Atlas
Nowhere | Fénix
05-10-2024, 11:15 PM
No era habitual que me alegrase después de recibir un aviso para una misión. De hecho, era una rara excepción que sólo aparecía cuando el motivo del regocijo estaba muy lejos de la propia misión. Octojin y yo habíamos tenido un... desencuentro los días posteriores al ataque al ala este del cuartel del G-32 en Loguetown. Durante la recogida de escombros, un comentario completamente desafortunado había desembocado en una discusión, que había dado lugar a una pelea y, en definitiva, a que estuviesen a punto de abrirnos un expediente disciplinario en toda regla. No es que hubiésemos pasado a no tener relación ni mucho menos o que ésta se hubiese enfriado, pero en mi interior continuaba albergando cierto malestar porque, en realidad, sabía que la culpa era mía.
Fue por ello que, sin que sirviera de precedente, cuando esa muchacha de nariz pecosa y ojos azules con evidente tufo a recluta recién incorporada me informó de la situación, no me demoré ni un ápice en acudir al despacho de la capitana Montpellier. Llegué mucho antes que el gyojin, gesto que también sorprendió a nuestra superior.
—¿Desde cuándo te das tanta prisa en acudir cuando te llaman? —inquirió con cierto tono burlón.
—Estaba cerca, capitana.
—Ya, seguro que no tiene nada que ver con el altercado de hace unas semanas...
Nos leía como un libro abierto, la muy condenada. Fuera como fuese, no me dio lugar de replicar porque unos instantes la puerta ya se había abierto y los poderosos y lentos paso del habitante del mar se aproximaban a nosotros. Desde el primer momento había notado a la capitana de lo más seria, pensativa incluso. Conforme el tiburón me tendía el informe y lo iba leyendo, podía distinguir las intenciones que había detrás de la decisión de nuestra superior. Indudablemente quería que solventásemos el problema, pero además quería asegurarse de que las relaciones dentro de la brigada se mantuviesen tan inquebrantables como hasta el momento. Para estar casi todo el día dormida, hilaba muy bien.
No nos mantuvo demasiado tiempo en su puesto de trabajo, sino que enseguida nos ordenó partir. Octojin se apresuró para prepararlo todo y yo hice lo propio, aunque con bastante más parsimonia. Los preparativos tomarían su tiempo aunque ya hubiesen comenzado y porque fuésemos corriendo de una estancia a otra no irían más rápido. En definitiva, me senté tranquilamente a terminar de leer los pormenores del informe, lo doblé y lo llevé conmigo a los barracones, donde lo incluí entre las cosas a llevare por si nos hiciese falta consultarlo en algún momento.
Aun así, de algún modo que nunca llegué a comprender, alcancé a llegar al punto de partida antes que el habitante del mar. En el muelle tres, aquellos que serían los encargados de conducirnos hasta nuestro destino subían cajas, armas, provisiones y de todo. Quieto y calmado, con la naginata en mi espalda y los brazos cruzados, observaba todo con la mochila cargada en el hombro izquierdo.
Octojin nunca había sido demasiado hablador, pero le notaba particularmente taciturno. Mi apreciación fue en aumento cuando, justo antes de partir, el único gesto que realizó en mi dirección fue un asentimiento con la cabeza. Sí, seguramente aquel viaje fuese un buen momento para abrir la bolsa que habíamos cerrado a la fuerza y de la que aún había mucho que sacar si no queríamos que todo se pudriese.
Los gyojin en peligro nos estaban esperando en el puerto. La súplica y el anhelo se veía a la perfección en sus ojos, que inicialmente se sorprendieron pero después se iluminaron al descubrir que uno de los enviados era nada más y nada menos que uno de los suyos. Me mantuve a bordo, dejando que fuese mi compañero el primero en tomar tierra para que fuese el primer marine con el que la colonia tuviese contacto. Unos segundos después bajé yo.
