz en el aire tras el primer baile. Los amigos de Kilombo, todos con una jarra en la mano, brindando por la felicidad de los recién casados. Asradi haciéndolo sonrojar frente a todo el grupo con alguna broma sobre lo bien que le quedaba el traje de la ceremonia.
Pero más que nada, recordaba el aire de camaradería que había impregnado la boda. La isla, que en su momento había sido el escenario de pruebas y desafíos, ahora era un lugar de celebración, un refugio temporal donde todos habían dejado sus preocupaciones a un lado.
Llegó a la orilla y se inclinó para mojarse la cara. El agua fresca era justo lo que necesitaba para despejar su mente y comenzar a sentirse como él mismo otra vez. Con el rostro goteando, se enderezó y miró hacia el horizonte, donde el sol ascendía lentamente, tiñendo el cielo de tonos naranjas y dorados.
—Quizás exageré un poco anoche —se dijo en voz baja, permitiéndose una sonrisa.
A pesar de la resaca y el cansancio, había algo satisfactorio en la calma de esa mañana. La boda había sido un éxito, y aunque Galhard no era del tipo que solía relajarse completamente en estos eventos, había sentido una verdadera conexión con todos los presentes. Era un recordatorio de que, en medio de sus responsabilidades y misiones, momentos como este eran necesarios.
De pie en la orilla, mientras el sol seguía su ascenso, Galhard sintió que la tranquilidad de la mañana lavaba cualquier remanente de la noche anterior. Sabía que pronto tendría que volver a sus deberes, pero por ahora, este momento de paz era suficiente.