—No llevamos aquí demasiado tiempo —explicaba Tiberius, el que hacía las veces de líder de la colonia, mientras nos guiaba en dirección a su hogar. Se trataba de un gyojin merluza bastante entrado en años, de vientre prominente y mirada serena y sabia—. Nos fuimos de nuestros hogares porque empezaba a escasear el alimento y nos dejaron quedarnos en unas cuevas que hay bajo ese peñón —continuó mientras señalaba a un islote situado a varios kilómetros de la zona en la que habíamos desembarcado—. Por lo visto había llegado una plaga de pulpos que estaba acabando con toda la fauna y la flora de la zona como especie invasora. A cambio de encargarnos de ellos, nos dejaron quedarnos allí y no hemos tenido ningún problema con la gente de la zona. El problema es que esos desgraciados se deben haber enterado de algún modo y han comenzado a perseguirnos y atraparnos. Cuando no lo consiguen, intentan acabar con nosotros para al menos sacar algún provecho. Ya han capturado a cuatro miembros de la colonia y han dejado a uno herido de gravedad. Hemos pedido ayuda a las autoridades de la isla, pero nos han dicho que no dan abasto. Ayudadnos, por favor.
Conforme hablaba, sus pasos se iban haciendo cada vez más rápidos en dirección al mar. Cuando quise darme cuenta, él y la pequeña comitiva de tres más de la que se había hecho acompañar ya se habían sumergido.
—Octo, ¿me llevas? —pregunté al tiempo que señalaba hacia la costa contraria.
—No te preocupes, allí hay una zona en la superficie que hemos acondicionado para que pueden quedarse humanos en caso de que sea necesario. El viaje sí puede ser un poco más problemático.
Una vez allí, en una zona en la que, efectivamente, la roca se había dejado domar para formar una pequeña paya de arena, habían erigido dos o tres cabañas perfectamente dotadas para que los humanos pudiesen quedarse en ellas. No pude evitar sentir gran curiosidad sobre cómo sería el asentamiento que hubiesen concebido bajo el mar, pero por desgracia era algo que mis ojos nunca verían.
—Cuando vienen lo hacen sin previo aviso. Lo mismo atacan dos días seguidos que no les vemos el pelo en una semana. No sé cómo lo hacen, pero siempre se las ingenian para aparecer cuando menos los esperamos... Estamos desesperados y no sabemos qué hacer, porque irnos tampoco nos asegura que no nos vayan a perseguir y capturar igualmente.
Fue por ello que, sin que sirviera de precedente, cuando esa muchacha de nariz pecosa y ojos azules con evidente tufo a recluta recién incorporada me informó de la situación, no me demoré ni un ápice en acudir al despacho de la capitana Montpellier. Llegué mucho antes que el gyojin, gesto que también sorprendió a nuestra superior.
—¿Desde cuándo te das tanta prisa en acudir cuando te llaman? —inquirió con cierto tono burlón.
—Estaba cerca, capitana.
—Ya, seguro que no tiene nada que ver con el altercado de hace unas semanas...
Nos leía como un libro abierto, la muy condenada. Fuera como fuese, no me dio lugar de replicar porque unos instantes la puerta ya se había abierto y los poderosos y lentos paso del habitante del mar se aproximaban a nosotros. Desde el primer momento había notado a la capitana de lo más seria, pensativa incluso. Conforme el tiburón me tendía el informe y lo iba leyendo, podía distinguir las intenciones que había detrás de la decisión de nuestra superior. Indudablemente quería que solventásemos el problema, pero además quería asegurarse de que las relaciones dentro de la brigada se mantuviesen tan inquebrantables como hasta el momento. Para estar casi todo el día dormida, hilaba muy bien.
No nos mantuvo demasiado tiempo en su puesto de trabajo, sino que enseguida nos ordenó partir. Octojin se apresuró para prepararlo todo y yo hice lo propio, aunque con bastante más parsimonia. Los preparativos tomarían su tiempo aunque ya hubiesen comenzado y porque fuésemos corriendo de una estancia a otra no irían más rápido. En definitiva, me senté tranquilamente a terminar de leer los pormenores del informe, lo doblé y lo llevé conmigo a los barracones, donde lo incluí entre las cosas a llevare por si nos hiciese falta consultarlo en algún momento.
Aun así, de algún modo que nunca llegué a comprender, alcancé a llegar al punto de partida antes que el habitante del mar. En el muelle tres, aquellos que serían los encargados de conducirnos hasta nuestro destino subían cajas, armas, provisiones y de todo. Quieto y calmado, con la naginata en mi espalda y los brazos cruzados, observaba todo con la mochila cargada en el hombro izquierdo.
Octojin nunca había sido demasiado hablador, pero le notaba particularmente taciturno. Mi apreciación fue en aumento cuando, justo antes de partir, el único gesto que realizó en mi dirección fue un asentimiento con la cabeza. Sí, seguramente aquel viaje fuese un buen momento para abrir la bolsa que habíamos cerrado a la fuerza y de la que aún había mucho que sacar si no queríamos que todo se pudriese.
***
Los gyojin en peligro nos estaban esperando en el puerto. La súplica y el anhelo se veía a la perfección en sus ojos, que inicialmente se sorprendieron pero después se iluminaron al descubrir que uno de los enviados era nada más y nada menos que uno de los suyos. Me mantuve a bordo, dejando que fuese mi compañero el primero en tomar tierra para que fuese el primer marine con el que la colonia tuviese contacto. Unos segundos después bajé yo.
—No llevamos aquí demasiado tiempo —explicaba Tiberius, el que hacía las veces de líder de la colonia, mientras nos guiaba en dirección a su hogar. Se trataba de un gyojin merluza bastante entrado en años, de vientre prominente y mirada serena y sabia—. Nos fuimos de nuestros hogares porque empezaba a escasear el alimento y nos dejaron quedarnos en unas cuevas que hay bajo ese peñón —continuó mientras señalaba a un islote situado a varios kilómetros de la zona en la que habíamos desembarcado—. Por lo visto había llegado una plaga de pulpos que estaba acabando con toda la fauna y la flora de la zona como especie invasora. A cambio de encargarnos de ellos, nos dejaron quedarnos allí y no hemos tenido ningún problema con la gente de la zona. El problema es que esos desgraciados se deben haber enterado de algún modo y han comenzado a perseguirnos y atraparnos. Cuando no lo consiguen, intentan acabar con nosotros para al menos sacar algún provecho. Ya han capturado a cuatro miembros de la colonia y han dejado a uno herido de gravedad. Hemos pedido ayuda a las autoridades de la isla, pero nos han dicho que no dan abasto. Ayudadnos, por favor.
Conforme hablaba, sus pasos se iban haciendo cada vez más rápidos en dirección al mar. Cuando quise darme cuenta, él y la pequeña comitiva de tres más de la que se había hecho acompañar ya se habían sumergido.
—Octo, ¿me llevas? —pregunté al tiempo que señalaba hacia la costa contraria.
—No te preocupes, allí hay una zona en la superficie que hemos acondicionado para que pueden quedarse humanos en caso de que sea necesario. El viaje sí puede ser un poco más problemático.
Una vez allí, en una zona en la que, efectivamente, la roca se había dejado domar para formar una pequeña paya de arena, habían erigido dos o tres cabañas perfectamente dotadas para que los humanos pudiesen quedarse en ellas. No pude evitar sentir gran curiosidad sobre cómo sería el asentamiento que hubiesen concebido bajo el mar, pero por desgracia era algo que mis ojos nunca verían.
—Cuando vienen lo hacen sin previo aviso. Lo mismo atacan dos días seguidos que no les vemos el pelo en una semana. No sé cómo lo hacen, pero siempre se las ingenian para aparecer cuando menos los esperamos... Estamos desesperados y no sabemos qué hacer, porque irnos tampoco nos asegura que no nos vayan a perseguir y capturar igualmente.